Rotting Christ – Triarchy of the Lost Lovers: 25 años desde que la épica y la melodía se apoderaron de la música de los griegos

Ficha técnica

Publicado el Abril de 1996
Discográfica: Century Media Records
 
Componentes:
Sakis Tolis (Necromayhem) - Voz, guitarra
Jim Patsouris (Mutilator) - Bajo
Themis Tolis (Necrosauron) - Batería

Temas

1. King of a Stellar War (6:17)
2. A Dynasty from the Ice (4:29)
3. Archon (4:09)
4. Snowing Still (5:44)
5. Shadows Follow (4:37)
6. One with the Forest (4:35)
7. Diastric Alchemy (4:56)
8. The Opposite Bank (5:56)
9. The First Field of the Battle (5:37)

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Antes que nada, dejadme decir que desde siempre he tenido un problema con el nombre de Rotting Christ. No justifico los obstáculos mediáticos ni las cancelaciones que se han tenido que comer por su culpa a lo largo de los años, y tampoco es que yo sea particularmente cristiano (no lo soy en absoluto, en realidad), pero me parece un nombre tan cutre, ramplón e infantil que me extraña que alguien que ya haya cumplido los dieciocho (y ya no os digo los cuarenta, como los propios hermanos Tolis y la inmensa mayoría de sus fans) no se ruborice un poquito al leerlo. Y creédme que me da más rabia que a nadie, porque si se tratara de una banda de black metal cutrona y sin miedo a la vergüenza ajena (como tantas muchas que hay) aún tendría un pase, pero teniendo en cuenta que los griegos siempre han sido valientes, talentosos y más o menos sensibles, han intentado evolucionar en su música y, qué coño, yo siempre los he disfrutado, pues me toca un poco la moral.

De hecho, os diré aún más: el bloqueo que tengo con el nombrecillo de marras (y eso es algo que diría que no me pasa con ninguna otra banda de ningún estilo) me hace colocar a los atenienses inmediata e inconscientemente en una especie de inmerecida segunda división del metal extremo, como si mi yo interno asumiera involuntariamente que una banda con un nombre tan cutre no pudiera ser del todo buena de verdad. Tonterías de la mente, supongo, pero en cierto modo es algo significativo teniendo en cuenta que soy más que consciente que la discografía del ahora fraternal dúo cuenta con un montón de discos sobradamente disfrutables en todas sus épocas, desde el black metal melódico de sus primeros trabajos al metal gótico de alrededor del cambio de siglo o a la imponente propuesta ritual y bombástica en la que se han asentado definitivamente en estos últimos tiempos.

No hace falta explicaros que, a principios de los noventa, el grueso de la floreciente y aún embrionaria escena black metal europea (en su llamada segunda ola) se concentraba en Noruega y, en menor medida, en otros lugares igualmente gélidos del fértil arco escandinavo. Pero en un enclave tan históricamente tan poco rockero y tan lejano de ese epicentro como es Grecia, unos chavales imberbes y rebeldes llamados primero Black Church y, poco más adelante, Rotting Christ, se decidieron a mezclar su voraz y ruidoso grindcore original con la influencia de los clásicos de la primera ola del black como Venom o Celtic Frost, resultando en un EP llamado Passage to Arcturo que publicaron en 1991 y que acabó por ser una de las primeras referencias discográficas de puro black a nivel internacional. Gracias a su éxito en el underground heleno e internacional, una serie de bandas de su país como Thou Art Lord, Nightfall, On Thorns I Lay, Necromantia o Septicflesh (ya sé que estos últimos no se parecen demasiado en lo musical) se animaron a seguir con su ejemplo y enriquecer una de las escenas extremas más solidas y probablemente inesperadas de la época.

Tras seis años de múltiples demos, splits y EPs que les ganaron un lugar de respeto y admiración dentro de la aún incipiente comunidad extrema europea, Rotting Christ estuvieron finalmente listos para dar el salto discográfico de verdad en 1993, de la mano del sello francés Osmose Productions (verdadero actor imprescindible en esos años de consolidación del black). Su álbum de estreno, Thy Mighty Contract, ya me enganchó lo suyo con temones de black metal incontestable y diabólico a la vez que más o menos accesible como son «The Sign of Evil Existence», «The Coronation of the Serpent» o la fantástica y épica «The Fourth Knight of Revelation» (que aún coloco sin duda entre mis cortes favoritos de la banda). Su posterior e igualmente convincente Non Serviam los confirmó como toda una realidad, y ello hizo que la gente de Century Media pusiera sus ojos en ellos y se animara en darles un merecido empujón en la siguiente etapa de su carrera.

