Iron Maiden – The Number of the Beast: Especial 40º Aniversario – Parte I: Las canciones

Aquí os dejamos con la última parte de las entregas de la serie especial 40º Aniversario del disco que a much@s de nosotr@s nos cambió la vida. La redacción ha hecho un repaso, uno a uno, de los temas que se incluyen en el Number of the Beast y este es el resultado.

 

Las canciones

«Invaders» por Dídac Olivé

40 años de uno de los discos emblema del heavy metal y, evidentemente, de la historia musical. Casi nada. El tercer álbum de los ingleses, el cual ya nos deleita con, como mínimo, cuatro greatest hits para sus directos venideros y atemporales, y encima presentando vocalista nuevo. Perdón, vocalista no: LA VOZ. Y va y escojo el primer tema, «Invaders», que no es nada del otro mundo, y para más inri, Steve Harris ha reconocido en más de una ocasión que es una canción que seguramente habría cambiado, pero como iban justos de tiempo pues fue esta la seleccionada para abrir el disco. Ahora os cuento el porqué de mi selección.

Corría el año 1994 o 1995 -sí, momento polla vieja- y con mis 14 años hacía relativamente poco que acababa de descubrir el maravilloso mundo metalhead, y entre mis cassettes tenía uno que era una grabación de un concierto de La Doncella, supongo que del 1992, ya que salía «Fear of the Dark» y el vocalista aún era Bruce. Evidentemente, me flipaba; ¿a quién en el mundo no le puede gustar Iron Maiden? Así que un día que una compañera de clase se presentó con un montón de cassettes de rock y heavy, cortesía de su hermana mayor, pues me volví to loco; aún recuerdo como si fuera ayer, que le compré tres: Killers (1981), The Number of the Beast (1982) y Fear of the Dark (1992).

Allí descubrí -con Killers– que Iron Maiden… ¡había tenido otro vocalista antes que Bruce Dickinson! OMG! También, que su sonido era un poco más áspero comparado con sus discos posteriores, ya con Bruce. También debo decir que vengo de una época en la cual, la primera canción de un disco decía mucho del grupo. No se podían pasar los temas tan rápido como ahora. Hoy en día, para empezar, es tan fácil como hacer una selección previa de temas; lo raro es ponerte un disco entero, dejando de lado que el primer tema, en la mitad de los discos actuales, son intros. Antes, la canción inicial de un disco, sobre todo si era en cassette, probablemente era la que escuchabas más.

El disco Killers, es sonido Maiden, pero como he dicho, más áspero, por no decir un poco sucio e incluso punki. Evidentemente, la voz de Paul Di’Anno ayuda una barbaridad. Y es un álbum que me gustó desde el primer momento que me lo puse. En cambio, con The Number of the Beast, con el remplazo de vocalista, se palpa un cambio artístico, más pomposo, más trabajado -más aún si cabe- y su canción homónima, «Run to the Hills» o «Hallowed Be Thy Name» son claros ejemplos de la labor que se esconde detrás de este álbum.

Una vez puestos en situación, «Invaders» siempre me ha parecido un muy buen tema, excelente para iniciar el disco. Es enérgico, veloz y contiene buenos riffs… y ya. Punto. Vale, sí, y letra friki para frikis como yo, hablando sobre batallas salvajes entre vikingos y sajones. Pero hay algo que siempre me ha encandilado de este tema, a parte de lo descrito en el tercer párrafo y berrear sin parar «Invaders, pillaging!» Y es que siempre he pensado que esta canción aún tiene un poco del sonido y estilo del disco anterior, e incluso me la he imaginado como sería cantada por Paul. Mi opinión personal es como si con «Invaders» se despidieran de los antiguos Maiden para, ipso facto, presentar en sociedad la que pasaría a ser la banda de heavy metal más grande de la historia, ex aequo con Judas Priest. También, dejando de lado que sea o no un temazo, que guste más o menos, pues que queréis que os diga, es la primera canción del primer disco con Bruce Dickinson, por lo que solo eso ya la hace especial.


