La reseña improbable: Mägo de Oz – Jesús de Chamberí

Ficha técnica

Publicado el 5 de diciembre de 1996
Discográfica: Locomotive Music
 
Componentes:
José Andrea - Voz, Teclados, Piano y Hammond
Carlos "Mohammed" - Violín, violín eléctrico y Gosivoses
Carlitos - Guitarra Solista y Mandolina
Frank - Guitarras y Guimbarda
Salva - Bajo y Kilomba acústica
Txus di Fellatio - Batería y pandero castellano

Temas

1. Génesis (Intro) (1:04
2. Jesús de Chamberí (7:33
3. El Ángel Caído (5:06)
4. Al-Mejandría (3:46)
5. El Cuco y la Zíngara (Instrumental) (4:06)
6. Hasta que tu muerte nos separe (5:41)
7. La Canción de Pedro (5:33)
8. Domingo de Gramos (4:15)
9. Jiga Irlandesa (Instrumental) (2:53)
10. El Cantar de la Luna Oscura (5:23)
11. Judas (4:57)
12. La Última Cena (3:50)
13. Czardas (Instrumental) (4:29)
14. El Fin del Camino (8:53)

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Aunque le tengo cariño y secretamente deseo que me llegue de nuevo más pronto que tarde (mimimi!), la sucia pelota de las reseñas improbables vuelve a mi mesa gracias a la generosidad de nuestro compañero Xavi Prat. Si la otra vez me tocó comerme con patatas ese larguísimo y pesado disco de infecto nu metal que es el tal The Fundamental Elements of Southtown de P.O.D., esta vez tengo que bucear de lleno en otra de mis más notorias nemesis, que no es que sea Mägo de Oz en concreto sino todo ese rock / heavy español más o menos clásico que siempre me ha parecido algo casposo y que he asociado, con o sin criterio, a bandas que no me gustan (o eso he pensado siempre, porque escucharlas las he escuchado bien poco) ni en estilo ni en imagen ni en actitud.

Porque la verdad, y aunque siempre he encasillado a Mägo de Oz en ese saco (y menos simpatía me generan aún por el hecho de ser la banda más grande del heavy patrio y ganadora perpetua de los premios a mejor banda del año en Mariskal Rock, ergo la banda metalpaca por excelencia), lo cierto es que no creo que haya escuchado nunca nada más allá de la archiconocida «Fiesta Pagana». E incluso eso es algo que ha ocurrido siempre en entornos eminentemente festivos, donde la he coreado y saltado como el que más. Imaginaos pues hasta qué punto llegan mis prejuicios. Por suerte, esta bendita sección nos permite enfrentarnos a ellos periódicamente (otra cosa es que todos lo hagamos), con el corazón abierto y la mirada serena, y a eso mismo me dispongo al mirar cara a cara este Jesús de Chamberí, un álbum que no conocía absolutamente de nada pero que todos los fans de la banda madrileña tienen, creo, en muy alta estima.

Así que sin saber muy bien qué esperarme, me puse el disco con ciertas esperanzas (ya os digo que soy una persona verdaderamente positiva) e intentando pasar por alto la evidente cutrez que se nos muestra en portada, donde más allá de la foto, tanto la composición como los colores, la fuente y ese «(Opera Rock)» ahí mal puesto son tirando a nefastos. Y no podemos decir que mi primera escucha fuera precisamente satisfactoria: rocanrol urbano y simplón con algunos violines (algunos con más sentido que otros), una producción tirando a chapuzas, con canciones sin gancho y donde los instrumentos suenan bastante deslabazados (y, a veces, incluso fuera de tiempo). Por desgracia, de esta primera intentona salvo únicamente el par de temas instrumentales («Jira Irlandesa» y «Czardas»), que para más inri son versiones de canciones tradicionales.

Como estoy seguro que me estoy perdiendo algo (el disquín me ha parecido ramplón, mediocre y vulgar así de buenas a primeras), y como yo no me tomo estas reseñas improbables como un simple destripe sádico y gratuito de discos que no me gustan sino como una oportunidad para hacer frente a mis prejuicios, les pedí a sus más ardientes defensores dentro de la redacción (entre ellos el propio Xavi Prat, pero no es el único) que me explicaran por favor qué es lo que ven de tan especial en este disco. Me enumeraron cuatro canciones que consideran geniales y me hacen hincapié en que este es el primer disco verdaderamente de verdad de la banda, que está hecho con un espíritu totalmente DIY y es autoproducido por ellos mismos. También mencionan la brillantez de las letras y de la historia. Bien pues, aquí tenemos algo por dónde empezar.

