Crónica y fotos del concierto de Metallica + Kvelertak - Palau Sant Jordi (Barcelona), 7 de febrero de 2018

Metallica aterriza en Barcelona (1/3): Gran evento metalero con alguna duda razonable

Datos del Concierto

Bandas:
Metallica + Kvelertak
 
Fecha: 7 de febrero de 2018
Lugar: Palau Sant Jordi (Barcelona)
Promotora: Live Nation
Asistencia aproximada: 17000 personas

Fotos

Fotos por Brett Murray / Jeff Yeager

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Después de meses de anticipación y excitación previa en el ambiente y también por nuestra parte, finalmente llegó el gran día. Que Metallica no son como los demás está claro. Los californianos son probablemente la banda más grande de la historia del heavy metal, y por ello las entradas para este concierto en el Palau Sant Jordi estaban agotadas desde hacía meses, y seguro que si hubieran puesto una segunda fecha como en Madrid se habria agotado también. Solo hace falta ver la cantidad de gente conocida que iba a este concierto (aunque la inmensa mayoría no los vi, claro), el número de apasionados cronistas que escribiremos nuestra visión del concierto para Science of Noise (¡hasta 3!) o la repercusión en visitas de los artículos que hemos publicado como previa para darse cuenta de que Metallica genera un interés que ninguna otra banda de nuestro estilo genera.

Por su tamaño como banda y por la repercusión que tienen, es inevitable que todo lo que hacen sea mirado con lupa, ensalzado por los devotos, criticado por los haters y, como mínimo, opinado por los que estamos enmedio. En los días previos a este concierto, como no, también ha sido así: que si el cartel con el torero chusco para el concierto de Madrid, que si las versiones de Obús y Barón Rojo, que si el setlist trufado de temas nuevos, que si no dejan entrar tachas, cadenas y cinturones de balas (aunque luego James llevara uno), que si acreditaron a cuatro fotógrafos mal contados y que éstos tuvieron que tirar fotos desde 25 metros…. Supongo que es parte de la salsa inherente en un mastodonte así, y sin duda es divertido poder mirárselo con cierta distancia.

Teneís que saber que, para mí, todo esto era una novedad bastante grande: aunque he ido a cientos de conciertos, por algun motivo extraño nunca antes había visto a Metallica en directo (lo que es curioso, porque es una banda que en su tiempo me había gustado muchísimo y que nunca me ha desagradado después, pero no se había dado el caso de coincidir en directo). A su vez, soy bien poco habitual de estos eventos masivos. A excepción de varios festivales, creo que puedo contar con los dedos de una mano las veces que he visto un concierto en un pabellón de este tamaño, y dudo que ninguna de las anteriores fuera un sold out como el de hoy.

Al bajarme del metro en plaza España se puso inmediatamente de manifiesto que había algo especial cociéndose en el ambiente. Ya en los túneles de acceso fui recibido por un guitarrista tocando el «Master of Puppets», y al salir a la calle, se acumulaban las colas de gente esperando autobuses que subian a Montjuïc y que se sucedían uno tras otro llenos hasta los topes. Al llegar a las puertas del Palau Sant Jordi, una fila kilométrica de fans subía montaña arriba y avanzaba lentamente hacia las puertas del pabellón y hacia los múltiples controles de seguridad bajo el sonido inquietante y estruendoso de una espectacular campana instalada a la entrada (¿por quién doblan las campanas?) que fue un absoluto y maravilloso puntazo.

Pánico tenía por tenerme que chupar tamaña cola y perderme irremediablemente a Kvelertak. Nunca antes había ido acreditado como prensa a un concierto en el Palau, así que ahí me tenéis dando tumbos de forma bastante pardilla buscando qué hacer y dónde ir, y fue por puñetera potra que di con la taquilla de prensa cuando ya estaba al borde de caer en la resignación y de colocarme al final de la exasperante cola.