«Children of the Damned» por Xavi Garriga Giol

Dicen los expertos que los seres humanos disponemos de una memoria bastante selectiva, y un servidor, que le profesa mucho respeto a las ciencias aunque fue un aplicado estudiante de letras (mixtas, por cierto), no va a negar esta supuesta evidencia. Por ejemplo, mientras redacto estas líneas no recuerdo dónde aparqué mi coche ayer por la tarde y, por el contrario, tengo muy presente la primera vez que contemplé la impresionante carátula de The Number of the Beast (1982), dibujada por el artista Derek Riggs. Aquella funda, que me mostró un colega de clase en la hora del patio, me impactó tanto que, ni corto ni perezoso, adorné mi recién estrenada chupa tejana con un enorme parche de esa ilustración imponente (para disgusto de mi entorno familiar). Curiosamente, las audiciones del vinilo fueron tan continuas durante las sucesivas semanas que, para no quedar saturado del flamante repertorio, decidí comprarme los dos preliminares trabajos de la banda, Iron Maiden (1980) y Killers (1981), y el EP en vivo Maiden Japan (1981) antes de adquirir la obra que me había facilitado descubrir aquella portentosa formación británica. Y aunque la alineación no era exactamente la misma (participaban Dennis Stratton, a las seis cuerdas, y Paul Di’Anno, a la voz principal), pude comprobar que las huestes lideradas por el bajista Steve Harris ya poseían un gran y singular potencial desde sus inicios. 

Tras el crucial número de la bestia, llegarían unos cuantos álbumes sensacionales -el sólido Piece of Mind (1983), el majestuoso Powerslave (1984), el arrollador doble en directo Live After Death (1985), el innovador Somewhere in Time (1986) y el envolvente Seventh Son of a Seventh Son (1988), un perdonable resbalón No Prayer for the Dying (1990) y un cumplidor LP de final de etapa, Fear of the Dark (1992)-. A partir de entonces, por diversas razones que ahora no vienen al caso, fui paulatinamente perdiendo el interés en su carrera discográfica y, actualmente, cuando tengo antojo de su música siempre acabo recurriendo a alguno de los citados clásicos.

Del tercer parto de la doncella de hierro, y sin ánimo de minusvalorar el resto de su contenido, aún me erizan la piel un par de composiciones, ambas firmadas por Harris: la escalofriante «Hallowed Be Thy Name» y la que he escogido para este artículo conmemorativo, o sea, la dramática “Children of the Damned”. Su temática está basada en la película de terror El pueblo de los malditos (1960) y en la secuela de 1964, Los hijos de los malditos, las cuales por su parte eran adaptaciones cinematográficas de la novela de ciencia ficción Los cuclillos de Midwich del escritor inglés John Wyndham. Según el cantante Bruce Dickinson, además está inspirada en la profunda «Children of the Sea», incluida en el redondo Heaven and Hell (1980) de los Black Sabbath con Ronnie James Dio, y a mi parecer también les encuentro perceptibles similitudes.  

Desde su suave comienzo hasta su épica conclusión, pasando por el contundente cambio de ritmo en su ecuador y los posteriores vertiginosos solos de guitarra, dicha excepcional pieza unificó a la perfección el pasado y el futuro sonoro del conjunto que estaba destinado a reinar en el universo del heavy metal, al menos durante los siguientes diez años.


«The Prisoner» por Jordi Tàrrega

Para quien escribe estas líneas el The Number of the Beast (1982) es uno de los grandes discos de la historia del rock y especialmente del heavy metal. Pero más allá de eso es uno de los discos de mi vida. Lo es especialmente por esa constelación de canciones que brillan a cada cuál mejor. Sólo hay una que distorsiona entre tanto clásico, pero es tan bueno el The Number of the Beast que… incluso tiene una canción mala.

En esta obra el grupo perdía a su cantante original y se decantaba por un joven valor que cantaba en Samson. ¡No pudieron estar más acertados! Maiden con Bruce fueron leyenda desde ese disco. Cuando pude entrevistar a Bruce Dickinson nos dijo que cuando estaban grabando The Number of the Beast iban completamente borrachos y que para nada creían que parte de la historia más genial del heavy metal de la época se estaba escribiendo en letras doradas.

Exacto, The Number of the Beast es sagrado. ¡Por Jesucristo! ¡Estábamos borrachos la mayor parte del tiempo! Sólo estábamos haciendo el disco. Yo me tomo la música en serio, pero si te la tomas muy en serio, la matas. Esto no pertenece a museos, no es la Biblia, no es una religión. Es solo música, es desfogar tus pasiones y hacer algo luego con ellas, sea lo que sea.” (Bruce Dickinson, marzo de 2002)

Pude escoger la canción y no tuve la más mínima duda: «The Prisoner». La canción va con esa introducción de la serie británica del mismo título. Pura soap opera de la que tan orgullosos están los británicos. Al diálogo en el que se termina respondiendo con risas a eso de: «Yo no soy un nombre, soy un hombre libre», le sigue ese fragmento en el que luego hay un acelerón, y esos cambios de tempos a rápido son una de las grandes ideas que aportan Iron Maiden al heavy metal de la NWOBHM con este disco.

