Opeth – Blackwater Park: 20 años del disco que lo cambió todo

Ficha técnica

Publicado el 12 de marzo de 2001
Discográfica: Music For Nations
 
Componentes:
Mikael Akerfeldt – Voz, guitarra
Peter Lindgren – Guitarra
Martin Mendez – Bajo
Martin Lopez – Batería

Temas

1. The Leper Affinity (10:23)
2. Bleak (9:16)
3. Harvest (6:01)
4. The Drapery Falls (10:54)
5. Dirge for November (7:54)
6. The Funeral Portrait (8:44)
7. Patterns in the Ivy (1:53)
8. Blackwater Park (12:08)

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Antes de meterme a fondo con la obra que vamos a repasar hoy, os quisiera poner en antecedentes; hace más de 25 años que escribo sobre música, desde fanzines, webs, revistas, he hecho reseñas de un buen montón de lanzamientos; pues bien, nunca antes se me había puesto delante la oportunidad de escribir sobre uno de mis discos de cabecera, es más, debo agradecer a Albert Vila que me haya cedido este espacio que debería haber ocupado él y que de buen seguro nos hubiera reportado una más que interesante y extensa lectura.

Y es que para mi “Blackwater Park” es una obra maestra, redonda de inicio a fin, así que no váis a encontrar aquí el más leve atisbo de crítica negativa, aunque sí voy a intentar separarme un poco de mi pasión por este disco para que juntos nos embarquemos en un viaje por el parque de las aguas negras.

Conocí a Opeth en la universidad, cuando mi compañero Andrew R (ex Asgaroth y miembro fundador de Dejadeath) apareció con una grabación de Orchid (1995). Voladura de sesos absoluta en aquel momento y con aquel disco que no se parecía a nada de lo que escuchábamos en aquellos días, pero tenía cosas de muchas otras bandas que sí seguíamos. A partir de aquello comenzamos a seguirles y comprar sus discos, llegó Morningrise (1996), seguía siendo una maravilla, y Opeth empezaban a postularse en muy buena posición dentro de nuestros gustos. Con My Arms, Your Hearse (1998) debo reconocer que les perdí un poco la pista, no sé si los adelantos que escuché no me acabaron de llenar, y además debió coincidir con algunos otros discos que prioricé a la hora de comprar (era una época gloriosa para estilos como el power o el prog que en ese momento acaparaban mis compras), el caso es que empecé a distanciarme de ellos; tampoco era una banda que se prodigara en directo, así que no tenía demasiados inputs y de alguna forma, pasé unos años alejado de su música. Fue en esa época cuando sacaron Still Life, disco que no escuché hasta que casi me obligaron, aún recuerdo como me dejaron el CD y lo pasé a cinta para poder escucharlo en el coche.

Y sí, Still Life me hizo reencontrarme con ellos; “The Moor” me empezó a hipnotizar, mientras que “Godhead’s Lament” me acabó de apuntillar. En solo dos temas habían conseguido devolverme al redil. Como decía, no fue al momento de su salida, así que, ávido de más, empecé a indagar y me enteré que estaban a punto de grabar su quinto trabajo, con una formación que se había estabilizado con la entrada de Martín Méndez y Martin Lopez al bajo y batería respectivamente, dúo que impregnaban la base rítmica de Opeth de una elegancia más allá de lo imaginable.

Desconozco si se debió a problemas de fabricación o distribución, en todo caso fue un tema de Music for Nations, porque la grabación concluyó en septiembre del año anterior sin mayor problema, pero el disco, que estaba previsto para finales de febrero de 2001, vio como se retrasaba su lanzamiento un par de semanas, hasta el 12 de marzo, lo cual ahora parece una nimiedad, pero para mi, que me planté en la calle Tallers de Barcelona dispuesto a comprarlo el día que se suponía que salía, fueron dos semanas duras, lo reconozco.

Os engañaría si dijera que la primera escucha del disco me encantó; suele pasar que, cuantas más ganas le tienes a un disco, cuanto más piensas que te va a gustar, menos lo hace; y viceversa, discos de los que nada esperas que los oyes y mira, no está tan mal. Pues eso, mi primer contacto fue agridulce; detecté todos los elementos que necesitaba, incluso más de los que me esperaba, pero ningún tema me tocó demasiado profundo. O eso pensaba, porque tras un par de escuchas, me desperté al día siguiente con “Bleak” repitiéndose en mi cabeza una y otra vez, hasta el punto de tener que ponerme el disco y, ahí sí, darle hasta el aburrimiento y enamorarme de cada pasaje.

