Iron Maiden – No Prayer for the Dying: 30 años de la (¿fallida?) vuelta a los orígenes

Ficha técnica

Publicado el 1 de octubre de 1990
Discográfica: EMI Records
 
Componentes:
Bruce Dickinson - Voz
Dave Murray - Guitarra
Janick Gers - Guitarra
Steve Harris - Bajo
Nicko McBrain - Batería

Temas

1. Tailgunner (4:13)
2. Holy Smoke (3:47)
3. No Prayer for the Dying (4:22)
4. Public Enema Number One (4:03)
5. Fates Warning (4:09)
6. The Assassin (4:16)
7. Run Silent Run Deep (4:34)
8. Hooks in You (4:06)
9. Bring Your Daughter... to the Slaughter (4:42)
10. Mother Russia (5:30)

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Muchas cosas cambiaron en las filas de Iron Maiden después del desbordante éxito cosechado por Seventh Son of a Seventh Son. Ese disco fue la culminación de un ascenso meteórico que convirtió a los ingleses en una de las bandas más grandes del panorama metálico (sino la que más), y a pesar de todo lo positivo que ello conlleva, también llevó consigo giras cada vez más mastodónticas que hicieron mella en la estabilidad mental, física y funcional de la banda. A raíz de ese estrés y de crecientes diferencias musicales, el icónico guitarrista Adrian Smith dejaba el grupo después de seis discos icónicos en los que aportaba su clase inigualable y su particular estilo compositivo, rompiendo así el line up de leyenda que les había aupado, gracias a obras atemporales como Piece of Mind, Powerslave, Somewhere in Time o el propio Seventh Son, al Olimpo más celestial del metal y a las camisetas de millones de orgullosos aficionados repartidos por todo el globo.

La marcha de Adrian y los últimos años agonizantes de la gloriosa década de los ochenta trajeron consigo otros cambios importantes en el seno de los británicos. Sin la opinión del ya ex guitarrista, la banda creyó que los sintetizadores y los devaneos progresivos por los que caminaron en esos tiempos recientes habían dejado de tener sentido en su propuesta musical, así que No Prayer for the Dying iba a ser un disco mucho más crudo, directo y eminentemente rockero que su predecesores. Esa especie de retorno musical a los orígenes (entendiendo como orígenes la época Di’Anno o, si me apuras, buena parte de The Number of the Beast), también trajo consigo un cambio estético igualmente importante: de los escenarios gigantescos y rimbombantes, las histriónicas mallas de colorines y las camisetas elásticas de tirantes pasamos a una presentación mucho más austera y urbana, con los miembros de la banda uniformados a base de los vaqueros, zapatillas J’Hayber y chaquetas de cuero de toda la vida.

Y aunque imagino que la introducción de sintetizadores y toda la pesca no debió emocionar a lo más true de su parroquia cuando sorprendieron al mundo con el genial Somewhere in Time cuatro años antes, este nuevo cambio tampoco pareció convencer a casi nadie. Es verdad que este disco está objetiva y evidentemente unos peldaños por debajo de sus predecesores a nivel de calidad y ambición, pero a mi juicio suele recibir bastante más palos de los que se merece. Es más, hay cierto consenso en ponerlo como el peor disco de su carrera en dura lucha con Virtual XI y The Final Frontier, dos álbumes que sí que estoy de acuerdo en que son especialmente flojos, pero mi valoración de este No Prayer for the Dying está muy por encima de la mediocridad generalizada en el que se suele colocar.

No niego que mi opinión pueda estar mediatizada por el hecho de que en mis años mozos me trillé este disco hasta que echó humo, y de hecho fue uno de los pocos álbumes que me compré primero en cinta y más tarde en CD (la versión remasterizada de 1998). Además, lo relaciono especialmente con uno de mis primeros trabajos de verano, una especie de proyecto que me tuvo rellenando hojas de Excel durante horas y horas con la sola compañía de mi Walkman y una serie de cassettes selectos. Éste fue uno de los que escuchaba más a menudo y, en consecuencia, se ganó un lugar en mi corazón adolescente e hizo que, a día de hoy, tenga todas y cada una de sus canciones tan interiorizadas como cualquiera de los clásicos de la banda (muchas de ellas, probablemente más). Así que no me cuesta demasiado defenderlo ante todos aquellos impíos que insisten una y otra vez en ponerlo dolorosamente a parir.

