Iron Maiden – A Real Dead One: 25 años del disco que me introdujo a una de las bandas de mi vida

Ficha técnica

Publicado el 18 de octubre de 1993
Discográfica: EMI Records
 
Componentes:
Bruce Dickinson - Voz
Dave Murray - Guitarra
Janick Gers - Guitarra
Steve Harris - Bajo
Nicko McBrain - Batería

Temas

1. The Number of the Beast (live) (4:55)
2. The Trooper (live) (3:55)
3. Prowler (live) (4:16)
4. Transylvania (live) (4:26)
5. Remember Tomorrow (live) (5:53)
6. Where Eagles Dare (live) (4:49)
7. Sanctuary (live) (4:53)
8. Running Free (live) (3:49)
9. Run to the Hills (live) (3:58)
10. 2 Minutes to Midnight (live) (5:37)
11. Iron Maiden (live) (5:25)
12. Hallowed Be Thy Name (live) (7:52)

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Seguro que a bote pronto a muchos de vosotros os parece extraño e incluso innecesario que le dediquemos un artículo especial de aniversario (con la de rato que implica escribir un articulillo de estos) a uno de los multiplísimos directos que Iron Maiden se ha acostumbrado a sacar de un tiempo a esta parte. Además, en el caso del disco que nos ocupa, no se trata ni tan siquiera de un directo al uso, sino de la mitad divisible de esa idea un pelín bizarra por la que decidieron trocear el repertorio de la gira post-Fear of the Dark (1992) en dos partes y un orden más o menos arbitrario: en A Real Live One, publicado a principios de 1993, aparecían las canciones posteriores a Powerslave (1984), con especial hincapié, claro, en el irregular disco que estaban presentando y que coló hasta cinco de los 11 temas que lo forman, mientras que en este A Real Dead One (1998), editado unos meses más tarde, se centraron en las composiciones de sus cinco primeros álbumes.

Esa gira fue la última que dieron con Bruce Dickinson al frente de la banda antes de su marcha y de su triunfante vuelta unos años más tarde, y no sé si fue para aprovechar ese momento hasta el extremo, pero a Steve Harris y los suyos se les fue un poco la mano a la hora de sacar discos en directo: en cosa de año y medio salieron hasta cuatro, y todos oficiales. Por un lado estos dos (que luego se han acabado comercializando como uno sólo bajo el nombre de A Real Live Dead One), pero también un Live at Donington (1993) con el que quizá hubiéramos tenido ya suficiente y ese extraño y, a ojos de adolescente, fascinante video que es Raising Hell (1994), el televisado último concierto de Bruce en un estudio de la BBC que contó con la presencia del «mago» Simon Blake. Yo me grabé ese concierto del Sputnik (como la mitad de los que leéis esto, seguro) y me trillé los trucos chusqueros del amigo Blake hasta que el VHS sacaba humo, pero visto con perspectiva se trata de un documento algo infantiloide (aunque bien, la banda siempre ha tenido este toque) en el que, además, se podía ver a Bruce totalmente desconectado de la banda y en uno de los peores estados vocales que le recuerdo (que en el caso de Bruce, en todo caso, sigue siendo un estado más que aceptable).

Por todos estos motivos, el peso de este A Real Dead One en el global de la discografía de Iron Maiden es más que relativo, pero dejando este nimio detalle de lado, para mí tiene un valor verdaderamente pivotal (y el jefe aquí soy yo). Y al final, este tipo de relaciones tan personales que se establecen entre disco y oyentes es lo que resulta tan mágico de la música: éste fue el primer disco que escuché, que me compré y que me maravilló de La Doncella, y gracias a él (quizás me habría ocurrido lo mismo si el primero que escuchara hubiera sido otro, vete a saber, pero el caso es que fue él), me hice inmediatamente fan. Y el impacto debió ser verdaderamente serio, porque aquí seguimos.

Pongámonos en contexto: con catorce años recién cumplidos y sobrepasada mi pequeña obsesión por ese cuarteto formado por Aerosmith, Nirvana, Guns N’ Roses y Héroes del Silencio con el que me introduje en el maravilloso mundo del rock duro (todos conocidos a través de los 40 Principales, por cierto), me encontraba rebosante de efervesencia y con ansias incontrolables por descubrir más y más. No recuerdo exactamente quién vino primero y quién vino después, pero por esa época de brutal fertilidad fueron cayendo en mis garras los Metallica, Megadeth, Motörhead, Black Sabbath, Sepultura… y Iron Maiden.