El bajo de Steve Harris está muy alto y es tan complejo como las guitarras. El corte es muy teatral, muy épico y el estribillo es de los de dejarse la voz en los directos. Es una canción que aúna toda la grandeza de los Maiden de la era clásica, que con ese disco empieza. No ha sido un tema realmente muy utilizado en directo por el grupo, pero Bruce Dickinson en solitario lo ha tenido muy en cuenta y lo tocaba con frecuencia. Era un regalo para los fans. Una de las grandes joyas que habían quedado tapadas por el peso de los tres temas más habituales.


«22, Acacia Avenue» por Albert Vila

Después de que A Real Dead One supusiera la entrada por todo lo alto de mi ilusionado e ignorante yo pre-adolescente en el mundo Maiden, creo que The Number of the Beast fue el primer disco de estudio de los británicos que llegó a mis manos. Y no os negaré que tras el subidón y el sonido arrollador de ese (ahora imperfecto, entonces impecable) disco en directo, enfrentarme a este trabajo de producción más añeja y menos compacta me decepcionó un poco. En ello, en realidad, hay un punto de autoinfligimiento y boicot propio, ya que buena parte de culpa es achacable a mi propia santa inocencia (o incompetencia, según como te lo mires – y no iba a ser la última vez – ): al grabarme la cinta desde un ya polvoso LP propiedad del hermano de un conocido mío (un hermano que parece que fue jebi en sus años mozos pero que por esos primeros noventa ya andaba metido en la makina hasta el tuétano), me hice la picha un lío con las revoluciones de la cara A, resultando en que los cuatro primeros temas (desde «Invaders» a este «22 Acacia Avenue») sonaban a toda leche y con voz de pitufo. Y como los hits de la cara B ya los tenía en sus versiones más potentes y veloces en ese directo que sacaron diez años más tarde, mi pobre y disfuncional copia de The Number of the Beast acabó convirtiéndose en una cinta absolutamente olvidada y, en consecuencia, en el disco al que acabé prestando menos atención de la época clásica de Maiden. ¿Qué cosas, eh?

Aunque «22 Acacia Avenue» ya venía en Live After Death (un disco que, tozudo de mí, siguió sin gustarme tanto como mis amados directos de los noventa – entre otras cosas porque mi alma thrashera y fan de Pantera y Machine Head tuvo ciertos problemas en digerir las brillantes mallas a rallas que tan orgullosamente llevaban los Maiden ahí – ), no acabé de prestarle del todo atención hasta que se publicaron los tan criticados remasters de toda su discografía clásica en 1998, momento que aproveché para comprarme una copia en CD de ese The Number of the Beast (y de algún otro). Así que no fue hasta entonces que lo acabé de escuchar del todo bien y, quizás porque lo «descubrí» ya pasada la más impresionable adolescencia, siempre tuvo un papel algo secundario en ese mágico imaginario Maiden, situándolo siempre por detrás en cariño y preferencias de los cuatro albumazos que le suceden durante los ochenta.

Pero bueno, es innegable que ahí el disco ya me clicó muchó más, siempre a pesar de que tanto el tema homónimo como «Run to the Hills» me parecen dos de sus hits más plastas, y de que la versión en estudio de «Hallowed Be Thy Name» se me hace bastante exasperante a causa de esa extraña falta de velocidad en comparación con sus interpretaciones en directo. Lo que me maravilló de verdad, en realidad, fue el descubrimiento definitivo (a buenas horas) de la cara A, con temones como la veloz e infravalorada inicial «Invaders», la maravillosa «Children of the Damned» (que en realidad ya había pre-descubierto gracias a la gran versión que le dedicaron Therion unos años antes), la gema escondida que es «The Prisoner» (venerada por todos cuando se hizo con un lugar de privilegio en el setlist del Maiden England de 2013) o, sobre todo, esta magnífica «22 Acacia Avenue», aún hoy una de mis canciones favoritas del vasto y tremendo catálogo de la doncella.