Así que comencemos de nuevo. Musicalmente, y sin ser para nada un experto en la materia, en esta segunda escucha esto me parece una especie de mezcla entre Celtas Cortos y el rock / metal español así urbano y con toques macarras que se invadía el estilo en los ochenta. Es verdad que, mirando con más detalle, quizás intentan incorporar elementos más ambiciosos y complejos, incluso simfónicos, y puedo verle un cierto potencial a la idea que no sé hasta qué punto llegan a desarrollar en el futuro (ya que no me he escuchado sus discos posteriores y, en principio, tampoco lo haré ahora), pero tampoco me parece (en este disco en concreto) que inventen nada ni que suenen particularmente originales. Más bien al contrario.

Otra cosa que hecho en falta es que haya alguna canción que me atrape de buenas a primeras, eso que se llama habitualmente un hitazo. Ya sé que debe ser como mentar a la bicha ante los fanes trues de Mägo de Oz, pero esa  «Fiesta Pagana», por ejemplo, es un himno pegadizo y festivo, mientras que aquí es verdad que los registros van cambiando (canciones como «El Cantar de la Luna Oscura», «Judas», «Domingo de Gramos», «El Final del Camino» o las instrumentales que menciono antes son temas obviamente distintos entre ellos, algo que les valoro indudablemente), pero no encuentro nada que me sorprenda ni que me atrape especialmente. Volveré más adelante a las canciones, pero de momento, en serio, estoy muy lejos de estar impresionado.

Vamos ahora con la historia y el contexto. Se trata de un álbum conceptual, autobautizado pomposamente como opera rock (aunque de opera tenga poco) y que sitúa la figura de Jesucristo y sus últimos días pre-crucifixión en el Madrid más decadente de putas, camellos y otra gente de mal vivir (¿inspirado, quizás, en el «Jesucristo García» de Extremoduro?). La idea parece interesante y tiene mi aprobación plena, y el rollo macarra de la música le pega bien a las partes de la historia pascual que puedo entender al escucharlo, asociando personajes y situaciones con equivalentes urbanos en general bien encontrados.

He de confesar que tampoco me he ido a estudiar las letras de todas las canciones para ver qué papel tomaban en la historia (aunque algunas son evidentes, claro), pero el año pasado ya vimos que esta temática tampoco es del todo original en el mundo del rock y del heavy metal. Además, más allá de la originalidad de la historia como tal, es probable que a los madrileños todo esto les parezca algo más cercano y encantador, pero para mí que hablen y se centren en ciertos enclaves de la capital española (un lugar que aprecio mucho y que he disfrutado en todas mis visitas más o menos ocasionales, ojo) no me dice especialmente nada.

Pero bueno, a mis casi cuarenta años he desarrollado una habilidad (o una inhabilidad, según se mire) para llegar a apreciar casi todo lo que escuche con cierta insistencia y que no sea absolutamente horrible. Eso que en otras palabras podríamos llamar simple y llanamente falta de criterio. Pero bueno, así es precisamente como funcionan las radio-fórmulas: te taladran una canción una vez tras otra para que, finalmente, la tengas tan interiorizada que te pienses que te gusta. Yo no he insistido tampoco tanto, pero después de escuchar Jesús de Chamberí en hasta seis ocasiones (repartidas por las semanas, eso sí), mi opinión ha mejorado bastante respecto a aquella insulsa primera impresión que relato unos párrafos más arriba. No para considerarlo una obra maestra ni mucho menos, pero sí para considerarlo escuchable y, como mínimo, verle algunas gracias.

Si es que joder, no sé tomarme las cosas a la ligera.

Como buen hijo de los noventa, el disco dura unos innecesarios 67 minutos, repartidos en catorce temas de todos los colores. Una campana da la bienvenida al regreso del verbo con la breve introducción llamada «Génesis», que cuenta con una melodía bastante inquietante que no hace pensar en absoluto que lo que la va a seguir va a ser una especie de rock ‘n’ roll urbano y tarbernero llamado «El Angel Caído», lleno de pianos y violines. La canción no está del todo mal, pero no deja de ser un rocanrol bastante genérico como los que hemos escuchado mil veces en la música patria de los ochenta (no me hagáis enumerar ninguno, por favor, pero el estilo lo tengo escuchadísimo). Los toques celtas, eso sí, le dan un toque algo diferente, pero tampoco os creáis.