Mucha gente habla de hermanos o amigos y otros familiaries de mayor edad como influencia musical básica, pero en mi caso no había nadie a mi alrededor (a parte de aquellos amigos con los que nos adentrábamos juntos en el mundillo) que me pudiera introducir a este néctar de los dioses, con lo que basaba mis descubrimientos en la intuición, en la suerte y en los grandes nombres que ilustraban las portadas de la Heavy Rock o la Metal Hammer. El de Iron Maiden, por supuesto, era uno de los que brillaba con más fuerza, así que ya llevaban un tiempo bien arriba en la lista de bandas pendientes que descubrir.

Por esos tiempos, en Granollers (mi ciudad entonces y, después de unas cuantas vueltas, de nuevo hoy), había un puñado de tiendas de discos: estaba el Diferent Disc, al lado de mi casa, estaba el Disc K7 que regentaba nuestro hoy compañero Xavi Garriga Giol, estaba la carísima Radio Aragonés y estaba el Sons, que más adelante se convertiría en una franquicia de Revolver y que, antes de que me informaran de las maravillas que escondía la calle Tallers (¡y el 7 Pulgadas!) en Barcelona, acabó siendo una pequeña meca particular en la que me pasé más de una tarde decidiendo cuál iba a ser la siguiente adquisición en la que me iba a dilapidar el dinero de la paga.

Todos esos comercios, a día de hoy, y sin excepción, son tiendas de ropa o centros de belleza, pero entonces eran pequeños templos con miles de tesoros aún desconocidos para mí, así que una de esas tardes primigenias en las que me encontraba con dinero fresco en mi bolsillo entré en el mencionado Sons con la firme decisión de agenciarme algo de Iron Maiden y empezar mi aventura con ellos. Me dirigí a la amplia cubeta del heavy metal y, una vez en la fila correcta, empecé a pasar CD’s adornados con la siempre amenazadora y furiosa figura de Eddie. No estaba ni por asomo familiarizado con la discografía de la banda, así que, saltándome Powerslaves y Pieces of Minds, decidí hacerme directamente con lo más nuevo. Vi que había dos discos publicados ese mismo año, con nombres casi iguales, y me decidí por el segundo porque hacía menos de un mes que había salido y porque el monstruo babeante berreándole a un micro en un estudio de grabación me moló más que el otro que estaba arrancando cables. No tenía ni tan siquiera la más remota idea que se trataba de un disco en directo.

Sin perder ni un segundo me fui a mi casa, desprecinté el disco (para encontrarme un libreto tirando a cutre, por cierto) y puse el CD en mi minicadena, dándome cuenta por fin que se trataba de un disco en directo. No sé cuan importantes son las primeras impresiones en esto de la música. Quizás a los treinta y largos lo son menos, pero a los catorce lo son casi todo, y si bien la inicial «The Number of the Beast», no me emocionó del todo (y sigue sin hacerlo ahora), a la que escuché «The Trooper» flipé en todos los colores posibles. Desde ese berrido inicial de Bruce anunciando el título de la canción, hasta las maravillosas guitarras dobladas, los «Oh oh ooohs» y los «Scream for me, Helsinki!», en esos cuatro minutos y pico quedé prendado para siempre de la magia de Iron Maiden.

La escucha reverencial de este disco, por cierto, me hizo asumir rápidamente qué canciones eran clásicos y cuáles no. Es decir… si van a grabar un disco en directo, van a incluir sus mejores canciones, ¿no? Por lo tanto, en mi mundo temas bastante olvidadillos a posteriori como «Transylvania», «Remember Tomorrow» o «Where Eagles Dare» pasaron a adquirir la categoría de hitazos, mucho más que cosas como «Aces High», «Revelations» o «Wrathchild», por decir tres clásicos habituales de sus primeros años que no estuvieron en el setlist de esa gira. Y no fue hasta tener una perspectiva mucho mayor de la trayectoria de la banda (y de como funcionaba esto de las giras y los setlists) que conseguí sacarme esa idea de la cabeza.