Alguien me había dicho que el Palau Sant Jordi tenía un sector de la grada especialmente habilitado para los medios, dónde todos nos íbamos a poner un monóculo y a tomar notas en nuestras libretitas mientras tomábamos té y pastitas con expresión estirada y afirmando que nosotros lo haríamos mejor. Por atractiva que pareciera esta opción, a la hora de la verdad una simpática representante de Live Nation nos dio a escoger, entre sonrisas, si queríamos pista o grada, así que saltándome todas las colas, entré por la zona de invitados y me planté en un brunzido delante del escenario colocado en el centro de la pista, como en la fila diez, con media hora por delante antes de que empezaran Kvelertak. Y es que amigos, esto de hacer funcionar Science of Noise es un currazo que no os podéis ni imaginar, pero tiene sus muchas maravillosas recompensas.

Kvelertak

Plantado como estaba en mi fila diez, de la que no me moví en las siguientes cinco horas, tuve tiempo de departir con múltiples convecinos de zona, lo que me sirvió para descubrir, como ya me esperaba (y entre otras cosas), que a Kvelertak no los conocía ni dios. De hecho, cuando me despojé de jersey y chaqueta y mostré orgulloso mi camiseta de la banda noruega, la gente me miraba con unas caras de confusión que me recordaron a aquel Sonisphere en 2013 en el Fòrum en que Ghost tocaban justo antes de Iron Maiden: los fans de la doncella flipaban no ya con que me pudieran gustar esos suecos vestidos raro y me pusiera a berrear sus estribillos como si no hubiera mañana, sino tan solo con que les conociera. En fin.

Aunque algunos pocos a mi alrededor le pusieron voluntad, el terrible sonido que sufrieron no les puso las cosas fáciles para encandilar a un público ya de por sí poco predispuesto. Desde donde yo estaba, por lo menos, sonó flojísimo y totalmente falto de cohesión, lo que es justamente lo opuesto de lo que caracteriza a Kvelertak en directo, siempre duros, atronadores y compactos como una roca. La entrada de los cinco instrumentistas y el principio con la clásica «Åpenbaring» fue recibido con cierta frialdad, aunque cuando Erlend Hjelvik (que desde que se han hecho un poco conocidos ha reducido ostensiblemente sus michelines) apareció ataviado en su habitual máscara de búho, la gente se lo miró todo con más curiosidad.

El setlist me pareció magnífico, con un montón de clásicos arrolladores y una cierta relegación de los temas de Nattesferd que, tal y como ya me pareció en el concierto que dieron el año pasado junto a Skeletonwitch en la sala Razzmatazz 2, no funcionan ni mucho menos tan bien en directo como los cortes de sus dos primeros trabajos. De este último disco solo sonaron la esencial «1985» y la trallera «Berserkr», mientras el grueso del setlist fue clásico tras clásico: «Bruanne Brenn», «Mjød», «Evig Vandrar», «Ulvetid», «Blodtørst»,… Todos ellos temazos como la copa de un pino, pero el volumen bajísimo, la indefinición en el sonido de los instrumentos y la indiferencia de la práctica totalidad de gente que me rodeaba hizo que, a pesar de intentarlo a base de motivación y puño en alto, me costara bastante meterme en el concierto y disfrutarlo como se merecían y me habría gustado.

«Månelyst» es uno de mis temas favoritos y me costó entender qué es lo que estaba sonando, mientras que almenos en la final «Kvelertak» hubo algo más de nitidez y la gente se animó un poco al ver a Erlend sacar el inmenso banderolo de la banda a pasear. Es complicado ser telonero de una banda como Metallica, un concierto en que para la mayoría de asistentes eres un mal necesario a la espera del plato fuerte, pero los noruegos lo dieron todo, como siempre, y siguen embalados hacia posiciones de privilegio en el futuro del metal. Como mínimo espero que del concierto de hoy, en circunstancias bastante adversas, consiguieran sacar algun nuevo fan potencialmente interesado en verles algun día en una sala donde, ahí sí, se te van a comer con patatas.

