¿Cuál fue el primer disco que compré con mi propio dinero? Science of Noise Edition

Siguiendo la senda marcada por el bueno de Jordi Tàrrega con su serie de reportajes con diferentes actores de la escena musical mundial, algun@s miembros de la redacción de Science of Noise hemos tirado de nostalgia para narrar cuál fue nuestra primera adquisición -musicalmente hablando- con nuestro propio dinero.

Como era de esperar, l@s hay que somos jebis desde incluso antes de que nos quitaran los pañales. Otr@s… bueno, no tanto… ¿Y vosotr@s? ¿En qué empleasteis vuestra primer paga, vuestros primeros ahorros?

 

Jaime Arjona

Álbumes: Tubular Bells II (1992) / …And Justice for All (1988)
Artistas: Mike Oldfield / Metallica
Discográficas: Reprise Records / Elektra Records

A diferencia de algunos fanáticos de la música a los que he ido conociendo, mi afición por el cuarto arte, y más concretamente por el rock y el metal, fue poco influenciado por el entorno familiar. En mi casa se escuchaba la radio de turno sin prestarle demasiada atención, y los interminables y calurosos viajes en verano al pueblo en el Seat 124 se amenizaban con la cinta de cassette de gasolinera que hubiese en ese momento, o con aquellas de grandes éxitos que regalaba Caixa Catalunya. Desde que salíamos del Prat de Llobregat hasta que llegábamos a Puente Genil, en mis oídos entraban desde Serrat a La Orquesta Mondragón, pasando por Hombres G, Mecano, bizarradas como La Trinca, o los “saben aquel que diu…” del gran Eugenio. ¿Os acordáis del jitazo “Call Me” de una tal Spagna? ¿No? Yo, desgraciadamente, sí.

Ya con 12 o 13 años comencé a juntarme en el barrio, en aquellas tardes de fútbol, con unos chicos muy jebis y greñudos que eran un par de años mayores que yo. Los responsables directos de mi afición por la música, ya me fueron nutriendo de grabaciones de Iron Maiden, Skid Row, Metallica, Faith No More, Sepultura… Pero no fue hasta el año de las Olimpiadas de 1992 cuando, con mis propios ahorros, disfruté por primera vez del noble y romántico arte de comprar un disco, en mi caso en el Pryca Prat, y recuerdo muy bien que fueron, y que aún conservo, dos de una misma tacada. Uno de ellos fue, en vinilo, la segunda parte del Tubular Bells de Mike Oldfield, que aquí vendió como rosquillas. El otro fue …And Justice For All de Metallica. El Black Album me había fascinado y ansiaba por saber más y más sobre esos cuatro monstruos del heavy metal. Si el Tubular Bells II cayó en vinilo, el …And Justice lo hizo en formato CD, el primero que entraba en mi casa, para desvirgar un Discman recién regalado, puede que Sony, puede que Grundig, o puede que Aiwa, ya ni me acuerdo.


Rubén de Haro

Álbum: The Time (1989)
Artista: Bros
Discográfica: Epic Records

Toda mi infancia -y gran parte de mi más temprana juventud- transcurrió en la bella y apacible localidad del Baix Llobregat que responde al nombre de Sant Boi de Llobregat. La verdad es que no tengo grandes recuerdos de la música que sonaba en la casa de mis padres. Lo que sí recuerdo son dos acontecimientos que me marcaron.

El primero son los programas de radio que grabábamos mi hermano mayor y yo en nuestro radiocasete Sanyo de doble pletina. Básicamente, eran entrevistas ficticias que, con el paso de los años, evolucionaron hasta convertirse en auténticas joyas en la forma de mixtapes en los que se mezclaban temas de MC Hammer, Barricada y Guns N’ Roses, entre otros. El segundo recuerdo es el día que entró en nuestra casa la mejor puta cadena de alta fidelidad que jamás haya existido: una Pioneer con reproductor de CD’s, doble pletina y… ¡giradiscos! Es más, recuerdo el día exacto que llegó, pues coincidió con el estreno en España del primer episodio de キャプテン翼 (Campeones: Oliver y Benji). El anime que estaba protagonizado por Oliver, Benji y Mark Lenders se estrenaba un 10 de octubre de 1983 en tierras niponas para que conociéramos el verdadero significado de la amistad y del amor a un deporte llamado fútbol. En España, la serie creada por Yōichi Takahashi no llegó hasta el 5 de marzo de 1990 con el nacimiento de las televisiones privadas. No recuerdo a qué hito presté más atención aquél día, pero una cosa sí es cierta: Campeones era casi imbatible.

Como no hay nada más triste que un equipo de música sin nada que poder reproducir en éste, mi padre empezó a adquirir material con mayor o menor acierto. Sinceramente hablando, a mi yo de 13 años recién cumplidos le daba un poco igual lo que sonara en casa, pero digamos que las cintas de Junco, Bordon 4, Los Cantores de Híspalis y los Chistes de Arévalo no m’acababen de fer el pes. No fue hasta unos años más tarde que mi padre empezó adquirir, no recuerdo muy bien el porqué, toda la discografía de Phil Collins en formato CD, y digamos que aquéllo ya me gustaba más. Porque, seamos claros… «In the Air Tonight» >>>>>>>>>>>>>> («Cantaré» + «Los chistes de gangosos y mariquitas»).

Como buen niño que en los años 80 apenas tenía 10 años, lo que se dice mucho dinero, no tenía. No fue hasta la llegada de la nueva década, la de los 90, que empecé a tener dinero propio. Que yo recuerde, mis padres no me daban paga… creo, así que no estoy del todo seguro sobre el origen del poco dinero que conseguí reunir, pesetas para más señas. Es posible que me guardara las vueltas de cuando bajaba a la plaza a comprarme los Colajets y los Dráculas de turno, pero de verdad que no me acuerdo. Pero lo que sí que recuerdo nítidamente es una de las primeras cosas que compré con aquellas pocas perras, como decía mi abuelo.