Para sustituir a Adrian, Iron Maiden reclutaron al que fue guitarrista en el primer disco en solitario de Bruce Dickinson, un Tattooed Millionaire publicado en 1989 y cuya grabación y publicación no hizo mucha gracia a Steve Harris, entonces muy poco fan de este tipo de proyectos paralelos (ahora él mismo tiene el suyo, British Lion). De hecho, ese fue probablemente el principio del fin de la primera etapa de Bruce en la banda, que iba a durar aún un par de tortuosos años más pero cuya relación con el resto de componentes de la formación empezaba a tomar una cierta distancia. Pero el danzarín Janick Gers, que así se llamaba ese nuevo miembro de la banda, iba a entrar para quedarse, manteniéndose aún hoy como parte importante del espíritu y la personalidad de los británicos a pesar de que hay muchos fans que lo odian porque lo ven como un más bufón que como un guitarrista. Es evidente que su estilo es mucho más sucio que el del elegante y preciso Adrian, pero más allá de su evidente calidad como instrumentista, yo creo que las tonterías del bueno de Janick son encantadoras y el tipo parece un muchacho majísimo.

En vez de recurrir a los lujosos Compass Point de las Bahamas como iba siendo habitual en sus últimos trabajos, Steve decidió montarse un pequeño estudio de grabación en su propia casa con la intención de trabajar sin limitaciones de tiempo y alcanzar un sonido más real, más directo y más cercano que sirviera mejor al objetivo del disco. Y aunque a mí no me parece que suene tan mal (¿a vosotros os lo parece?), prácticamente todos los miembros de la banda han acabado renegando del resultado. Es cierto que es tan pulido ni desprende la grandiosidad de otros álbumes, pero al ser esa precisamente la intención a mi juicio lo consiguen con buena nota. Como casi siempre, el responsable de comandar la mesa de mezclas fue el recientemente fallecido Martin Birch, en la sería su penúltima colaboración con la banda (la última iba a ser el siguiente Fear of the Dark) después de haber sido parte pivotal de su éxito durante toda una década.

Este disco consumó muchos cambios, pero también supuso el final de algunas tradiciones que parecían intocables. Si obviamos las de los directos A Real Live / Dead One que publicaron en 1993, la portada de este disco es la última que iba a dibujar el legendario Derek Riggs (creador de Eddie y autor de todas las portadas hasta entonces) antes de que la banda decidiera experimentar con varios artistas en el futuro. En ella podemos ver a la mascota de Iron Maiden con cara de desquiciado emergiendo a través de una lápida y agarrando el cuello de un supuesto saqueador de tumbas con una fisonomía sospechosamente parecida a la del manager de la banda Rod Smallwood. Parece que al bueno de Rod no le hizo mucha gracia esta referencia, así que de cara a la reedición remasterizada que publicaron en 1998 esta figura desaparece y Eddie se limita a brander una mano amenazante al espectador.

Para enfatizar aún más el salto al pasado que supone este disco, tanto este Eddie como los que aparecen en las portadas de los singles “Holy Smoke” y “Bring Your Daughter… to the Slaughter” suponen un evidente retorno a su imagen original, con vaqueros, camiseta de tirantes, chupa de cuero y quehaceres urbanos y terrenales lejos de las epopeyas épicas, futuristas y abstractas que ilustraban sus trabajos más recientes. También las letras experimentaron un cambio bastante radical en este sentido, pasando de las temáticas fantasiosas, históricas y literarias que engrandecieron a los Maiden de mediados de los ochenta a problemas sociales y otras preocupaciones banales del día a día. Vamos, que los chicos se tomaron realmente en serio lo de romper con muchas de las características que los habían convertido en gigantes en los últimos tiempos.

Más allá de que podamos apreciar más o menos ese cambio de estilo, y siempre teniendo en cuenta los buenos ojos con los que me lo miro, creo que el principal problema de este disco es quizás la falta de singles indiscutibles y de canciones con potencial de pasar a la historia como si tienen la mayoría de trabajos de Maiden. Por lo demás, lo valoro como un trabajo muy regular con un puñado de buenas canciones que posiblemente peca de no brillar con demasiada fuerza ni por arriba ni por abajo. Si lo comparamos con Fear of the Dark, por ejemplo, es evidente que aquí no hay himnos como “Be Quick or Be Dead”, “Afraid to Shoot Strangers”, el propio tema título o la injustamente olvidada “Judas Be My Guide”, pero a la vez tampoco tenemos que sufrir cortes infumables como “Weekend Warrior” o “The Apparition”, manteniendo un nivel mucho más elevado en su totalidad. Y eso de los hitazos también lo pongo en cierta cuarentena, claro, ya que si la propia banda hubiera decidido darle más cancha a algunas canciones de este disco quizás podrían haber alcanzado un estatus superior en el imaginario colectivo.

