La reseña improbable: Sex Pistols – Never Mind the Bollocks

Ficha técnica

Publicado el 28 de octubre de 1977
Discográfica: Virgin Records
 
Componentes:
Johnny Rotten – Voz
Steve Jones – Guitarra, Bajo
Sid Vicious – Bajo (en "Bodies")
Paul Cook – Batería

Temas

1. Holidays in the Sun (3:22)
2. Liar (2:41)
3. No Feelings (2:53)
4. God Save the Queen (3:20)
5. Problems (4:11)
6. Seventeen (2:02)
7. Anarchy in the U.K. (3:32)
8. Bodies (3:03)
9. Pretty Vacant (3:18)
10. New York (3:07)
11. E.M.I. (3:10)

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Después de haberme tenido que tragar un disco malo de nu metal como fue el larguísimo y tedioso The Fundamental Elements of Southtown de P.O.D., de arrancarme una pequeña y sorprendida sonrisa ante la inocencia y la frescura del Jesús de Chamberí de Mägo de Oz y de perder el tiempo soberanamente con uno de los álbumes más olvidados y olvidables de Def Leppard (si ya no me gustan los discos supuestamente «buenos» del quinteto británico, imáginate el tal X…), afronto mi cuarto paso por el fascinante mundo de las reseñas improbables como el más interesante y prometedor de todos ellos, tanto en lo periodístico como, sobre todo, en lo personal.

No hay duda que, a diferencia de las bandas que me tocó sufrir con anterioridad, tanto los británicos Sex Pistols en general como este disco en particular (básicamente porque es el único que grabaron) tienen una importancia pivotal en la historia y la evolución del rock, pero por un motivo u otro yo siempre lo he mirado con la ceja levantada. El hecho de no conectar con él en mis primeras escuchas adolescentes y post adolescentes, de que el éxito de la banda me parezca en gran parte impostado y de que opine que la mayoría de sus miembros más conocidos son unos gilipollas de cuidado no ha ayudado precisamente a que, a lo largo de los años, me haya decidido a metermee en él con ningún tipo de profundidad ni análisis. Por suerte y por fin, gracias a este obligado artículo (que he forzado un poco, lo confieso), tengo la oportunidad de ponerme a ello y así poder confirmar o desmentir algunas de las sensaciones y (probables) prejuicios que me han acompañado durante toda mi vida musical.

Porque aunque en más ocasiones de las que a mí particularmente me hubiera gustado la cosa se ha ido un poco de madre, la razón por la que ideamos esta encantadora sección es precisamente esa. Lejos de ser un vehículo gratuito para destripar aquellas bandas y aquellos discos que nunca nos gustaron con más o menos sorna y salero, la esencia y el fin último de estas reseñas improbables es que sean una oportunidad para echar abajo nuestros propios prejuicios. Prejuicios que, en lo musical, todos llevamos la mochila bien llena y que en muchas ocasiones nos privan de disfrutar de cosas que podrían perfectamente gustarnos. De la misma manera que hace ya bastantes años me saqué de encima mis también adolescentes reticencias impostadas y dogmáticas sobre el AOR, por ejemplo, hoy tengo la oportunidad (o no), de reconciliarme con este irreverente cuarteto londinense que, a pesar de contar con una carrera verdaderamente pírrica, es universalmente considerado como uno de los grandes percursores del punk tanto a nivel de actitud como en lo musical y lo visual.

Antes de meterme de lleno en la escucha del disco, quiero empezar exponiendo las razones (ciertas o no) por las cuáles siempre he tenido cruzados a estos chavales. En primer lugar, está la sensación de que los Sex Pistols eran una especie de producto, una boy band del punk que su ambicioso mánager Malcolm McLaren juntó, vistió y publicitó por todos los rincones que pudo con la ayuda inestimable de lo más poderoso de la industria discográfica. Siempre he creído que el soporte incondicional de esa industria (a pesar de que la propia banda les dedique canciones protestonas como el mismo «EMI» que cierra este disco) les restaba gran parte de la autenticidad que se le supondría a una banda como ésta, y lo forzado de figuras tan aparentemente rebeldes, protestonas y sobreexplotadas como el irritante Johnny Rotten y un individuo anárquico y filibustero que no tenía ni idea de tocar como es Sid Vicious me reafirman en esta creencia.

