Crónica y fotos del concierto de Falç de Metzinera + Amalur Yachay - Sala Monasterio (Barcelona), 4 de enero de 2019

El boscoso y severo ritual de Falç de Metzinera embruja la sala Monasterio de Barcelona

Datos del Concierto

Bandas:
Falç de Metzinera + Amalur Yachay
 
Fecha: 4 de enero de 2019
Lugar: Sala Monasterio (Barcelona)
Promotora:
Asistencia aproximada: 120 personas

Fotos

Fotos por Jaume Estrada

Ya he dicho en más de una ocasión que el concepto musical y temático que nos proponen Falç de Metzinera me parece absolutamente fascinante. Y no solo eso, sino que creo que como tengan la fortuna de estar algún día en el lugar correcto y en el momento adecuado, creo que estas tres chicas podrían aspirar a petarlo bastante más allá del circuito underground en el que se encuentran ahora. El trío catalán mezcla doom, folk danza tribal, fuego, mística y brujería para formar un cóctel único que, por lo visto este viernes en una sala Monasterio prácticamente llena, cada día genera más atención entre un público (como no podría ser de otra manera) algo variopinto.

Como muchos, conocí de la existencia de esta banda gracias a su actuación en el pasado AMFest. Entonces, y a pesar de tener que actuar en un entorno bastante poco propicio (a plena luz del día en una sala amplísima y llena de ventanales), me dejaron absolutamente impresionado. No fue hasta unos días después de ese mágico descubrimiento que me puse a escuchar su producción discográfica (limitada, por ahora, a Vol 1), y si bien las canciones tienen toda la fuerza y el alma que expresan en directo, la experiencia no es ni remotamente completa hasta que te encuentras cara a cara con ellas en un escenario, momento en que todo lo que apuntan en disco se pone en su sitio de forma exuberante. Por ello, su paso por la sala Monasterio este primer viernes de enero se antojó como una manera ideal de empezar un año conciertil que, como es habitual, promete ser bastante denso.

Esta sala (a la que tampoco vengo tan a menudo) siempre es un lugar curioso para este tipo de eventos, rodeada como está de bares de estilos aparentemente aleatorios, desde un pub australiano (vacío) hasta una discoteca árabe (vacía). Y precisamente porque estan todos vacíos, almenos a esas horas, una ristra de comerciales esperanzados se va abalanzando sobre ti a medida que te vas acercando para intentar que te tomes la primera en su bar. Estoy seguro que, tras semanas y semanas de negativas constantes, todos y cada uno de ellos saben perfectamente que no hay ninguna opción de que los greñudos que se dirigen decididamente a Monasterio se vayan a meter en uno de sus tugurios (vacíos), pero la ilusión y las ganas no se las quita nadie.

En esta ocasión, en todo caso, el público distaba mucho de ser el típico de un concierto de metal, quizás porque bien, esto no era exactamente un concierto de metal. Claro que había un montón de greñudos con chupa de cuero de esos de los que hablábamos, pero también destacaba una nutrida representación de la comunidad de bailarinas tribales catalanas, así como muchos otros interesados en la escena alternativa que se desarrolla por estos lares. A un precio único de tan solo cinco euros, la sala presentó un aspecto magnífico desde el primer momento. La pasarela que se alargaba desde el escenario hasta el centro de la pista para mayor lucimiento de Anna de Mas redujo el aforo de Monasterio en unas decenas de personas, creando una cálida sensación de casi lleno que acompañó, realzó y aumentó la intensidad del ritual que se nos presentaba ante nosotros.

Amalur Yachay

Seguro que el sector más recalcitrante de la metalada que vino en busca de oscuridad, dureza y severidad levantó una ceja hasta muy arriba cuando Amalur Yachay (nombre artístico de una chica llamada Sofía) se presentó encima del escenario con su guitarra acústica azul colgada del cuello. Armada con una sonrisa inocente y una voz preciosa y llena de luz, su propuesta fue todo un contrapunto, en casi todos los sentidos, a lo que nos iban a ofrecer las cabezas de cartel de hoy. Por desgracia, la cantautora argentina tuvo que lidiar desde el primer momento con graves problemas con su guitarra: primero al no poder conectarla correctamente al sistema de amplificación (con lo que tuvo que tocar con un micrófono ante la caja), y después porque se le desafinaba constantemente.

Eso hizo que la pobre Sofía se pusiera algo nerviosa y estuviera a punto de tirar la toalla después de cada canción a pesar de los aplausos de un público que la animaba a dejar la guitarra en el suelo y embelesarnos sin miedo con una voz a capella que estaba causando estragos y casi lagrimones. Quizás alguien con más experiencia en escenarios de este tipo habría hecho exactamente eso e, incluso, habría sabido sacar partido de las adversidades, pero en su caso se acabó por saturar y, tras pedir mil disculpas e invitarnos a encontrarnos con su música en las redes o en el metro en el que suele actuar, se bajó del escenario antes de tiempo ante la unánime y empática comprensión de la gente, dejando una sensación mucho mejor entre el público de la que ella misma creyó dejar.