“The Leper Affinity” abre el disco con un fade in que nos lleva al primer riff memorable; sin pre-aviso la voz de Mikael entra conduciéndonos a nuevos cambios de riff, mientras las armonías empiezan a coger importante y a pintar la canción de un color diferente, el halo de oscuridad que abraza todo el disco sigue presente, pero las guitarras de Peter y Mikael empiezan a darnos un poco de luz con melodías que desembocan en la parte central del tema, en un pasaje acústico donde las voces limpias toman el control; es este el primer momento del disco donde tomamos consciencia del trabajo que ha hecho con las voces Steven Wilson; el líder de Porcupine Tree fue el encargado de producirlas junto a Mikael, metiendo además segundas voces limpias y algunos teclados en varios temas.

Todo ello vuelve a coger intensidad para recoger el riff inicial de nuevo, y llevarlo hacia un final de canción apoteósico, con unas melodías de guitarra maravillosas que ceden protagonismo a ese piano final que despide el tema. Una canción que no es raro ver en los setlists de la banda y que es de las más aplaudidas de este disco, como podéis comprobar en el artículo que Beto Lagarda le dedica en nuestra sección “Canciones perfectas”.

“Bleak” nos saca de esa paz en la que estábamos entrando, pero sin grandes estridencias, paulatinamente, uno de mis riffs preferidos de todo el disco da paso a los growls de Akerfeldt, que nos llevan a la siguiente estrofa con calma pero con fuerza. La canción se va haciendo grande a pasos agigantados, mientras te envuelve un sentimiento de oscuridad y épica. Destaca en este tema que las intersecciones entre las diferentes partes las pautan secciones instrumentales marcadamente progresivas; el estribillo es una obra de ingeniería vocal de Wilson, su voz se cruza con la de Akerfeldt consiguiendo un efecto que se queda grabado en el subconsciente, por lo menos en mi caso, no se trata de un tema pegadizo ni un single para las radio fórmulas, pero tiene ese atributo de conseguir permanecer. La canción prosigue con otra parte casi acústica, con voces limpias todavía, pero que de nuevo crece instrumentalmente hasta un nuevo estribillo que acaba el trabajo que había empezado el anterior y se instala cómodamente en el hipotálamo o cerca. Estribillo roto por la irrupción de nuevo de los guturales que nos conducen hacia un final acelerado que no habíamos visto venir. Temazo como la copa de un pino, de mis favoritas del disco.

“Harvest” es la canción que no esperaba. Lo confieso, jamás me han gustado los acústicos, y encontrarme de golpe con un tema tan largo era algo bastante raro, confieso que me pasé toda la primera escucha de esta canción esperando el cambio, la entrada de toda la banda a saco, los guturales, un final salvaje… pero no. No sucedió, ni falta que hace; una canción exquisita, una pequeña joya puesta aquí en medio, en este disco oscuro y pesado, que te atrapa en un ambiente melancólico, una cadencia relajada que ejerce de pausa, de momento de parar, respirar, escuchar y dejarte llevar por unas melodías, de nuevo, extraordinarias, inspiradoras y evocadoras.

“The Drapery Falls” se inicia con esa misma guitarra acústica pero que únicamente sirve para dar paso al solo que conduce la melodía principal de esta canción; el bajo marca unas líneas sencillamente geniales, uno de los momentos donde más brilla Méndez. La voz de Akerfeldt es limpia aunque empieza con un efecto que armoniza perfectamente con el ambiente que se está creando; la canción parece que no acaba de arrancar pero es que está dibujando un paisaje tenebroso por el que vamos a circular y en el cada vez estamos más atrapados. Es entonces cuando irrumpe el gutural y da paso a una sección instrumental progresiva que convierte el tema en una espiral que avanza desbocada, ¿hacia donde? Hacia el solo inicial que irrumpe de nuevo para acabar el tema a lo grande. Sí, este es otro de mis temas fetiche de este disco (a estas alturas estarás pensando ¿y cual no?; razón no te falta).

“Dirge for November” emerge tras el fade out del tema anterior calmada. Mikael y su acústica, nada más. Un dulce y pausado punteo nos lleva plácidamente hasta que la canción rompe con toda la banda en la estrofa que a mi más me recuerda a sus primeros trabajos de todo este disco, este es el tema que podrían haber rescatado de las sesiones de Orchid o Morningrise, aunque no es así. El poderoso growl de Akerfeldt irrumpe, más cavernoso si cabe que en los anteriores temas, vistiendo de nuevo el disco de negro; oscuridad sobre una base melódica estremecedora, que cesa súbitamente para dejarnos con otro bello pasaje acústico que clausura el tema.

