Rhapsody – Rain of a Thousand Flames: 20 años de cuando incluso los descartes lucían

Ficha técnica

Publicado el 13 de noviembre de 2001
Discográfica: Limb Music
 
Componentes:
Fabio Lione - Voz
Luca Turilli - Guitarra
Alessandro Lotta - Bajo
Alex Staropoli - Teclados, piano
Alex Holzwarth - Batería, percusión

Temas

1. Rain of a Thousand Flames (3:43)
2. Deadly Omen (1:49)
3. Queen of the Dark Horizons (13:42)
4. Tears of a Dying Angel (6:23)
5. Elnor's Magic Valley (1:40)
6. The Poem's Evil Page (4:04)
7. The Wizard's Last Rhymes (10:38)

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Desde Trieste al mundo. Los Rhapsody de esa primera era parecían imbatibles y en cada disco que entregaban sofisticaban más su propuesta, invertían en medios y tenían frescas las ideas compositivas. Llevarse bien… en fin, Turilli, Staropoli y Lione parece que siempre se decían de todo a viva voz y el temperamento latino era algo con lo que los productores y compañías tenían que lidiar, pues eran volcánicos. Eran tres dragones escupiendo fuego, pero ese choque de egos fue el motor que hizo avanzar al grupo hasta que la repetición manifiesta ya fue insoportable.

Esta obra está grabada en los estudios de Sacha Paeth que en aquella época había decidido finiquitar los maravillosos Heavens Gate para llevar el estilo del power metal a lo más alto, estando tras los controles y contando con todo un Miro en teclados y arreglos (teclista de Heavens Gate). En los coros encontramos a grandes participantes pues allí estaban Oliver Hartmann, Tobias Sammet y Olaf Hayer. Un auténtico lujo… No podemos decir lo mismo e la batería pues está programada, aunque aparezca el nombre de Alex Holzwarth en el libreto.

El disco

El disco en si mismo tiene como objetivo ofrecer al fan algo entre discos. Aquí cogen de versiones y de inspiraciones varias. Ya de por si sola “Power of the Dragonflame” ya vale esta obra pues era una especie de single al que fueron nutriendo de canciones extras y a lo tonto llegaba a los 40 minutos. Aquí está toda la fuerza de su anterior y magna obra Dawn of Victory. Coros, orquesta y galopes a los lomos de la batería programada (Thunderforce la llaman) y partes narradas por Sir Jay Lansford.

“Deadly Omen” es la típica intro que ha quedado fuera del disco y a la que se le da cabida en esta especie de discos que se basan en material sobrante. En clave triste y muy cinematográfica. Luego hay una muy interesante epopeya de más de 10 minutos y en la que hacen un bello homenaje a sus paisanos Goblin, banda que fue la banda sonora de las más míticas películas de Darío Argento. La canción se va elevando con campanas y sopranos. Muchos pasajes ricos y variados en el mejor tema del disco junto al que le da nombre. Interesante también el solo final de Alex, pero aquí gran parte del trabajo es de Goblin.

Luego el disco es una suite repartida en cuatro partes sobre un episodio aparte de la Saga de la espada esmeralda. “Tears of a Dying Angel” es absolutamente teatral y es narrada casi en su totalidad. Les quedó muy bien la tonada irlandesa “Elnor’s Magic Valley”, inspirada en una vieja canción de la tierra del harpa. La combinación de lo medieval y lo folk con el heavy metal siempre fue su fuerte. Aquí todos los instrumentos acústicos son reales.

Destacar el gran nivel de Fabio Lione a las voces en la cabalgada que termina siendo “The Poem’s Evil Page”, aunque no sería la más destacada de todas. Los coros quedan aquí algo raros y vuelven a meter partes narradas. La gran pieza de despedida es la extensa “The Wizard’s Last Rhymes” en la que sí que se inspiran con la sinfonía del nuevo mundo de Dvórak. Funciona muy bien tirando de ampulosidad manifiesta y con Turilli poniendo un esqueleto de guitarrazos bastante sucios entre tanta orquesta.

Era el gran momento de Rhapsody y lo iban a prolongar. Habían asombrado al mundo con su irrupción, más que nada porque nadie había ido tan lejos ni había sido tan ambicioso a la hora de combinar lo clásico con lo metálico. El grupo ya entonces era bastante capaz de defenderse en directo y este disco de descartes y juegos varios con versiones lució y convenció a sus devotos fanáticos. Yo destacaría especialmente la portada del disco pues me parece la mejor de Rhapsody, y mira que tienen de muy buenas.

Con su siguiente obra volverían a dar en el clavo, lástima que el grupo no sabía gestionar su crecimiento y las tensiones entre Turilli y Staropoli empezaban a ser muy complicadas. Sólo les faltaba entrar en grandes sellos, que Manowar se metiesen en el management y que tuvieran que renunciar al nombre de Rhapsody añadiendo lo de “of Fire”.

Jordi Tàrrega
Sobre Jordi Tàrrega 1367 Artículos
Coleccionista de discos, películas y libros. Abierto de mente hacia la música y todas sus formas, pero con especial predilección por todas las ramas del rock. Disfruto también con el mero hecho de escribir.