Las guitarras y los redobles del principio (qué bueno era y cuánto groove tenía en sus extremidades el señor Clive Burr) abren un tema mucho más rockero de lo que me pareció en su momento, en los que los británicos demuestran estar aún en plena transición entre ese jebi punkarra y algo progresivo de la época Di Anno y el épico y proto-power heavy metal de masas en el que se convertieron a raíz de este disco y de la llegada de Bruce Dickinson a las voces. A medida que la canción avanza se suceden múltiples pasajes que ejemplifican las muchas vertientes que se intuían en una banda que empezaba a sacar la cabeza de verdad en el panorama metálico, desde largos desarrollos progresivos hasta melodías pegadizas y furiosos duelos de guitarra marca de la casa.

Tomando el guante de la historia que empezaron en «Charlotte the Harlot» (y que continuaría con «Hooks in You» y «From Here to Eternity» unos años más tarde), esta canción co-escrita por Steve Harris Adrian Smith explica las bondades del prostíbulo situado en el número 22 de la avenida de las Acacias, donde por solo quince libras (de las de 1982) la solícita Charlotte cubrirá a los machos del lugar de todo tipo de placeres. Aunque de buenas a primeras pueda parecer que la letra no es particularmente edificante, explicando con cierto detalle como la pobre se deja abusar y hacer de todo sin ninguna queja, a medida que avanza el minutaje se convierte en una llamada a que deje todo eso atrás y mire las infortunas e infelicidad de su situación cara a cara. Así que bueno, ni tan mal.

Aunque me da la sensación que se trata de una canción a la que muchos fans de Maiden le tienen bastante cariño, siempre se ha mantenido en un cierto segundo plano en los repertotios futuros de la banda, ocupando un segundo escalafón en popularidad escénica, junto a «Children of the Damned» y aún lejísimos de los tres incontastables y atemporales que posee este disco («The Number of the Beast», «Run to the Hills» y «Hallowed Be Thy Name»). Si miramos los ránkings generales, es la décimonovena canción que más han tocado en directo, pero el detalle de las estadísticas nos dice que dejó de tener presencia alguna tras la gira de No Prayer for the Dying, allá en el lejano 1991, siendo solo rescatada para ese retrospectivo Early Years Tour de 2003. Siendo como son los británicos, no creo que tengamos muchos números para que la vuelvan a tocar nunca más, pero a mí sin duda me haría una ilusión tremenda escuchar algun día las historias de ese portal con la luz roja situado en los bajos fondos del East End.


«The Number of the Beast» por Beto Lagarda

«Woe to you, oh earth and sea
For the Devil sends the beast with wrath
Because he knows the time is short
Let him who hath understanding reckon the number of the beast
For it is a human number
Its number is six hundred and sixty-six.»

(Libro del Apocalipsis, 13:18)

Buah, pelos como escarpias cuando escuché por primera vez el fraseo inicial en modo ocultista de la canción más oscura que pasó por mi juventud. Aunque acabé enamorado de «Hallowed Be Thy Name», «The Number of the Beast» es poco menos que una de las mejores canciones de heavy metal de todos los tiempos. Más allá de himno, esta canción es uno de los mejores emblemas y ejemplos para introducir a cualquier neófito al mundo del metal.

Se trata de una canción que lo tiene todo. Ritmo pesado pero melódico. Voces castigadoras con algún que otro chillido. Estribillo pegadizo armonizado con un riff de guitarra excepcional. Letras a simple vista satánicas. Solo de guitarra magnífico.

«The Number of the Beast» bien podría ser la canción más top del heavy metal. O bien, quizás podríamos decir que es la canción que acaba por definir el concepto heavy metal.

Steve Harris, al que por cierto todos amamos, fue el autor de la canción y, como somos todos tan lerdos, ha tenido que explicar unas chorrocientas veces el significado de la canción. No, no es una canción satánica. No es un himno de culto al demonio…. Siento decepcionaros, esta canción relata el sueño que el propio Harris tuvo una noche tras ver una película titulada La maldición de Damien (1978) de Don Taylor. Hay incluso otras fuentes que aseguran que las pesadillas de Harris no fueron por motivo de dicha película sino por el poema Tam o’ Shanter de Robert Burns.