El resultado de esa primera colaboración con el potente sello alemán fue este Triarchy of the Lost Lovers que aquí nos atañe, un disco que supone un punto de inflexión pivotal en la carrera de la banda. Sin mostrar un cambio estilístico radical ni muchos menos, aquí los griegos apuestan por una producción y un sonido mucho más potentes, cosa que les permitirá seguir siendo contundentes mientras hacen especial émfasis en su lado mas melódico. Y no solo eso, sino que aquí también encontramos los primeros escarceos de la banda con un gothic metal oscuro que se extendía como la pólvira por la Europa extrema a lomos del éxito de bandas como Paradise Lost o Moonspell y que iba a tomar mucho mayor protagonismo en los dos siguientes discos de los griegos: los notables A Dead Poem y Sleep of the Angels.

Es posible que entonces no fueran aún del todo conscientes del tamaño de esa inflexión, pero Triarchy fue el último de los discos clásicos de la banda en mostrar su logo original (un logo que volvería, seis años más tarde, a la portada de Genesis) y también el que finiquitó los apodos chungos (como Necromayhem, Necrosavron o Mutilator) con los que sus miembros se rebautizaron al inicio de su carrera, en una costumbre habitual de las bandas de black de la época. También se trata del último trabajo en el que contaron con el concurso de éste último (Mutilator, de nombre real Jim Patsouris), antes de convertirse en dúo de facto durante el resto de su carrera futura. En estos utimos meses, por cierto, y tras muchos años lejos de los focos mediáticos, el bajista y fundador de la banda ha resucitado al frente de Yoth Iria, una agrupación con claras reminiscencias a estos primeros Rotting Christ y cuyo nombre, incluso, se extrae del estribillo de ese «The Fourth Knight of Revelation» del que hablábamos unos párrafos más arriba.

A nivel de canciones, a mí Triarchy of the Lost Lovers me parece una auténtica pasada y, no sé si gracias a un cierto componente nostálgico o qué, aún hoy lo sigo considerando el mejor disco de la carrera de los griegos con cierta ventaja sobre los demás gracias a sumar un temazo brutal tras otro y a una cantidad de riffacos y de arreglos melódicos que no tendremos tiempo de acabarnos. El acento de Sakis sigue siendo terrible, pero por todo lo demás la banda da un paso adelante respecto a todo lo mucho y bueno que ya habían apuntado antes y se atreven a parir un discarrazo emotivo, pegadizo, contundente y sin fisuras de ningún tipo que les ayudará a dar el salto definitivo a la primera línea extrema del viejo continente.

Con el tiempo, parece que la inicial «King of a Stellar War» es el único tema que ha llegado a perdurar de verdad en el imaginario colectivo de la banda, siendo aún habitual en sus repertorios en directo. Se trata de una canción larga (la más larga del disco), poderosa e imponente en su relativa simplicidad instrumental (un punto fuerte característico de este disco y de la música de Rotting Christ en general) que nos ofrece algún que otro momento verdaderamente memorable (con el ritmo de puño en alto y punteo abierto á la Dissection que desarrolla en su parte intermedia por encima de todos), pero eso no me justifica que goce de tantísima más gloria que el resto de cortes de este disco, objectivamente tan buenos como ella.

Porque en Triarchy of the Lost Lovers no hay espacio para cortes de relleno ni momentos mediocres, y aún hoy me emociono al escuchar la imponente colección de temazos que se empaquetan aquí. La majestuosa «A Dynasty from the Ice» y sus maravillosas guitarras es un excelente ejemplo de ello, avanzando bajo un ritmo machacón muy comedido a nivel de velocidad y trufado de melodías dobladas acojonantes, pegadizas y tremendamente dramáticas. En la siguiente «Archon», en cambio, ponen por vez primera el pie en el acelerador y nos obsequian con una serie de blast beats igualmente resultones, con gritos desgarrados y ritmos ya escuchados y algo repetitivos que sirven para completar otro tema la mar de disfrutable.