El heavy metal (y concretamente, el «Holy Diver» de Dio que fusilan en las primeras notas) desembarca a nuestros oídos con los siete minutos y medio que dura el tema título. Quizá falta un poco de punch y una vez más peca de algo simplona, pero nadie le puede negar el dramatismo, la épica y la gracia a buena parte de la melodía, guiada por la voz de un Jose Andrëa que, eso sí, no me acaba de parecer la maravilla que todo el mundo ve, quizás por culpa de una producción que la separa un poco del resto de la banda. Con una influencia de Iron Maiden evidente, el tema funciona perfectamente usando un montón de clichés que mil bandas habían usado ya antes, pero que siguen siendo resultones.

Otra vuelta de tuerca nos lleva a «Al-Mejandría» (ehem), que al principio también tiene un rollo Maiden, pero que inmediatamente desbarra hacia una especie de funk festivo y lleno de coros que salta de la épica y la malota seriedad del heavy metal a unos ritmos desmadrados, infantiloides y manifiestamente mejorables que sirven, parece, para presentar la primera tentación de Satanás a Jesucristo. Por el nombre, ya os podéis imaginar cuál es, ¿no?

La banda sigue sin repetirse (eso es verdaderamente admirable, quizá el gran punto fuerte del disco) con «El Cuco y la Zíngara», una pieza instrumental de puro folk rock que tiene un aire bailable y divertido, tanto cuando tira de violines como cuando incorpora una guitarra ansiosa de protagonismo eléctrico. El rollo medieval se acentúa en algunos momentos, y en general la canción es disfrutable, incluso, por parte de aquellos que le tengan tirria a la voz. Volvamos al jebi de toda la vida con «Hasta que la Muerte Noch Separe», una de las canciones más directas y pegadizas de todo el disco, con una melodía con la que cualquier fan del heavy metal clásico se puede identificar al lado de algunos toques clásicos interesantes.

«La Canción de Pedro» es una curiosa amalgama de folk rock y heavy urbano con algunos momentos notables (parte reggae y licks de bajo a lo Joey di Maio incluidos), y otras melodías tirando a cutrillas, mientras que «Domingo de Gramos» es otra sorpresa inesperada en forma de charlestón madrileño de glorificación fumeta y voces femeninas molonguis. No es que me guste especialmente (de hecho quizás es una de las que menos, y en algunos momentos la ejecución es terrible) pero les aplaudo los santos cojones de meter esto aquí en medio.

No tengo nada que decir de la instrumental «Jiga Irlandesa»: festiva, saltarina y totalmente OK en todos los sentidos. Una especie de interludio alegre que repite una melodía verdaderamente infecciosa hasta la saciedad y que es indudablemente bien recibido. Unos pocos temas más tarde, «Czardas» cumple esa misma función con igual éxito. Una pieza que recuerda a Dire Straits o a otras bandas de «rock adulto», consta básicamente de un largo solo de guitarra llorón que se convierte al final en una melodía de violín peliculera e igualmente pegadiza.

El folk lírico de «El Cantar de la Luna Oscura» tiene una bonita melodía que hará las delicias de los más dulces del lugar. Yo le veo un aire bastante claro a Héroes de Silencio, aunque el tono de voz de Jose Andrea es tan distinto al de Enrique Bumbury que no se nota mucho. Como ocurre en muchas otras canciones de este disco, el violín es protagonista hasta que, cuando llevamos cosa de dos tercios, aparece una guitarra eléctrica estridente (no lo digo como algo negativo) para marcarse un solo metalero e incisivo. Por momentos me parece un pelín fifi, pero vamos, no seré yo el que le niegue los méritos a una muy buena canción que (de hecho no lo sé) me imagino que habrá tenido bastante recorrido en la carrera de la banda.