“The Funeral Portrait” tiene un inicio dinámico, progresivo, te mete de lleno enseguida dentro de la vorágine de riffs, estrofas, cambios de ritmo que vas a encontrar aquí, magnífica labor, como a lo largo de todo el trabajo, de Martin Lopez, llevando en volandas al grupo de un estado a otro. Akerfeldt aquí está de nuevo agresivo a la voz, una furia desgarradora por momentos. Pero también queda espacio para que Wilson vuelva a meter mano y los coros limpios que llegan casi al final del tema le dan un matiz extra por si no estábamos ya ante una obra enorme. Quizás sea uno de los temas menos apreciados de este disco, y estamos hablando de una canción que sería la estrella de la discografía de muchas bandas del estilo.

“Patterns in the Ivy” es un interludio, una introducción, una delicada pieza a guitarra y piano, sencilla, que te prepara para el gran final, el tema título, los 12 minutos que van a coronar a este disco si es que lo anterior no había sido suficiente.

“Blackwater Park” es LA CANCIÓN. Aúna es su minutaje todo lo que es este disco, pero también de donde viene Opeth, e incluso me atrevo a decir que muestra cosas de a donde va, y es que es una canción que en “Deliverance” encajaría perfectamente. Como ya nos ha pasado durante el disco, aquí asistimos a un festival de cambios de ritmo, hay momentos para la velocidad, para la calma, y todo ello aderezado por esa oscuridad que nos invade en todo momento. Estaban sentando las bases de todo un estilo, el que no tiene complejos en unir el metal extremo con progresivo y apostar por una variedad de matices inacabable, y en esta canción cabe todo eso.

Soy incapaz de calcular cuantas veces he escuchado este disco. ¿200, 300… 1.000? En todo caso, muchas, y siempre acabo con la misma impresión, he escuchado algo muy grande, algo que me sobrepasa. Es mi etapa favorita de Opeth,  y de hecho este disco sería el centro de una trilogía que inició Still Life (1999) y acabó Deliverance (2002), tres discos que amo pero entre los que creo que Blackwater Park destaca.

Otro de los detalles a destacar de esta obra es el artwork, a cargo de Travis Smith, con quién nunca han dejado de trabajar desde que unieron sus caminos, “In cauda Venenum”, su último disco, también es obra de este artista canadiense. Una portada en tonos grises, de naturaleza muerta, donde una neblina cubre todo y en el que se entreven al fondo unas siluetas… árboles desnudos, todo aquí suma para crear ambiente.

El espaldarazo que recibieron tras la publicación fue magnífico. Saltaron de ser una banda más o menos underground a comenzar a tocar por todas partes y ser visibles para más y más gente, de hecho, Martín Méndez nos contó en la entrevista que nos concedió para conmemorar este aniversario, que apenas habían tocado 3 o 4 shows hasta entonces, y que de repente les empezaron a reclamar por todas partes para girar. Opeth creció al abrigo de un trabajo atemporal como es este, con un sonido magnífico y la conjugación de técnica y melodía perfecta para elaborar una pieza delicada, única.

Es cierto que siempre ha existido esa creencia de que la mano de Wilson fue clave para el salto de Opeth, pero la realidad es que Wilson añadió matices, interesantísimos y muy preciados, pero tuvo poco que ver con la producción y la mezcla del disco, que de hecho, no suena tan diferente al anterior trabajo en el que el bueno de Steven no se había ni acercado a la banda; sí creo que tuvo una mayor influencia en el sonido bastante posterior de la banda a causa de que, como buen melómano, propició, o abrió camino para que Akerfeldt explorase otro tipo de sonoridades y virase el rumbo de Opeth, eso sí, con Wilson ya fuera del entorno de la banda.

En todo caso, gracias por haberme acompañado en este paseo por este parque de aguas negras y siluetas tenebrosas; espero que lo hayas disfrutado tanto como yo, y que nunca deje de girar este disco, al que me gusta recurrir a menudo, y sobre el que se asienta un buen número de músicas de las que escuchamos actualmente, ya que además ha sido un camino a seguir por muchos músicos posteriores. Nos volveremos a encontrar en “Blackwater Park”. Again and again.

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Sobre Toni López 35 Artículos
Toda una vida marcada por el Metal. Televisión, radio y prensa escrita, intentando poner letra a la ciencia del ruido