Por cierto, el relato del libro del Apocalipsis inicial viene a cargo de Barry Clayton. En primera instancia, la banda quiso las voces del actor Vincent Price, pero no pudieron contar con él. Otra cosa curiosa fue que, cuando MTV publicó el vídeo de la canción, la banda tuvo que rectificar la apariencia de Eddie por los reclamos de televidentes asustados… ¡jajaj!

«The Number of the Beast» casi nunca ha faltado en sus shows en directo. Ha aparecido en múltiples discos de tributos y en videojuegos como Rock Band y Guitar Hero. Además de aparecer en el disco The Number of the Beast (1982), la canción hace acto de presencia en los directos siguientes: Live After Death (1985), A Real Dead One (1993), Live at Donington (1993), Maiden England (1994), Rock in Rio (2002), Death on the Road (2005), Flight 666 (2009), En vivo! (2012), The Book of Souls: Live Chapter (2017) y Nights of the Dead, Legacy of the Beast: Live in Mexico City (2020).

También la podemos encontrar en los recopilatorios Best of the Beast (1996), Ed Hunter (1999), Edward the Great (2002) y Somewhere Back in Time: The Best of 1980-1989 (2008).


«Run to the Hills» por Israel Merc

Iron Maiden sencillamente ya eran todo un fenómeno dentro de la escena local en su natal Inglaterra y en el mundo gracias a sus dos primeros álbumes: Iron Maiden (1980) y Killers (1981), llevándoles a girar por diferentes partes del globo. Sin embargo, si hubo un álbum que los catapultó a la fama absoluta y a posicionarse como una de las bandas más importantes de la escena metálica durante los años 80, fue su tan glorioso The Number of the Beast, lanzado el 22 de marzo de 1982. Ésta bestia los hizo tocar las estrellas y dominar el Olimpo sonoro, ese que otras bandas de la época buscaron con tanto ahínco y las cuales (casi) todas lograron conseguir una parte de esa colina.

Y, hablando de colinas, aquí vengo yo con la intención de comentar algunas cosas sobre el sexto corte que se desprende del ya mencionado álbum, por supuesto que nos referimos a la inmortal «Run to the Hills», una canción que en directo eriza la piel y te incita a cantarla a todo pulmón a pesar del riesgo de quedarte sin aire o que tus inexpertas cuerdas vocales se revienten por querer alcanzar las notas del buen Bruce. «Run to the Hills» se ha vuelto un himno total dentro del heavy metal por excelencia, siendo interpretada por ley en sus conciertos y, tras el grito de Dickinson de «Ruuuun to the hiiiills!», todos los fieles congregados en cada rincón del estadio o foro donde se encuentren, alzamos el puño y respondemos con entusiasmo: «Run for you lives…!»

Los Maiden aquí crearon una obra maestra y vayamos viendo por qué es así, vamos desmenuzando esto por partes. «Run to the Hills» fue el primer adelanto del álbum lanzado antes de su publicación, en febrero para ser exactos, hace ya cuarenta años, y sigue igual de fresca como si la hubieran grabado ayer. En aquél entonces, el sencillo alcanzó entrar al UK Single Chart, en la décima posición. A demás, la canción fue editada con un vídeo que mostraba escenas en directo de la banda con fragmentos de películas en blanco y negro del actor Buster Keaton que, curiosamente, trataba de forma cómica la guerra librada entre los colonos contra los nativos americanos, incluso la carátula del sencillo dibujada por el ya archirreconocido Derek Riggs mostraba al temido Eddie Head batiéndose en duelo con Satanás en el infierno, sobre una colina donde abajo parece que luchan lo demás seres del inframundo y el mismo Eddie se defiende de los lances del demonio con un tomahawk, arma típica de los nativos.

El tema causó polémica debido a la letra, ya que explora los claroscuros de la conquista del Nuevo Mundo perpetrada por los colonos ingleses, y se le adjudicaba ser una incitación contra el hombre blanco, aunque hay que prestar suma atención a cómo se narran las cosas, pues al principio tiene la palabra un nativo de la tribu de los Cree, quienes habitan en Canadá, territorio que va desde Ontario, Quebec, Alberta, entre otros lugares, quien narra los hechos desde su punto de vista:

«White man came across the sea,
Brought us pain and misery.
Killed our tribes, killed our creed,
Took our game for his own need.

We fought him hard, we fought him well,
Out on the plains we gave him hell.
But many came, too much for cree,
Oh will we ever be set free?»