Por otro lado, y si bien me es imposible transportarme al Londres de 1977 para juzgar y valorar el impacto cultural y social que una banda como Sex Pistols pudo tener en ese momento (que imagino que fue grandioso), en lo musical siempre he creído que fueron claramente inferiores a otras bandas contemporáneas de la escena punk británica como pudieron ser The Clash o The Damned. Aunque no llegué nunca a profundizar en detalle con este Never Mind the Bollocks, quién más quién menos ha escuchado un montón de veces esos grandes hits como «Anarchy in the U.K.», «God Save the Queen» o «Pretty Vacant», y en general no me negaréis que son temas tirando a cutres. Icónicos, sí, por supuesto, pero cutres y, definitivamente, un peldaño por debajo de los primeros trabajos de esas bandas que mencionábamos si nos tenemos que ceñir estrictamente a lo musical.

Entre todos esos hechos teóricamente irrefutables y una sensación subjetiva personal de cierto rechazo al verlos iconos de esa vertiente del punk crostosa, destructiva, borde y garrula que tan poco me gusta, siempre me he mirado a los Sex Pistols con una mezcla de desprecio y desdén, como un producto efímero que goza de bastante más reconocimiento y crédito del que se merecen por lo poco que, a mí juicio, han llegado a aportar más allá de cuatro acordes bien publicitados y una dosis descomunal de postureo del más puro y duro. Pero la fría y cruda realidad es que no tengo ni idea de si estas opiniones se ajustan del todo a la realidad o son solo eso, opiniones, así que procedamos sin más dilación a intentar refutar o desmentir mis prejuiciosas creencias y a intentar valorar la verdadera incidencia del cuarteto británico de la forma más ecuánime y abierta posible.

No me pondré ahora a explicar ni a analizar con detalle los orígenes del punk, ya que eso me llevaría una serie de artículos mastodónticos y un montón de horas invertidas en investigación, algo que no niego que sería interesante pero que ahora mismo no viene al caso. Pero sí que diré que casi todo el mundo está de acuerdo en señalar como su lugar de nacimiento la ciudad de Nueva York, y más concretamente el afamado y mítico CBGB‘s (un lugar impresionante al que, por cierto, tuve la suerte de poder ir un par de veces antes de que lo cerraran), con bandas como los New York Dolls, los Dictators, los Heartbreakers de Johnny Thunders y, por supuesto, los mismísimos Ramones (una banda que – acabad de matarme, hijos del punk – tampoco me ha gustado nunca) empezando a formar una verdadera escena a mediados de los setenta que iba a tener un recorrido insospechado.

Entre los muchos jóvenes que vieron ese rompedor movimiento como el nuevo camino a seguir estaba un tal Malcolm McLaren, un londinense afincado temporalmente en Nueva York que experimentó de primera mano y se empapó de todo lo que se cocía alrededor de Greenwich Village hasta el punto de convertirse por un breve periodo de tiempo en manager de facto de los New York Dolls y llevándoselo eventualmente consigo de vuelta a Inglaterra. Allí, y una vez cumplidos los treinta – ya no era un chaval inocente, vamos- , montó una tienda de ropa llamada SEX junto a su mujer, una diseñadora de ropa llamada Vivienne Westwood, que se convirtió en el centro gravitacional del punk inglés y en principal influencer de todo el fenómeno de crestas, imperdibles y elásticos de cuadros con el que llevamos asociando la vertiente más estéticamente exagerada del estilo hasta el día de hoy.

Alrededor de la tienda acabaron reuniéndose todos aquellos jóvenes con aspiraciones punk de la capital británica, incluidos un par de amigos llamados Paul Cook y Steve Jones, que bajo la tutela de McLaren se juntaron con Glenn Matlock (entonces trabajador de la propia tienda) para formar los Sex Pistols. Al cabo de poco se fijaron en otro cliente que llevaba el pelo verde y solía escribir mensajes protestones y provocadores con rotulador en sus camisetas, y acabaron convenciéndole para que, independientemente de su talento para ello, se uniera a la banda como frontman y vocalista. Su nombre era John Lydon, al que rápidamente rebautizaron como Johnny Rotten, completando así la formación de unos Sex Pistols que parecían ya listos para asaltar literamnente la primera línea del punk, cosa que consiguieron rápidamente gracias a una actitud y una sensación de peligro probablemente nunca vistos hasta entonces.