Porque No Prayer for the Dying es hoy un álbum casi anecdótico que fue inmediatamente olvidado por ellos mismos y, en consecuencia, por el público, desapareciendo de los repertorios de la banda con sorprendente rapidez. Investigando en el fascinante mar de datos que es setlist.fm, vemos que Steve Harris y los suyos han tenido a bien interpretar en directo siete de las diez canciones que nos encontramos aquí, destacando las 220 apariciones de un “Bring Your Daughter… to the Slaughter” que se sitúa en un más que modesto puesto número 44 en el listado histórico de la banda. “Tailgunner” (163 presencias, posición 47) y el trío formado por “No Prayer for the Dying”, “Public Enema Number One” y “Holy Smoke”, con alrededor de 100 interpretaciones cada una, se colocan alrededor del puesto 70, confirmando este disco como el menos revisitado, de largo, de toda la era clásica de la banda.

Más desolador aún es el estado actual y las perspectivas presentes y futuras de la situación. “Bring Your Daughter…” se ganó un sitio en esa gira retrospectiva “Give Me Ed… ‘til I’m Dead” de 2003 en la que la banda rescató algunos cortes poco habituales, pero ninguna de las demás ha sido digna de ser interpretada ni una sola vez desde el ya muy lejano año 1992. De hecho, solo “Tailgunner” y la propia “Bring Your Daughter…”, ambas aún presentes en el repertorio del Fear of the Dark Tour, sobrevivieron la propia gira de presentación de No Prayer for the Dying, y ya os puedo garantizar que nunca más vamos a poder escuchar otra canción de este disco en directo. Vamos, un desastre que no tiene comparación en ningún otro álbum de la banda a excepción del unánimemente mediocre The Final Frontier (aunque ese salió veinte años después, claro, así que no tiene tanto “mérito”).

La mencionada “Tailgunner” abre el disco con un chute de fuerza y dinamismo. No es que sea precisamente uno de mis temas predilectos de la banda, e incluso cuando descubrí a Iron Maiden a través de ese A Real Live / Dead One la colocaba entre las prescindibles al sentir que le falta “algo” para acabar de ser del todo redonda, pero también creo que se trata de un corte perfectamente correcto con algunos pasajes tan brillantes como siempre nos han tenido acostumbrados. Tanto ella como “Holy Smoke” ejercieron de singles y puntas de lanza, y ésta última siempre ha sido una de las canciones más denostadas de la carrera de los británicos, erigiéndose quizás como el mayor símbolo de la mala prensa de la que goza este disco. Es cierto que se trata de un tema algo simplón si tomamos como referencia lo que conocíamos de ellos en los años previos y que el videoclip patillero y algo risible no le ha hecho un gran favor, pero incluso escuchado a día de hoy me parece un tema divertido, bailable, pegadizo, bien instrumentado y con un estribillo más que notable que no creo que se merezca el desprecio tan extendido que recibe.

La opinión de las masas, siempre soberanas, tiende a salvar el tema título de la quema generalizada, y está claro que “No Prayer for the Dying” es uno de los momentos estelares del disco, con profusión de melodías 100% Maiden y un espíritu delicado que alterna magníficamente con pinceladas de heavy metal veloz y potente reminiscente de glorias pasadas y embrión de las grandes composiciones épicas que encontraremos en Fear of the Dark. Bien por desatención propia o por exigencias del guión, en este disco la voz de Bruce se muestra rasgada, agresiva y lejos de su tradicional canto de sirena, dando a temas como éste unos matices poco habituales en la carrera de los británicos. Por otro lado, si alguien pensaba que los teclados iban a desaparecer de la música de la banda, su protagonista presencia en temas como esté le servirá para comprobar que nada más lejos de la realidad. Sea como fuere, estamos ante una canción excelente con potencial de sobras para haberse convertido en mucho más de lo que la caprichosa e injusta posteridad ha tenido reservado para ella.

Las twin guitars que siempre caracterizaron la música de Maiden vuelven a brillar en la vacilona “Public Enema Number One”. Es verdad que aquí el estribillo puede chirriar un poquillo (más que por malo, por poco inspirado), pero tanto la parte de la estrofa como el original y estridente solo que se marca Janick Gers merecen unas buenas sacudidas de cuello. La primera cara se cierra con la también potente “Fates Warning”, cuyo inicio suena a balada ochentera clichéica pero que rápidamente se convierte en un excelente hard rock lleno de enérgicas cabalgadas y un cierto aire a lo que podíamos escuchar en Somewhere in Time (gracias, probablemente, a los atmosféricos punteos de guitarra bajo la estrofa). Es verdad que la estructura no sorprende mucho ni está precisamente elaborada, pero el tema fluye con total naturalidad y tanto el solo orientaloide como las deliciosas guitarras dobladas y el rabioso estribillo me parecen razones más que de sobras para disfrutar de este tema sin demasiadas reservas.