Al igual que en la dinastía del hielo de la que hablaban un par de temas atrás (y aunque en el país heleno nieva más a menudo que lo que uno podría pensar), «Snowing Still» vuelve a recurrir a imaginería, paisajes y fríos entornos nórdicos, inspiración imprescindible para cualquier banda de black metal de la época que no había descubierto del todo aún su propia narrativa (cosa que los griegos iban a hacer, y de sobra, en el futuro). Musicalmente se trata en su mayor parte de un tema lento, doomero, meloso, melódico, melancólico y me atrevería a decir que especialmente accesible, casi una especie de balada del black llena de susurros y de solos edulcorados y emotivos que, eso sí, no hacen que deje de sonar perfectamente creíble.

La imponente «Shadows Follow» es una mis canciones favoritas del disco, y su “A face in the windows / It thinks but it’s senseless / It sees but it’s blind / It sounds but it’s dead “ es protagonista de la parte trasera de una camiseta que me compré en su visita junto a Moonspell y Samael en 1996 a la sala Garatge barcelonesa (un conciertazo memorable) y que aún conservo. Sin apartarse demasiado de las armas que tan bien logran dominar a lo largo del disco (ritmos lentos y bombásticos, guitarras dobladas, grooves irresistibles y melodías de guitarra memorables para parar un tren), los griegos completan aquí un temarral redondo que no está incluso exento de una parte veloz, histérica y alocada poco habitual en estos surcos.

El doom más sabbathero vuelve con «One with the Forest», otro tema magnífico cuyo espíritu llega a recordar a los Cathedral de la época hasta que se engorila brevemente y sin previo aviso en su parte intermedia. A pesar de no soler recordar especialmente su nombre, «Diastric Alchemy» es uno de mis cortes favoritos, y su riff inicial, a pesar de simple y repetitivo, me parece infeccioso y motivante de la ostia (de hecho, ya podrían haber vuelto a él más adelante). El resto del tema vuelve a ser un poco más lento y cercano al doom que tanto lo petaba en la época, pero sigue igualmente repleto de momentos memorables y destila poder y potencia por los cuatro costados.

Nos adentramos de lleno en la recta final del disco con «The Opposite Bank», otro tema crudo, melancólico y emotivo que cuenta con algunas de las melodías más pegadizas y pasajes más logrados de todo el disco (lo que ya es decir). Y es que a pesar de sonar inequívocamente auténticos y de contar con elementos indudablemente duros y agresivos, Rotting Christ lograron parir aquí un disco mucho más accesible de lo que uno pudiera pensar (sobre todo – ehem – viendo su nombre). La cosa acaba con la también genial «The First Field of the Battle», una nueva dosis irresistible de épica, puño en alto y cervicales al viento que cierra con total coherencia (y un puñetero fade out) un discarral que pasa volando y que, al menos a mí, me resulta imposible no disfrutar.

A pesar de ser indudablemente mi favorito, no sé si Triarchy of the Lost Lovers supone el punto álgido objectivo de la carrera de los griegos. Probablemente no, y probablemente ese punto ni tan siquiera existe. Porque los hermanos Tolis han dado ya muchas vueltas a lo largo de los años, y a pesar del éxito de este trabajo y de su aceptación casi unánime entre las masas metálicas de todo el viejo continente (gracias en parte a esa genial gira junto a Moonspell y Samael de la que hablaba antes y que recuerdo como uno de los conciertos más memorables de mis años mozos), decidieron ir un paso más allá (tal y como han hecho siempre) y meterse de lleno en el gothic metal, un experimento que debió alienar a algunos de sus fans de toda la vida pero que creo que les salió bastante bien.

Hoy en día (y a pesar de su puto nombre), Rotting Christ tienen un sonido inconfundible y son una de las bandas más respetadas del panorama extremo internacional, y esa fama está más que justificada en base a una trayectoria discográfica prácticamente impoluta y en unos directos intensos, contundentes y diabólicos. Tras trece discos de estudio, habrá muchos que simbolicen a la perfección su relevancia, pero Triarchy of the Lost Lovers es, sin duda, uno de los momentos pivotales en la evolución de una banda que puso a Grecia en el mapa metálico y que sigue caminando con tosudez por su propio camino.

 

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Sobre Albert Vila 952 Artículos
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día. Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.