Setlist Kvelertak:

Åpenbaring
Bruane Brenn
Mjød
1985
Berserkr
Evig Vandrar
Ulvetid
Blodtørst
Månelyst
Kvelertak

Metallica

Pues ahí estábamos, esperando a que salieran los cuatro jinetes a demostrarnos que aún lo tienen mientras nos apretujábamos alrededor del fantástico escenario central, una configuración que me parece ideal para recintos de este tipo, en los que no hay una estructura fija y se tiene que montar de todas maneras. La visibilidad es genial desde todos sitios, se vé imponente y atractivo, dá mucho juego en cuanto a iluminación y decoración, hay muchas más opciones de estar «en primera fila» y la interacción entre banda y público es bastante mayor. La posición central y giratoria de Lars también me gusta mucho. Como punto negativo, tiene pinta de ser bastante más complicado de sonorizar, y hoy, por ejemplo no acabaron de lograr que sonara bien casi nunca.

Como soy un tipo suertudo, justo detrás mío tuve, seguro, al grupo más numeroso, gritón, borrachuzo y fumador de todo el pabellón. Me pregunto por qué aquí a todo dios le da por fumar (¡y diles algo!) cuando en un concierto en Razz 3, por ejemplo, no he visto un piti en años. De todas maneras, estos inconvenientes provocados por las masas no esconden que sea un gustazo levantar la vista más allá del mencionado grupo ruidoso y ver la grada del Palau Sant Jordi absolutamente abarrotada de caras expectantes que se convirtieron en luciernagueantes lucecitas de móvil cuando, concluido el «It’s a long way to the top (If you wanna rock ‘n roll)» de rigor, se apagaron las luces y empezó a sonar el éxtasis del oro de Ennio Morricone. Clint Eastwood y Eli Wallach tomaron protagonismo en unas pantallas en forma de cubo que suben y bajan y que darían un montón de juego a lo largo de la noche. Para éxtasis el que se apoderó de la totalidad del pabellón, que estalló en un grito apasionado que alcanzó su clímax cuando James, Lars, Kirk y Robert se subieron al escenario para, veinte minutos más tarde de lo previsto, lanzarse a interpretar la veloz «Hardwired», el tema que abre su último disco Hardwired… to Self-Destruct, gran protagonista destacado de la noche.

Mira que hace años que creo que Metallica es un grupo que, musicalmente, ya ha dado todo o casi todo lo que tenía que dar, y en realidad me parece que tienen mucho más que aportar fuera del estudio que dentro de él. Al contrario que muchos, aplaudo que se vayan a tocar a la Antártida, que intenten hacer películas como «Through the Never» (una grandísima idea lastrada por un argumento inexistente) o que se embarquen en montar festivales multidisciplinares como ese fracaso que fue «Orion Music + More». Sus intocables cinco primeros trabajos son un legado imposible de superar, y por mucho que vayan sacando discos siempre se les comparará con aquellas obras cumbre, auténticas leyendas del metal. Aún así, valoro muchísimo que, pudiendo tirar de su inacabable catálogo, defiendan su último trabajo con tal convencimiento, y una tras otra fueron cayendo canciones de Hardwired a pesar de que a la larga acabaran aburriendo un poco a gran parte de un público ávido de hits.

La siguiente que sonó fue una aún celebrada «Atlas, Rise!», con su fantástico estribillo, y bien pronto llegó el primer gran clásico de la noche. «Seek & Destroy» levantó pasiones de buenas a primeras pero me dio la sensación que se desinfló bastante rápido. Aunque los miembros de la banda iban sobrados de actitud y el juego de cubos subientes y bajantes era fascinante y tremendamente efectista, el sonido no acababa de carburar, con algunos triggers de batería a un volumen ridículamente elevado y un poco de jaleo general. No sé si considerar la inesperada «Through the Never» del todo un clásico: a mí, definitivamente, hay varias canciones del propio Black Album que me gustan más, y aunque me parece una buena elección para el directo, no acabó de satisfacer a la creciente cantidad de fans de «Enter Sandman»/»Master Of Puppets»/»poca cosa más» que creo que se acumulaban hoy aquí. Quizás desde mi posición carecía de la perspectiva suficiente, pero mi sensación es que, a no ser que tocaran un hit de los de verdad, mucha gente se miraba el concierto con cierta frialdad.

