Anathema – The Silent Enigma: 25 años del exuberante final de los primeros Anathema

Ficha técnica

Publicado el 17 de agosto de 1995
Discográfica: Peaceville Records
 
Componentes:
Vincent Cavanagh - Voz, guitarra
Danny Cavanagh - Guitarra
Duncan Patterson - Bajo
John Douglas - Batería

Temas

1. Restless Oblivion (8:03)
2. Shroud of Frost (7:31)
3. ...Alone (4:24)
4. Sunset of Age (6:57)
5. Nocturnal Emission (4:20)
6. Cerulean Twilight (7:05)
7. The Silent Enigma (4:25)
8. A Dying Wish (8:12)
9. Black Orchid (3:40)

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En lo referente a los ingleses Anathema, yo soy de esos aficionados incondicionales (somos más de los que parece) capaz de apreciar e incluso amar su producción discográfica en todas sus vertientes. Me gusta el doom metal más estricto, oscuro y canónico de sus primeros trabajos, me gusta la transición gótica y melódica que representan tanto el disco que hoy nos ocupa como Eternity, el dinámico rock alternativo de Alternative 4, Judgement o A Fine Day to Exit y el rock progresivo y dulzón de We’re Here Because We’re Here, Wheather Systems o su disco homónimo. Y a pesar de que su última entrega, The Optimist, me dejó más que frío y, probablemente, me obliga a colocarlo como disco más flojo de su carrera, sigo pensando que la banda liderada por los hermanos Cavanagh ha sido siempre enormemente valiente y tan auténtica que ha llegado a convertirse en una de las formaciones más interesantes que he tenido la oportunidad de seguir y, sin ninguna duda, en una de las grandes bandas de mi vida.

De la carrera de Anathema me gustan todas sus etapas y (casi) todos sus discos, pero si tuviera que escoger tan solo uno de ellos para llevarme conmigo a una isla desierta, habría muchas posibilidades de que éste fuera The Silent Enigma. En primer lugar, porque su segundo larga duración fue el álbum con el que los descubrí (y eso, ya lo sabemos, siempre le confiere un valor emocional especial), pero también porque sigo considerándolo un disco brillante que me sigue despertando sensaciones muy parecidas a las que me despertó a mis dieciséis tiernos e inocentes años. En mi opinión, se trata de un trabajo que ha envejecido fenomenalmente bien tanto a nivel de producción como en cuanto a canciones y, a pesar de ser parcialmente desconocido para aquellos aficionados que se subieron al carro anathémico con el cambio se siglo, goza de un lugar insustituible en el corazón de los aficionados de toda la vida. Tanto, que apostaría a que muchos de ellos no dudarían en colocarlo como su favorito.

Tras el éxito que empezaron a cosechar con Serenades y con los EPs The Crestfallen y Pentecost III, en los que, enmarcados junto al crecientemente popular (y algo fabricado) Peaceville Three que formaban junto a Paradise Lost y My Dying Bride, Anathema aún apostaban por el doom metal clásico y por la cavernosa voz de su vocalista original Darren White, en The Silent Enigma los británicos decidieron dar un pequeño giro a su música, simbolizado de forma explícita por la definitiva toma del micro por parte de Vincent Cavanagh. En esta ocasión (que fue la primera y la última), el bueno de Vincent aún iba a intentar darle un toque rasposo y gutural a la mayoría de pasajes, quizás para no departir tan bruscamente de lo que nos tenían acostumbrados hasta entonces, pero ante la evidencia de que la tonalidad de su voz brilla bastante más en lamentos, melodías y registros desesperados que en agresividad y rabia, éste iba a ser el último disco de la banda en contener voces más o menos guturales.

Otra razón por la cual tuvieron que salir del paso de esta manera es que gran parte The Silent Enigma aún se compuso con la voz de Darren White en mente. El afamado vocalista dejó Anathema muy pocos meses antes de la publicación de este trabajo que, por cierto, originalmente tenía que titularse Rise Pantheon Dreams. Pero al partir se llevó con él ese título hacia The Blood Divine, el prometedor proyecto que emprendió junto a tres ex-miembros de Cradle of Filth. Hubo bastante prensa y expectativas alrededor de esta banda, pero aunque su primer Awaken es bastante interesante, por desgracia su producción acabó limitándose a un par de discos aceptables que pasaron sin demasiada pena ni gloria.