El nativo anónimo señala que los hombres blancos aparecieron cruzando el mar y dejaron dolor, sufrimiento y miseria a su paso; arrasaron con las tribus y todo por sus necesidades. En la segunda estrofa apunta a que lucharon bien contra los rivales, aunque fueron demasiados para los Cree. Después viene un soldado inglés que hace lo propio desde su óptica en la tercera estrofa:

«Riding through dust clouds and barren wastes,
Galloping hard on the plains.
Chasing the redskins back to their holes,
Fighting them at their own game.
Murder for freedom, a stab in the back.
Women and children and cowards attack.»

El presunto soldado señala que combatieron entre nubes de polvo, galoparon entre planicies y desiertos cazando a los Pieles Rojas en sus guaridas, sin importarles tanto que fuesen mujeres o niños, todo en nombre de la libertad. Al final, ya en la última estrofa, otro individuo que es mencionado como «soldado azul» (quizá un francés), resume lo acontecido en tercera persona sin ponerse de parte de nadie, se mantiene neutral ante los hechos.

«Soldier blue in the barren wastes,
Hunting and killing for game.
Raping the women and wasting the men,
The only good indians are tame.
Selling them whisky and taking their gold,
Enslaving the young and destroying the old.»

El soldado azul que permanece en el desierto, mira cómo son cazadas las tribus y asesinados, los abusos perpetrados a sus mujeres y la manera en que les roban sus tesoros y se deshacen de los hombres capturados, haciendo esclavos a los más jóvenes y destruyendo a los viejos. Y entre cada estrofa podemos escuchar el grito a todo pulmón de alguien que divisa al enemigo:

«Run to the hills, run for your lives.»

Corran a las colinas, corran por sus vidas. Ahora bien, con respecto a la música, el señor y líder indiscutido de Iron Maiden, Steve Harris, mencionó que:

«Mi idea era conseguir la sensación musical de un caballo galopando. Al parecer funcionó bien, porque cuando la tocamos en directo siempre somos cuidadosos de no dejar escapar el ritmo… ¡es muy complicado!»

Efecto que se consiguió desde la introducción que el buen Clive Burr se marcó con el bombo y el hit hat, efecto que sirve de base para el poderos riff armonizado entre Dave Murray y Adrian Smith siendo empujado por el característico bajo de Harris y complementado con la increíble voz de Bruce The Mermaid Dickinson, que, por cierto, que gran debut hizo el hombre aquí. Hay que recordar que Paul Di’Anno había sido expulsado de la banda por su indisciplina y adicciones, aunque, para ser honestos, su salida y la llegada a la banda de Dickinson le brindó la oportunidad creativa a Harris para jugar con más armonías, melodías y tratar de llegar a notas que Paul no lograría, pues la voz de Bruce fue la indicada y con la que se pudo complementar éste álbum (y los que le siguieron) con más colores. Cabe hacer mención de que la canción puede no tener una exactitud histórica al mencionar tribus Cree y Pieles Roja, aunque nos puede indicar esa expansión que hubo de los colonos por todo el norte de América y que todas las tribus se vieron envueltas en los mismos trances. Por otra parte, el hecho de que se mencione que lo Cree vieron al hombre blanco llegar por el mar, nos puede señalar que, en efecto, fueron de las primeras tribus en enfrentarse a ellos. The Number of the Beast es un trabajo fenomenal y que brilla por cada corte que lo conforma. «Run to the Hills» es un tema que nos invita a reflexionar sobre el pasado. Una cosa que hay que decir es que las guerras, sea cual sea su fin, no son negras o rosas como a muchos allá afuera les gusta hacer creer, son temas que se pintan en tonalidades grises, en lo que hay de todo, igual que en la viña del señor. Sin embargo, esa llamada a huir a las montañas para buscar refugio, puede ser aplicable hoy por hoy, pues en la actualidad existen otro tipo de conquistas, llámese económica, política, ideológica, religiosa, etc., es, quizá, una manera metafórica de decir que tratamos de mantenernos libres e independientes a pesar de que las cosas vayan en nuestra contra.


«Gangland» por Pol Segura

«Gangland» es ese temazo, sí, porqué es un temazo, que viene después de «Run to the Hills» y antes de «Hallowed Be Thy Name», cosa que ya de entrada no le pone las cosas nada fáciles. Al más puro estilo Maiden, y acorde con el nivel de todo el álbum, es probablemente para muchos, la que más pase desapercibida de éste, incluso para los propios Maiden. De hecho de las cinco o seis veces que los he visto en directo, nunca la han tocado, y si me paro a pensar, tampoco me viene a la cabeza ningún concierto de los que haya visto por Internet con dicha canción en el setlist, lo cual es una lástima.