Sin tener setlists pasados en mente, un bajo psicodélico me hizo pensar que estaban a punto de redoblar campanas, pero al contrario, sirvió de introducción para otro clásico como es «Welcome Home (Sanitarium)», un temazo del que descubrí que me sé más al dedillo los solos de guitarra que la letra. «Now That We are Dead» es otro de esos buenos cortes que contiene su último disco, con un riff principal muy vacilón y pegadizo. En medio de la canción, después de que en esos redobles de timbalas característicos la caja de la batería de Lars sonara por arte de magia sin que él la tocara, se marcaron una especie de batucada un poco extraña y, digámoslo así, sorprendentemente simple. Si te vas a liar a aporrear tambores a lo Sepultura en «Rattamahatta», que ya me parece bien, por lo menos haz algo más que «Pam» y «Pam-Pam». El único que se lo curró un poco fue James, que ya se vé que tiene bastante maña con esto de las baquetas, tal y como ya ha demostrado en otras ocasiones.

El carismático frontman, (figurativamente) inmenso e imponente, ejerció siempre de maestro de ceremonias y encandiló al público con sus cambios de guitarra constante y con un nivel vocal más que decente. Aunque la mayoría de la humanidad le tenga mucha rabia a Lars, e independientemente de que su actuación tras la batería sea, digámoslo así, de un nivel inferior a lo que pueden ofrecer muchos baterías profesionales, a mí me parece un tipo bastante simpático, levantándose constantemente para arengar al público y paseándese arriba y abajo del escenario como todo un jefe que es. Está claro que Metallica no seria lo mismo sin él, ni en lo bueno ni en lo malo, así que por mi parte tiene todos mis respetos. Tanto Kirk con sus pantalones de chándal y guitarras coloridas como Robert con sus trenzas y su presencia salvaje, aunque bien identificativos por si mismos, pasan bastante más desapercibidos al lado de dos monstruos escénicos como son los líderes de la banda.

Después de un «Confusion» que, a pesar de contar con otro muy buen riff, resultó algo prescindible, la extraña repetición de una sola nota de bajo con insistencia sirvió, esta vez sí, de introducción para uno de los grandes temas de la noche y de la carrera de la banda. «For Whom The Bell Tolls» aún no acabó de sonar del todo bien pero removió tripas, pasiones y cervicales a lo largo y ancho del Palau. «Halo of Fire» fue uno de los mejores estrenos. No solo es un muy buen tema en su versión de estudio, sino que en directo sonó muy convincente, con James empezándola de forma intimista para acabar con esos pasajes tan kvelertakeros y (¿en serio que nadie se ha dado cuenta?) ese «Hello Darkness / Say Goodbye» épico que es absurdamente pastado a la canción «Painkiller» de los suecos Backyard Babies.

Uno de los momentos más anticipados de la noche estaba a punto de llegar. Y es que ya sabíamos que a la que Kirk y Robert se fueran a quedar solos en el escenario llegaria la esperada versión personalizada. En Lisboa fueron Xutos & Pontapés y en Madrid Obús y Barón Rojo, así que el debate de con qué nos saldrían hoy era uno de los dilemas que más había dado que hablar. Secreta e ilusamente soñaba con un «Vol de l’Home Ocell» de Sangtraït, pero a la hora de la verdad fue Peret y su vivo muerto que se fué de parranda a tomar cañas el que se hizo merecedor de este pequeño homenaje. Aunque de buenas a primeras me lo miré con una ceja que subía tan arriba como los cubos que se se sostenían sobre el escenario, a fin de cuentas tampoco creo que fuera tan mala idea.