Falç de Metzinera

Si algo no acabó de cuadrar en la impresionante y reveladora actuación que estas tres metzineres ofrecieron en el reciente AMFest donde las descubrí fue sin duda el escenario y el entorno: un espacio abierto y algo impersonal con muchísima luz y una decoración fría y prácticamente nula que no les pegaba en absoluto. Hoy, en cambio, íbamos a poder vivir su ritual en un fondo mucho más apropiado: una sala oscura y recogida y un escenario abundante en troncos, hojas y hierbas varias procedentes de los bosques de Catalunya y de Francia (donde reside actualmente Claudia, batería de la banda). que sí que le dieron el aspecto que una banda así necesita para expresar la totalidad de su concepto y de su espíritu.

Esperándolas, una sala casi llena de un público muy diverso, de todas las edades, orígenes y pelajes, habituales o no en este tipo de fregados. Y es que la gracia de esta banda (bien, una de las gracias) es que ofrece una propuesta tan personal y transversal que puede resultarle atractiva a gran cantidad de aficionados a la música y al arte en sus múltiples vertientes, desde metaleros puros y duros a ocultistas, seguidor@s y practicantes de la danza tribal y oriental, gente que vibra con su esencia catalana o, sencillamente, curiosos interesados en una propuesta sencillamente diferente. Y en esa transversalidad reside, precisamente, el inmenso potencial que les veo a estas chicas, para mí capaces de trascender el underground en el que se encuentran ahora y, en mayor o menor medida, sacar la cabeza a esferas bastante más altas.

Con bastante puntualidad respecto a la hora prevista, Marta y Claudia se subieron al escenario y tomaron sus posiciones en la parte trasera, unas posiciones de las que no se moverían ni un metro durante todo el concierto. Claudia se parapeta tras la batería (aunque ocasionalmente también agarra algún otro instrumento), mientras que Marta toma la voz cantante al bajo, la flauta, el timbal y una recitación dulce pero severa que sirve para hilvanar la historia que nos quieren contar en Vol I y que también también sirve de hilo conductor en sus directos. Ambas se alternan (o mejor dicho, se entrelazan cuidadosamente) a las voces, con sus tonos encajando perfectamente hasta proyectar un canto hipnótico e irresistible que oscila y ondea entre la fuerza y la suavidad.

Ambas empezaron a interpretar una melodía con sus flautas que acompañó la esperada entrada al escenario de la gran protagonista visual de la noche, una Anna de Mas que se presentó con velo negro, corona / tocado voluptuoso y un cuenco nepalí que acabó llenando de incienso y que supuso su primer acompañante al baile. Sus danzas de origen tribal abrazan a la perfección la música que crean e interpretan sus compañeras, resultando en la tercera pata perfecta de un trío que se revela como único. Durante los sesenta minutos que pasaron sobre el escenario, Anna se quitó progresivamente el velo y la corona y bailó a lo largo de la pasarela instalada (supongo) específicamente para ello con telas, fuego y campanillas, haciendo las delicias de los fotógrafos que se llevaron a casa un álbum para enmarcar y de un público que no podía quitarle los ojos de encima.

El concierto consistió básicamente en la interpretación completa de Vol. I en el mismo orden exacto que el disco, introduciendo algunos matices en los tempos de la historia y algún tema aún inédito. Y aunque el disco y los cortes que lo forman ya me parecen potentes y disfrutables de por sí, es muy evidente que, en directo, esas canciones, esa historia y ese concepto toman una dimensión totalmente nueva, tanto en lo musical como en lo visual y lo espiritual. La fuerza del dúo instrumental es innegable, y más allá de los bailes de Anna (que también), tanto la ambientación general como la (gentil) teatralización de la historia están muy bien estudiadas y tienen una fuerza escénica innegable. Especial mención merece la constante incorporación de instrumentos folklóricos y de gadgets visuales y sonoros que impiden que nos despistemos ni desviemos la atención en ningún momento.

Y justamente por el hecho de que constantemente está ocurriendo algo distinto, la hora escasa que duró su concierto se hizo cortísima. Para el final dejaron la que, para mí, es la canción más potente que tiene la banda aunque, curiosamente, no aparezca en Vol I (entiendo que aparecerá en su segundo trabajo, que parece que ya está más o menos en ciernes). Y es que ese antémico y convincente «Resten poques hores per l’alba / que la nit ens guareixi / que no ens prenguin mai l’ànima» llega a poner la piel de gallina en más de una ocasión. Ellas lo saben perfectamente, y por ello también la tratan como algo especial y un (quizás el que más) momento álgido de su actuación, ya no solo por imprimir esas frases en las propias entradas del evento, sino también por recurrir finalmente al fuego, siempre efectista, espectacular y purificador en forma de malabares.

Aunque más de uno (y supongo que, sobre todo, el responsable de la sala) lo pasó mal por el proyector que colgaba del techo encima de la cabeza de Anna y que en más de una ocasión se vio en peligro por la proximidad de las llamas, tanto la interpretación musical como visual de este tema hizo que tuviéramos que aguantar la respiración hasta la apoteósica explosión final, tras la que el trío catalán salió a saludar con cierta timidez mientras recibía vítores a punta pala e infructuosas peticiones de que tocaran una más. A la puerta, elogios unánimes de todos aquellos con los que hablé, y aunque en lo personal su actuación no me sorprendió tanto como en el AMFest (algo normal, supongo), sí que me confirmaron con creces que tienen un potencial inmenso. Mi vaticinio (que os reto a poner en duda si queréis) es que a cada concierto que hagan irá más gente. Y no me extraña en absoluto.

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Sobre Albert Vila 953 Artículos
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día. Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.