A base de canciones cortas y entretenidas (éste es el único disco en toda la carrera de la banda en el que ningún tema llega a superar los seis minutos -es más, solo uno supera los cinco-), llegamos casi sin darnos cuenta a una cara B en la que encontraremos más o menos lo mismo que hemos visto hasta ahora: canciones directas y entretenidas que muestran la versión más rasposa de Iron Maiden sin más florituras de las estrictamente necesarias. “The Assassin” es una debilidad personal, y la verdad es que su rollo inquietante y sinuoso siempre me ha parecido de lo más atractivo. La gente le tiene una cierta tirria a su estribillo, y a pesar de no catalogarlo tampoco como terrible puedo llegar a estar de acuerdo en que ése no es precisamente su punto fuerte. Pero en su conjunto se trata de una canción notablemente infecciosa con una instrumentación más que interesante con muchos teclados y múltiples arreglos a las guitarras (a pesar de que el solo, en esta ocasión, no es especialmente inspirado).

“Run Silent Run Deep” es un tema de sí pero no (o de no pero sí, según como se mire). La oscura parte inicial, los buenos pasajes acústicos, algunas melodías muy atractivas y un dinamismo general bastante interesante compensan los inconvenientes que emanan de otro estribillo genérico y del uso de recursos que acaban sonando monótonos y faltos de punch. “Hooks in You”, por su parte, es la única contribución póstuma que dejó Adrian Smith a este disco, y curiosamente se trata de uno de los temas más eminentemente rockeros que encontraremos aquí. Con una letra terrible, un simpático aire hard rockero ochentero tanto en composición como en ejecución y un groove bastante divertido, es una canción dinámica y entrañable que difícilmente pasará a la historia de la banda pero que a mí me resulta muy disfrutable. Eso sí, el crescendo que se construye a partir de su segundo minuto (y cuya melodía se repite en los últimos segundos), tanto instrumental como vocalmente, cuenta objetivamente entre los mejores momentos de todo el disco.

Ya se sabe que tanto las listas y como las ventas son siempre caprichosas, pero es irónico que, tratándose como hemos comentado de un disco al que le faltan potenciales hits eternos, “Bring Your Daughter… to the Slaughter” sea precisamente el único single de la carrera de la banda que ha alcanzado el número 1 en las listas de ventas británicas. Para más inri, se trata de un tema que ni tan solo fue compuesto originalmente para Iron Maiden, sino que lo escribió Bruce Dickinson con la ayuda de Janick Gers para la banda sonora de la quinta entrega de Pesadilla en Elm Street y la intención de incluirla en Tattooed Millionaire. Pero cuando Steve Harris la escuchó, le pidió a Bruce que considerara cedérsela a Maiden. Y aunque muchos fans le tienen cierta inquina, a veces peca de algo repetitivo y la letra es cutrilla, a mí me parece un single magnífico con un montón de momentos infecciosos, un estribillo pegadizo, unos ah-ah-ahs que harían las delicias del respetable y todos los ingredientes para haberse convertido en clásico atemporal si así lo hubieran querido. Vamos, que a mi juicio no es en absoluto peor que “Can I Play With Madness?”.

No me preguntéis exactamente por qué, pero durante muchos años tuve la sensación inconsciente de que “Mother Russia” no era del todo de una canción “de verdad” sino más bien una especie de outro. Es evidente que no es así, y con sus cinco minutos y medio se trata del tema más largo y más épico de unos Maiden que aquí sí que revisitan por fin algunos de los elementos más distintivos de sus últimos álbumes para cerrar este trabajo por todo lo alto. La temática historicista, los riffs de tinte eslavo, las magníficas melodías y juegos de guitarra, la excelente intro (que llevo tocando durante veinte años con mi acústica) y los pocos pasajes progresivos que encontraremos en este disco colocan a esta canción como uno de los momentos álgidos de No Prayer for the Dying y como uno de los cortes más tristemente infravalorados de toda la carrera de la banda.

Hace poco inauguramos una nueva sección llamada “Desmontando al monstruo”. Allí, tomamos algunos discos universalmente e intentamos darles la vuelta y verlos con los mejores ojos posibles. Virtual XI ya tuvo su artículo allí, y me temo que No Prayer for the Dying sería un evidente candidato. Valga en todo caso la extensa revisión que acabáis de leer (o de escrolear) como reivindicación de un trabajo notable que, a mí humilde juicio, recibe muchos más palos de los que merece. Entiendo que sea un disco que palidezca si se valora en el contexto de una trayectoria impresionante, y que si tanto banda como aficionados reniegan de él quizás el que me equivoco soy yo, pero sea como sea, yo no puedo evitar escuchar estas canciones y disfrutar como cerdo en lodazal de lo que me parece Iron Maiden al 100%.

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Sobre Albert Vila 952 Artículos
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día. Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.