Kirk se retiró y dejó que el amigo Trujillo se quedara solo a honrar la figura de Cliff Burton interpretando un apresurado «(Anesthesia) Pulling Teeth» mientras las pantallas-cubos mostraban fotos del añorado bajista. La banda al completo subió de nuevo al escenario y se lanzaron con una veloz e inesperada «Breadfan», versión de Budgie que me temo que un montón de los presentes no había escuchado nunca, pero que los fans más hardcore disfrutaron enloquecidamente hasta el punto de generar una casi-pelea en mis inmediaciones.

Hay muchas veces que un concierto transcurre en un cierto nivel de intensidad más o menos moderado hasta que llega un punto de inflexión en que la temperatura sube un par de grados para no volver a bajar. En este caso, la improbable desencadenante de tal revolución fue «The Memory Remains», que no solo puso al pabellón entero a corear «oh-oh-ohs» sino que logró milagrosamente que el sonido mejorara al fin. Todo el mundo dice renegar de los Loads, pero en este tema la entrega fue unánime y total, un poco como el PP, que nadie parece votarles pero siempre acaban ganando. El final de la canción dejó a la gente cantando a capella bajo la batuta de Lars, que logró que se alargara por bastante más tiempo del que lo hubiéramos hecho de forma natural. «Moth into Flame» es otro de los grandes temas de Harwired, y fue seguida y celebrada com tal, aunque el elemento estrella de esta interpretación fue sin duda la mesmerizante aparición de un par de docenas de drones iluminados que sobrevolaron el escenario en círculos cuál polillas alrededor de la llama. Sin duda, uno de los trucos escénicos más resultones de la noche.

Después de recordar que la banda lleva 37 años en liza, de preguntar a la gente, uno por uno, cuántas veces habían visto a Metallica en directo y de homenajear a los fans más jóvenes, entramos de lleno en la apoteósica recta final. Uno de los momentos que más disfruté fue «Sad But True», temazo cantable, épico y contundente donde los haya, preámbulo de que la locura se instalara entre el público cuando por las pantallas empezaron a aparecer escenas de «Johnny got his Gun», señal inequívoca de que estaba a punto de caer «One», considerado aún por muchos el mejor tema de la vasta trayectoria de la banda californiana. Los móviles y sus lucecitas aparecieron de nuevo para iluminar la oscuridad y, a pesar de que el bombo sonó muy fuerte y algo embarullado, su interpretación fue un pequeño éxtasis de principio a fin, tanto en las partes más acústicas como en las más tralleras y en el potentísimo final.

Sin ni un segundo de descanso, enlazaron con otro de los temas más esperados y deseados. Letra, punteos y solos de «Master of Puppets» fueron coreados en masa enmedio del delirio general y de algun que otro emocionado pogo no especialmente bien recibido por aquellos que se encontraban cerca. Cuando las cosas estaban más caldeadas, la banda se retiró para dar (y darse) unos minutos de reposo y bajar un poco los ánimos, en un movimiento que no me pareció del todo acertado, al igual que tampoco me lo pareció meter «Spit Out the Bone» en este preciso lugar y arrancando con el bis. Aunque es un gran tema y es posible que perdure unos cuantos años, yo creo que ahora era momento de «Blackened», «Creeping Death», «Battery» o alguno de esos trallazos clásicos que hoy se dejaron en el tintero. También fue un poco raro que los primeros segundos de la canción sonaran en tape por los altavoces y que la banda no tomara el relevo hasta bien entrada la estrofa.

Durante este tema se resolvió otra de las dudas de la noche: ver cual sería la bandera que ilustrarían las pantallas durante el principio del bis. Y mis felicitaciones a los asesores de la banda, ya que creo que la decisión fue perfecta: enseñas de Barcelona, de Catalunya y de España para contentar a todos y, casi más importante en los tiempos que corren, no ofender a nadie. James sonó muy sincero y bastante encantador cuando al acabar nos preguntó, retóricamente, si nos encantaba esta canción tanto como a él. Y sí, la verdad es que también nos encanta, y ha calado tanto que incluso un chico justo a mi lado se la cantó de pé a pá.