Llegar al estrellato fue un abrir y cerrar de ojos, y gracias a una carrera llena de escándalos y polémicas que no se alargó mucho más de un par de tormentosos años (y a un suculento contrato por parte de EMI, que los fichó cuando aún no habían grabado ni una triste maqueta y les ayudó a aparecer en todos sitios), los Sex Pistols se las han apañado para pasar a la posteridad como la banda quintaesencial del punk rock tanto por pintas como por actitud. Y es que en unos setenta en el que el rock progresivo pretencioso y de grandes ínfulas dominaba buena parte de las listas de éxitos tanto americanas como sobre todo británicas, bandas como los Sex Pistols y muchos de sus compañeros (musicalmente más agraciados en mi opinión) ofrecieron una conexión y una vía de escape a toda una nueva generación urbana, obrera, maldita y empobrecida a la que todo lo que representaban Genesis, Emerson, Lake and Palmer u otras estrellas del rock del momento les quedaba realmente lejos.

Porque claro, ese espíritu hippie, psicodélico, lisérgico, positivo y super-pacífico que nació a finales de los sesenta y que sirvió como semilla para el nacimiento y el crecimiento de un montón de bandas técnicamente rebuscadas y líricamente muy lejanas a lo que se vivía en la calle diez años más tarde, con lo que el punk encontró un caldo de cultivo ideal para romper tanto cultural como socialmente con el buenismo y el conformismo social establecido en un rock que se había estando adultizando a marchas forzadas y que vivió su última gran revolución a rebufo de Jones, Cook y compañía, que demostraron que la música podía estar de nuevo en manos de la calle (aunque a la hora de la verdad quién se beneficiara fueran las mismas discográficas de siempre) y ser otra vez algo al alcance de todos. Su rebelión fue parte del sistema, sí, pero conectó con quien tenía que conectar para que pareciera algo nuevo y rebelde.

Con Matlock fuera de la banda (dicen las malas lenguas que por ser demasiado poco pistol y – ¡blasfemia! – por gustarle los Beatles), el jovencísimo y ya muy perjudicado Sid Vicious pasó a encargarse del bajo (bien, o eso pretendía, porque en el disco nunca lo tocó) y a capitalizar la mayoría de polémicas que rodeaban cada vez más a la banda. Sid epitomizó como nadie el nihilismo y el derrotismo del punk, un movimiento que muchas veces ha llevado la autodestrucción en lo más intrínseco de su ADN, y con los años se ha convertido en el gran mártir y el máximo icono de toda una época, cuando el pobre chaval no hizo mucho más que mostrar una imagen cool, haber sido víctima de una vida y una infancia de mierda, actuar casi siempre como un imbécil y chutarse como si no hubiera mañana hasta morir de sobredosis con tan solo 21 años de edad.

Vamos, que es evidente que la historia de los Sex Pistols es fascinante de arriba a abajo, y tanto si te los crees y los compras como si te parecen un fraude y un producto, no hay problemas en identificar que probablemente ahí radique gran parte de su éxito y su mito. Lo cachondo del tema, de todas maneras, es que con la coña estos días me he puesto a escuchar el disco (porque en última instancia a esto es a lo que he venido, claro), y ostras, para mi sorpresa me ha gustado bastante más de lo que me esperaba. De hecho, joder, me ha gustado notablemente. La inmensa mayoría de canciones ya me sonaban de algo, pero puestas asi juntitas me ha parecido todo bastante más sustancioso y he encontrado que suena mucho mejor que el recuerdo que tenía de ellos.

Quizás el problema es que en mi opinión lo forzado de su personaje se los come un poco, pero las canciones que encontramos aquí tienen fuerza, actitud y gancho, y no me sorprende que se hayan convertido en verdaderos himnos. No tengo nada que decir en absoluto sobre «Anarchy in the UK» o «God Save the Queen», temas trilladísimos que todos conocemos sobradamente, pero desde mi posición de inexperto en el catálogo de esta gente me ha sorprendado encontrar gemas como la divertida y bluesera «No Feelings» (quizás una de mis nuevas favoritas), la inmensa y machacona «Problems» (versionada por verdaderos juggernauts del metal como Megadeth o Exodus), la coreable y rabiosa «Seventeen», la vacilona y más powerpopera «Submission», con una buena e inesperada ración de ruiditos, coros y tecladillos psicodélicos, o la potente y sentida «EMI» final.