Otra cosa curiosa es que, mirándolo con detalle, tampoco hay tantas canciones en este disco que llegaran a fliparme del todo. Estaba «The Trooper», estaba «Prowler» y estaba el maravilloso final con «Hallowed Be Thy Name» (cuya dinámica interpretación en directo me impactó hasta el punto que siempre me ha resultado imposible tragarme la comparativamente aburrida y lentorra versión de estudio), pero el resto de temas me podían gustar pero tampoco es que me volvieran loco. Ni tan siquiera una de mis canciones favoritas, «2 Minutes to Midnight», consiguió atraparme del todo en ese momento. Pero la energía que desprendía la banda en directo, los gritos de devoción de la gente, me dejaron prendado para siempre. Vete a saber, cómo decía, si el hecho de que fuera precisamente éste el disco con el que los descubrí creó en mi una impresión que no se hubiera formado ante un disco de estudio.

Mirado con perspectiva, por supuesto, hay algunos elementos que te permiten analizar este A Real Dead One con más detenimiento que lo que permitía mi infatuación adolescente. La producción es bastante más sucia y más cruda que lo ha sido en otros discos en directo de la banda, quizás porqe estamos aún en plena época post-Adrian Smith, en la que la banda decide abandonar los jugueteos con sintetizadores y los devaneos progresivos que caracterizaron crecientemente Powerslave, Somewhere in Time y Seventh Son of the Seventh Son, quitándose las mallas y poniéndose vaqueros y chupas de cuero. Tanto No Prayer for the Dying (1990) como Fear of the Dark son discos directos y «simplones» en comparación, con un Janick Gers que le dio un extra de espectacularidad a la banda sobre el escenario (a pesar de ser odiado por el 70% de los fans de la banda) pero al coste de no ser en absoluto tan preciso y matemático como siempre fue Adrian.

Por otro lado, el hecho de que el disco estuviera formado por cortes de varias actuaciones hace que tuvieran que usar los aplausos de la gente como nexo de unión y de transición entre una canción y la otra. En su momento esto me pareció un truco de producción brillante, pero con el tiempo, y perdida esa santa inocencia, ves que hay momentos en que algunas reacciones del público no acaban de cuadrar con el momento musical, así como ecualizaciones ligeramente distintas entre tema y tema. En todo caso, y quizás por el cariño que le tengo a este disco (o por los centenares de veces que llegué a escucharlo), su sonido directo, raspado e in your face de este disco (y su hermano vivo) siempre me ha gustado más que el de Live at Donington, un documento probablemente más válido pero que suena algo apagado en mi opinión.

Aunque Iron Maiden se habían ganado un lugar en el olimpo del rock duro durante la década anterior, el heavy metal ochentero empezaba a estar de capa caída. Más allá de un inevitable descenso en las audiencias, eso también creó varias crisis internas en la banda, personalizadas en la marcha de Adrian, primero, en la de Bruce después, y en los ligeros bandazos que Steve Harris y el resto de miembros restantes dieron durante los noventa mientras buscaban un sonido que les convenciera. En esta ultima gira antes de su salida, incluso, el señor Dickinson parece por momentos que quiera salir un poco del paso, y no solo se le vé un poco incómodo junto a sus compañeros sino que demuestra un estado vocal muy mejorable en algunos temas («The Number of the Beast» y «2 Minutes to Midnight» son el ejemplo más claro). De hecho, aunque estamos ante un disco cuyo sonido y concepto creo que ha envejecido muy bien, si hay algo que chirría es precisamente una voz que, 25 años más tarde, suena bastante más potente y definida. Pero es que Bruce es una bestia.

En fin, que no sé deciros cual es exactamente la relevancia que un disco como éste tiene en la historia de la banda, probablemente muy poca. Pero sin él, de una forma u otra, mi yo musical no sería exactamente el que es, y vete a saber cuántas hojas habría removido ese pequeño aleteo de mariposa. Quizás ahora estaría escuchando a Magneto o a Jon Secada, con lo que Science of Noise nunca habría nacido y ahora vosotros, pobrecillos, iríais todo el día dando vueltas sin rumbo fijo. Así que tíos: res-pect.

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Sobre Albert Vila 952 Artículos
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día. Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.

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