Pero la voz no es el único cambio que la banda introduce en este trabajo, en el que el característico death / doom metal primigenio con el que nos acostumbraron se tiñe de melodía, de pasajes acústicos y atmosféricos y de componentes cercanos al metal gótico. Si en el Draconian Times que reseñamos hace un par de meses sus compañeros Paradise Lost apostaban por un metal gótico bastante accesible y con gran influencia de bandas históricas del género como The Sisters of Mercy, en The Silent Enigma Anathema se centran el la vertiente más triste, lánguida, melancólica, desesperada y majestuosa del género.

Las nueve canciones que completan este disco transcurren con pesadez y lentitud, ahondando y metiendo el dedo en los sentimientos más profundos y oscuros que los miembros de la banda supieron sintetizar. Con Anathema, de hecho, fue con quién me pegué las primeras lloreras musicales de mi vida (algo que con los años me ha pasado un montón de veces, pero entonces me sorprendí mucho de poder estallar en llanto con la simple escucha de una canción), y a día de hoy esta emocionalidad extrema se ha convertido en un rasgo identificativo y característico de la música de la banda en cualquiera de sus vertientes: desde «Angelica» a «One Last Goodbye», pasando por «Sunset of Age» o «Untouchable», Anathema son capaces de llevar e interorizar la sensibilidad y la melancolía a un nivel que bien pocas bandas pueden alcanzar.

Es verdad que no se trata éste de su disco más pulido, sobretodo si lo comparamos con todo lo que está por venir, pero lejos de ser un problema, ese detalle le añade un interesante toque de crudeza y de descarnada sinceridad que lo hace aún más creíble. También es posible que, con ese súbito cambio de vocalista y la eterna voluntad de evolucionar como banda (una voluntad que han tenido desde el primer dia y que les sigue acompañando a día de hoy), no sepan exactamente en qué momento se encuentran. Pero de nuevo, en vez de suponer un inconveniente eso les confiere una frescura y una autenticidad que se refleja en un disco coherente, magnífico y lleno de himnos y de momentos verdaderamente memorables.

Podríamos decir también que The Silent Enigma es el último trabajo verdaderamente oscuro de la banda, aunque la oscuridad y la tristeza (que a partir de aquí vendrá generosamente salpicada de rayos de luz y esperanza que, en muchas ocasiones, la hacen aún más triste) estará aún muy obviamente presente en la mayor parte de su discografía posterior. Y eso que los de Liverpool, al igual que ocurre con sus compañeros en el trono del doom noventero británico y como se demuestra en la simplicidad instrumental y compositiva de algunos de los pasajes del disco, nunca han sido una banda especialmente compleja a nivel técnico, pero el resultado y las emociones que consiguen transmitir demuestran que no les hace ninguna falta.

El entonces cuarteto formado por Vincent y Danny Cavanagh junto a John Douglas y Duncan Patterson participó al completo en la composición, con letras y melodías escritas por cada uno de sus miembros, un grupo de amigos de la infancia que crecieron haciendo lo que más les gustaba y que, a pesar de tener que pasar por algunos momentos complicados (como la tensa marcha del propio Duncan y el caos relacional, mental y emocional que vivieron a finales de los noventa), ha seguido creciendo y manteniéndose vivo, unido y fuerte hasta el día de hoy sin renunciar, tozudamente, a evolucionar en cada uno de sus trabajos.

El evocativo, triste y delicado principio de «Restless Oblivion» ya nos pone en el camino de lo que está por venir. Tras la tranquilidad inicial, entran unas guitarras poderosas, pesadas e inconfundiblemente doomeras que se tornan incisivas y neuróticas cuando así lo requiere la evolución de la canción. Rebosante de energía, maravillosamente noventera y con un bajo tremendamente protagonista, alterna momentos acústicos y atmosféricos brillantes con un groove infeccioso y un final in crescendo absolutamente apoteósico que, sin duda, lo corona como uno de los grandes temazos del disco.

«Shroud of Frost», por su parte, tira más hacia la vertiente más majestuosa de su propuesta. En siete minutos y medio empaqueta con total coherencia momentos de distante grandiosidad, sacudidas de cuello brutales e irresistibles y una llorona y melódica languidez capaces de deprimir al tío más dicharachero. Es verdad que el extenso parón central puede cortar un poco el rollo, pero a la que vuelven a arrancar y se lanzan a por el evocativo final instrumenral, todos esos elementos siguen ahí con más presencia que nunca, mostrando incluso algunos de los trazos que van a definir la música de la banda en el futuro y que aquí aún se muestran en un estado más o menos embrionario y experimental.