Incluso temas que ya creía conocer bastante como la inicial «Holidays in the Sun», la bailonga y coreable «Bodies» o la pegadiza «Pretty Vacant» me han acabando enganchando mucho más de lo que lo habían hecho en ningún momento de mi pasado, y he sido capaz por fin de identificar y valorar el mérito de una banda que ha sido una influencia masiva para tantas propuestas futuras. No os creáis que yo no soy el primer sorprendido de que me haya gustado tanto y me haya resultado tan disfrutable, pero no puedo negar que así es. No hay ningún tipo de virtuosismo aquí, por supuesto, y Rotten no es un cantante particularmente talentoso (aunque su voz gritona y escupiente se haya convertido en icónica y mil veces imitada), pero de esto se trata precisamente. No sé cuán auténcticas son estas composiciones o cuánta mano metieron Malcolm y los jerifaltes de EMI en ellas, pero aquí hay un buen puñado de canciones más que válidas cuyos patrones podemos ver diseminados por todas aquellas agrupaciones que han abrazado el punk en los últimos cuarenta años.

Fieles a su modo de vida frenético y descontrolado, la banda se separó poco después de publicar el disco, tras una gira americana absolutamente caótica en la que McLaren buscó que tocaran en los estados y lugares más conservadores y en los que podrían crear más polémica. Pero la lucha de egos (Lydon se empezó a creer esto del éxito) y el constante vivir en el filo de la navaja hizo que las tensiones entre todos los elementos que formaban Sex Pistols y su entorno se hicieran insostenibles y acabaran con cada uno por su lado. Tras intentar embarcarse en una errática y breve carrera en solitario, Sid Vicious y su novia Nancy Spungen murieron con pocas semanas de diferencia unos meses después de la separación de la banda, mientras que el resto de componentes han vivido trayectoras, dispares, irregulares y muy lejanas al éxito del que disfrutaron los Sex Pistols.

Es posible que su breve y accidentada carrera y la tragedia y misticismo alrededor de la desgraciada vida y muerte de Sid (con película incluida) les haya añadido un componente de idealización que no hubieran tenido si hubieran continuado juntos e, irremediablemente, hubieran acabado arrastrándose y enfangando su propio nombre con discos mediocres (las carreras en solitario de los supervivientes no son precisamente para tirar cohetes si exceptuamos los primeros tiempos de PiL, y hoy en día el pobre John Lydon / Rotten es una triste caricatura de sí mismo), pero es innegable que sus intensas circunstancias les han aupado a ser ese icono juvenil y rebelde que explotó antes de tener tiempo a venderse, acomodarse o entrar en la más patética de las decadencias.

De no haber existido esta sección es muy probable que yo nunca hubiera tenido la suficiente disciplina y motivación para ponerme a escuchar este disco en profundidad, y tampoco os penséis que ahora me voy a afeitar los lados de la cabeza, me voy a embuchar en unas Martens (para ir bien, robadas) y unos pantalones elásticos de tartán y me voy a llenar la cara de imperdibles, pero sí que voy a tener que dejar de decir eso que solía decir, desde mi orgullosa ignorancia, que Sex Pistols son una banda de mierda insultantemente sobredimensionada. Sigo pensando que gente como The Clash u otras propuestas con más recorrido tienen mayor valor histórico y musical que los Pistols, pero en el futuro tampoco voy a negarle las gracias a un disco tan notable como me ha parecido ser ahora este Never Mind the Bollocks. Más vale tarde que nunca.

Para acabar, claro, toca nominar al próximo afortunado (o víctima, según se mire) que tendrá que enfrentarse a una reseña improbable. Con dos años de retraso, no me queda más remedio que enchufarle el Burn My Eyes de Machine Head a nuestro compañero Beto Lagarda, ya que el tío lleva desde que le conozco poniéndome de los nervios y diciendo que a pesar de que le flipa The Blackening y la banda de Robb Flynn en general, Burn My Eyes le parece un mojón sobrevalorado. ¡Anda ya, infeliz, escúchatelo bien y atrévete a decirlo otra vez!

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Sobre Albert Vila 952 Artículos
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día. Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.