Todos sabíamos que no quedaba mucho para terminar, y por supuesto había dos temas absolutamente imprescindibles que aún no habían sonado. Aunque sobadas hasta la saciedad, «Nothing Else Matters» y «Enter Sandman» fueron, casi, lo mejor de la noche. La primera, intimista, dulce y atmosférica, es un temazo objetivo que ya ha trascendido todas las fronteras del metal. La segunda, apoteósica y cantada por todos, supuso el clímax absoluto y un subidón sin igual de temperatura, alegría y excitación. No por nada el Black Album es el trabajo más exitoso de la historia de la banda, de largo, y no por nada estos dos son sus temas más conocidos.

Cuando la música paró definitivamente los miembros de la banda no tuvieron ninguna prisa en abandonar el escenario, y se tiraron tanto rato como les fue requerido repartiendo capazos de púas y despidiéndose de todo el mundo, aunque eso nos costara encontrarnos con el metro cerrado. Creo que nadie les puede reprochar que no sean honrados, valientes e innovadores y que, con miles de conciertos a sus espaldas, no sigan disfrutando de lo que hacen con sinceridad. Me gusta que sigan probando cosas nuevas y que se aprendan una versión local cada noche, me gusta que crean en su nuevo material, me gusta el escenario, simple pero muy efectivo, y su presencia, actitud y carisma encima de él. También me gusta que vayan introduciendo novedades en el setlist noche tras noche, aunque por ello hoy solo nos tocaran en suerte cinco canciones pre-black album.

Así que sí, me encantó ir y, por fin, sacarme la inexplicable espina de no haberlos visto nunca. Pero tampoco creo que vaya a recordar esta noche, ni mucho menos, como un evento particularmente memorable, y de hecho no va a estar, ya os lo digo de antemano, entre mis conciertos favoritos de este año (sin ir más lejos, creo que hace un par de semanas Arch Enemy les dieron unas cuantas vueltas). Más allá de que el sonido fuera muy mejorable hasta casi el final y de que la ejecución en algunos momentos tampoco fuera precisamente óptima, no me acabé de sentir cómodo ante la sensación de estar enmedio de una masa de personas que, en gran parte, no tenían especial interés ni en profundizar en la banda ni, probablemente, en la música en general.

Detecté demasiada indiferencia fuera de los grandes hits, y el desprecio y el ninguneo general hacia un telonero que me encanta casi me ofendió. Supongo que es lo habitual en estos grandes eventos y con estas bandas tan transversales que convocan a un montón de gente que va a un concierto al año, pero también debo decir que no tuve esta sensación en conciertos de, por ejemplo, Iron Maiden, Alice Cooper o Aerosmith. Unas bandas que, quizás, no me gustan tanto como Metallica (bien, Maiden sí), pero cuyos conciertos me parecieron más vibrantes y me convencieron subjetivamente más.

En todo caso, cuando le comentaba estos reparos a una amiga que me encontré al salir y que se lo miró todo con ojos más devotos, me decía «es que nosotros vamos a demasiados conciertos». Y quizás es verdad, aunque quizás hay mucha gente, también, que va a demasiado pocos.

Setlist Metallica:

Hardwired
Atlas, Rise!
Seek & Destroy
Through the Never
Welcome Home (Sanitarium)
Now That We’re Dead
Confusion
For Whom the Bell Tolls
Halo on Fire
El Muerto Vivo (versión de Peret)
(Anesthesia) Pulling Teeth (solo Robert Trujillo)
Breadfan (versión de Budgie)
The Memory Remains
Moth Into Flame
Sad but True
One
Master of Puppets

Spit Out the Bone
Nothing Else Matters
Enter Sandman

Dada la relevancia del concierto, hemos querido publicar hasta tres crónicas dando puntos de vista distintos de la visita de Metallica a Barcelona:

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Sobre Albert Vila 952 Artículos
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día. Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.