La canción empieza a rodar con un ritmo de batería acompañado de un redoble que dará paso al frenético ritmo, que nos acompañará de principio a fin, dándole cierta sensación de velocidad. Una de las cosas que más me gusta de lo que sería la estrofa es que bombo y voz se van acentuando conjuntamente, y esto hace que se te quede la melodía grabada en la cabeza. A continuación, entra el estribillo que difícilmente no cantarás, ya que ese «Dead men» pide a gritos el “Tell no tales”.  Después del primer estribillo viene otra vez la estrofa, y con esta damos paso a un puente que nos lleva a la estrofa de nuevo. A continuación, se repite el estribillo y después de este viene un solo que apenas dura unos segundos -pasa casi desapercibido- pero creo que encaja muy bien en la canción. Para finalizar, otro estribillo.

Desde aquí me gustaría reivindicar esta pista ya que. aunque muy probablemente sea la menos conocida del álbum, no quiere decir que sea la más floja, y para mi gusto está muy por encima del nivel de otras de sus canciones, por lo que creo que deberían plantearse tocarla más a menudo.


«Hallowed Be Thy Name» por Xavi Prat

¡Cualquiera escribe después de la Enciclopedia Británica que ha escrito el compañero Israel! Pero bueno, vamos allá…

The Number of the Beast (1982), quizá el álbum más importante de la vieja doncella. Para muchos, el mejor (no para el que escribe, que guarda ese título para el Seventh Son of a Seventh Son (1988), y para todos el inicio de un cuarteto de lujo que llevó a Iron Maiden a lo más alto del heavy metal, lugar en el que muy probablemente sigan.

El álbum está repleto de temazos, de himnos atemporales y clásicos no solo del grupo, sino del estilo. Escoger un solo tema se plantea como misión imposible, pero si me ponen un revolver en la sien, como (casi) han hecho, tenemos esta tremenda canción. «Hallowed Be Thy Name» podría ser, perfectamente, el mejor tema de Maiden, y en una carrera que dura más de 40 años, llena de discos irrepetibles y canciones bañadas en oro, no es poco.

«Hallowed Be Thy Name» nos cuenta los últimos instantes y los pensamientos que les acompañan de un preso destinado a la horca.  Como haríamos casi todos, en ese paseíllo anterior al final, nos cuestionamos todo. ¿De verdad hay un fin? ¿Dios me ha dejado de lado? El terror se palpa en los azotes mentales del protagonista, sabiendo que todo lo que conoce, todo lo que ha vivido, está a punto de desaparecer. Quizá haya un más allá, quizá sea el final, el oscuro vacío eterno. Lo descubrirá en unos instantes, pero antes, toca rezar a Dios o al diablo (o a Eddie, si miramos la portada del álbum) para que nos de fuerza en esos últimos momentos de lamento tras una vida convertida en humo.

Hablando de la letra, Iron Maiden ha sido acusado de plagiar parcialmente la letra del grupo de rock progresivo Beckett.

Musicalmente, el tema va muy acorde con la temática. El comienzo, lento y solemne, nos da a entender la tristeza y el miedo del acusado, solo en su celda fría. El sonido de la campana acompaña la letra, diciéndole que ya es hora de ir en busca de la soga. Poco a poco se acelera, aunque no será un tema especialmente rápido. Los hi hats de Burr le dan un toque muy tétrico y teatral (¡vivan las cacofonías!) muy acorde con la historia. Dickinson, tras el inicio lento y tenebroso, demuestra por qué le llamaban «la sirena».

Los interludios, a pesar de ser bastante repetitivos, otorgan al corte una tensión que la temática necesita. Sentimos el pánico, las dudas y hasta las esperanzas del condenado a muerte, todo el batiburrillo de emociones que corroe sus entrañas esperando un desenlace esperado pero, no por ello, menos fatídicos.

Poco a poco la velocidad aumenta para dar paso a los solo que, pese a la tensión ambiental, sobresale como pocos en el disco y, casi, en la discografía. Curioso que, hasta el final, no se mencione el título de la canción, como una súplica momentos antes de perecer, igual de curioso que no tiene estribillo.

Maiden, Number, felices 40. ¡Por muchos más!

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