El punk rock y el rock alternativo también tienen su pequeño lugar aquí. «Judas» tiene de eso y también de rock and roll clásico (como el de «El Ángel Caído», pero con mucha más distorsión), además de un estribillo bastante pegadizo que me recuerda, y mucho, a algo que no soy capaz de identificar. No está mal, pero quizás se hace un pelín repetitiva. «La Última Cena» habla de lo que os podéis imaginar perfectamente y es otra jebiolada orientaloide perfectamente resultona gracias a un riff simplón pero groovey y a un montón de trazas del estilo presentes en cada rincón. A nivel de ejecución también tiene momentos mejores que otros, pero podemos obviarlo por el hecho de ser una pieza central del disco, con la escena de los dos hombres de negro disparando a Chema, que así se llama nuestro Jesús particular.

Y acabamos con esos 67 minutos que decíamos y que, a la que nos hemos puesto, han resultado ser un viaje bastante más interesante de lo que vaticinaba. De forma muy propia, «El Final del Camino» supone la última piedra que nos lleva a la conclusión. Con casi nueve minutos de duración, es el tema más largo del disco, y una vez más alterna momentos muy conseguidos con cutreces mal acabadas. En su mayor parte es otro tema de heavy metal con violines, pegadizo pero más o menos estándar, con una intro acústica y baladística y unos interesantes coros de «Spiritus Sanctus Ora Pro Nobis» que, finalmente, y en su segunda vuelta, desembocan de nuevo en la melodía inquietante esa de la que hablábamos al principio del disco y que, quizás, no tiene el protagonismo que se le podía intuir (porque aquí hay muchas cosas, pero intriga poca).

Pues vaya, parece que al final (y no os diré que no me sorprenda) este Jesús de Chamberí ha acabado revelando sus atractivos con bastante fuerza. No me convertirán en un fan de Mägo de Oz ni de coña, y creo que tampoco no han sido capaz de romper del todo con mi imagen preconcebida de la banda, pero de la impresión horrenda que me causó su primera escucha hemos pasado a un aprobado más que sobrado al cabo de unas cuantas vueltas. Por encima de todo, y más allá de la fortuna musical de cada una de las canciones individualmente (que me pueden gustar más o menos o resultarme más o menos pegadizas), les valoro la diversidad y la valentía de meter todo esto en un álbum de teórico heavy metal en un país metaleramente tan poco valiente (sobretodo antes) como España.

No es que inventen exactamente nada, pero sí que incorporan un montón de cosas que poca gente habría asociado a priori con este estilo, apostando por la diversidad y la sorpresa del primer al último minuto (en este sentido, ojo, me han recordado un poquito, salvando las muchas distancias, a Obeses, una banda que personalmente me encanta). Y eso es algo que no solo es valiente y que les aplaudo, sino que, para más inri, les funcionó hasta bien. Tanto, que poco a poco se convirtieron en la banda más grande de rock / metal de las Españas (y quizás, de las Latinoaméricas). Yo, como fan habitual del metal extremo, del prog rock y metal, del hardcore y de un montón de estilos más, y como despreciador habitual de la banda y su estilo, me rindo a la evidencia: Jesús de Chamberí, me ha parecido, sí, un buen disco, que he llegado incluso a disfrutar un poquito.

Bueno, y llega el momento tan esperado (sobre todo por el resto de nuestra redacción) con el que cerramos todas estas reseñas improbables: dando a conocer quién es el pringado que se come la ponzoñosa pelota que aguanto ahora mismo en mis manos. He tenido la tentación de endosarle este mismo disco a algún prejuicioso que no se creía que podía ser tan escuchable como le comentaba, o hacer que, por fin, un escéptico se escuchara el Burn My Eyes de Machine Head para que deje de decir de una vez que es un disco mediocre. O forzar a nuestro anti-prog de referencia a tener que digerir el Selling England By the Pound de Genesis. Sabaton, Dream Theater o Theatre of Tragedy han cruzado mi mente al lado de cada uno de sus potenciales destinatarios, pero finalmente, he tenido una idea repentina (no sé si brillante o no): cómo estos días hemos estado hablando de Metallica, y además estarán por aquí en nada, qué mejor que darle la oportunidad a nuestro death metalero de referencia, y azote de la actual encarnación de los californianos, a reconciliar su relación con ellos. Robert Garcia: te ha tocado enfrentarte a Hardwired… to Self-Destruct, el último (¡y largo!) disco de Metallica. ¡Disfrútalo, que no está tan mal!

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Sobre Albert Vila 953 Artículos
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día. Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.