«…Alone» actúa de interludio acústico a base de guitarra, teclados atmosféricos y la ayuda inestimable de una boscosa y aguda voz femenina, y sirve par preparar el camino hasta una «Sunset of Age» apoteósica por la que siento absoluta debilidad. Fue mi canción favorita en su momento y la habré escuchado tantas veces y la tengo tan interiorizada que es absolutamente imposible que sea objetivo con ella. El fraseo de la guitarra acústica es infeccioso hasta los topes (yo mismo lo habré tocado, también, miles de veces sin ser capaz de parar de dar vueltas sobre él una y otra vez), la línea vocal y los fantasmagóricos efectos de voz son irresistibles y su melodía y atmósfera me parece de las más redondas y completas de su carrera. El intenso final no hace sino añadirle toneladas de épica, y no tengo dudas en elegirla como mi absoluta favorita del disco y, probablemente, como uno de los cortes más enormes de su amplia trayectoria.

El doom metal más canónico y decaído está de vuelta al principio de «Nocturnal Emission», un tema bastante breve para los estándares del disco que introduce algunos elementos curiosos que llegan a recordar a bandas como los primeros Moonspell. Aunque no es malo del todo, su estructura es un poco extraña, está lleno de ruiditos y de pasajes hablados y por momentos parece que no saben qué hacer exactamente con él, así que no hay más remedio que colocarlo en una especie de segundo nivel. En todo caso, esa manifiesta inconclusión ayuda a que tome el rol de interludio que no hace sino darle más valor a la pieza central brutal que es «Sunset of Age», así que no hay mal que por bien no venga.

Algunos pasajes de «Cerulean Twilight» tienen un aire al folk melódico y metálico de bandas como Amorphis, y a pesar de que es algo caótica y quizás le falta un pelín de potencia y concreción en los momentos más energéticos, parece priorizar una atmosfera intensa e hipnótica (la parte acústica y repetitiva final me recuerda hasta a The Doors) y contiene un montón de melodías verdaderamente destacables. El meloso tema título, por su parte, es otro de los grandes momentos del disco. Desde la (muy) bonita guitarra inicial hasta los desesperados y abatidos lamentos de Vincent, y a pesar de que a mi juicio no se trata de un tema tan redondo como los mejores cortes que hemos ido encontrando aquí, se trata de lo más cercano a un single que Anathema había sacado hasta ahora, y por ello mereció la grabación del único vídeoclip que se extrajo de este disco.

La que sí que se merece que nos pongamos todos en pie para aplaudir es la genial y emocionante «A Dying Wish», probablemente una de las canciones más icónicas y logradas de este disco. Tal y como ocurría con la inicial «Restless Oblivion», aquí se juntan buena gran de las virtudes que Anathema eran capaces de expresar en esa época y que van desde la melancolía dulce y melódica a la caña más pesada y rompe-vértebras, para desembocar en una apoteosis final que no me creo que sea capaz de mantenerte sentado. Más allá de sus indudables y numerosas virtudes, esta canción es famosa porque en los últimos años suele ser infructuosamente demandada en sus conciertos, más por chascarrillo que por otra cosa, ya que todo el mundo sabe que los de Liverpool están ya muy lejos de tocarla.

Después del intenso y prolongado orgasmo vivido gracias a «A Dying Wish», la final «Black Orchid» es otra pequeña joya que cierra el disco a modo de outro instrumental con un grandioso y muy acertado protagonismo del bajo. Después de la parte lírica y delicada que ocupa buena parte de su minutaje, se convierte en un tema majestuoso y casi sinfónico que pone la guinda final a este The Silent Enigma con toda la potencia y romanticismo que sin duda se merece.

Después de tantos años y tantos discos tan distintos que suponen hitos por sí mismos, es complicado encontrar el signifcado de The Silent Enigma en la evolución de la música y la carrera de los ingleses. Pero creo que los aficionados a la banda estaremos de acuerdo en que esté es, aún hoy, uno de los discos más queridos, apreciados y valorados por todos nosotros. Por supuesto, y salvo contadas excepciones, las canciones de este álbum son repetidamente ignoradas por los propios Anathema en sus repertorios en directo, algo normal teniendo en cuenta que en estos veinticinco años su camino ha avanzado una barbaridad y tanto su mente como su espíritu están ya muy lejos del metal. Esa evolución es algo que aplaudo sin reservas, ya que en todo caso, por suerte nosotros siempre podremos regresar tantas veces como queramos a esta obra magnífica del metal gótico atmosférico y a una de las creaciones más emotivas de la historia del metal.

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Sobre Albert Vila 952 Artículos
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día. Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.