Corría el año 1992 y en la calle Lluís Castells de Sant Boi de Llobregat, aparte de estar mi parvulario, la Escola Bressol Lumen, la Big Ben School y la funeraria de los padres de amigo Roger («El Muerto» le llamábamos en el cole…), había una pequeña tienda de discos que hace ya muchísimos años que echó el cierre y que creo que estaba en lo que hoy es Bicibaix Llobregat; joder, qué rabia no acordarme del nombre de la tienda. Total, que una tarde me dejé caer por allí porque tenía la sanísima intención de comprarme algo, en el soporte que fuera; os recuerdo que en la cadena musical podíamos reproducir de todo. A esa edad -yo tenía, os recuerdo, apenas 14 años- era bastante vergonzoso, por lo que no fue hasta mi segunda o tercera visita a la susodicha tienda que me animé a invertir en algo, no sin antes observar con atención el poco material allí expuesto; la tienda era muy pequeña y no había demasiado entre lo que escoger. Decidí centrarme en los CD’s «porque suenan mejor» y hubo uno, no preguntéis porqué, que me llamó la atención, quizá por su portada o quizá porqué ya había escuchado algún tema en la radio, ni idea. El «agraciado» fue The Time, el segundo álbum de la banda de pop británica Bros, continuación de su debut de 1988 Push. Fue lanzado el 16 de octubre de 1989 y fue su primer álbum como dúo, el formado por los gemelos Matt y Luke Goss, después de la partida del bajista Craig Logan. Ni idea de cuánto me costó, del mismo modo que tampoco recuerdo mi grado de excitación por llegar a casa para poder reproducirlo en la cadena de música. Lo único que sí recuerdo, como si fuera ayer, fue la reacción de mi hermano mayor al mostrarle mi adquisición. Por decirlo suavemente, digamos que «le hizo mucha gracia» que hubiera comprado «algo tan moñas». Al principio no quise hacerle mucho caso, e incluso me decidí a sacarle el celofán para poder escucharlo, pero al final no llegué a hacerlo; solo le despegué una esquina. ¿Qué me llevó a no sacarlo finalmente del plastiquete? Imagino que fue algo a medio camino entre no estar seguro del todo de lo que había comprado y de las risas de mi hermano. Tenía que deshaceme de aquello…

Al día siguiente quise poner remedio a mi osadía, y tras pegar la esquina con un poco de pegamento en barra, decidí regresar a la tienda, tíquet de compra en mano, para ver si podía cambiarlo por otra cosa, la que fuera que no provocara risas en mi brother. Al llegar a la tienda, decidí buscar primero el sustituto de The Time antes de plantearle mi «problema» al propietario del negocio. Como entre los CD’s no veía nada que me interesara -y os lo dice uno que 24 horas antes se había interesado por uno en el que aparecen dos gemelos rubios en la portada-, dirigí mi vista hacia la sección de vinilos y ahí, en seguida, vi uno que me entró por la vista «por los colorines de la portada». Era una novedad que no sé si ya estaba ahí el día anterior. Me refiero al Dangerous (1991) de Michael Jackson, vinilo que todavía hoy conservo. Así que con el CD de Bros en una mano y el disco de Jacko en la otra, me dirigí hacia el mostrador para preguntarle al señor si lo podía cambiar «que todavía no he abierto el que me llevé ayer». La respuesta del tendero fue afirmativa, imagino que porqué me lo curré de puta madre arreglando el celofán y, sobre todo, porque llevaba conmigo el justificante de compra; obviamente, hacia apenas 24 horas que había estado allí, por lo que imagino que también se acordaba de mí. Lo que no recuerdo es si el vinilo era más caro o no y si tuve que pagar la diferencia. Creo recordar, corregidme si no es cierto, que en aquellos años los CD’s eran bastante más caros que los cassettes o los vinilos, por lo que deduzco que no tuve que pagar nada extra… pero creo que tampoco me devolvieron nada. Visca! Ahora ya podía gritar a los cuatro vientos que mi primer adquisición -aunque con trampas- formal había sido el sucesor del Bad (1987), un trabajo que, a día de hoy ha vendido más de 32 millones de copias, siendo el tercer trabajo más vendido del artista tras Thriller (1982) y el ya mencionado Bad, y el tercer álbum más vendido del año 1991 detrás del Black Album de Metallica y del Nevermind de Nirvana. Casi nada, el buen gusto que tuve ese día… de rebote, eso sí.

Por cierto, y que sirva como anécdota final. En The Time, hay un tema llamado «Black & White», el número siete, y en Dangerous está… sí, la célebre «Black or White». Quines coses, tu!


Beto Lagarda

Álbumes: The Complete Garage Days (1998) / Californication (1999)
Artistas: Metallica / Red Hot Chili Peppers
Discográficas: bootlegWarner Bros.

Corría el verano de 1998, septiembre. Por aquel entonces un servidor tenía 13 años y empezaba a descubrir la música más allá de la música clásica / ópera / bandas sonoras. Géneros que escuchábamos asiduamente en los viajes familiares en coche. Mi padre nunca fue un fan de la música más allá de la clásica y la ópera. Mi madre si bebió de la fuente del hard rock y el prog de los 70, pues su hermano mayor escuchaba Led Zeppelin, Pink Floyd, YES, Cream o Deep Purple. Pero en casa, poco o nada de ello se escuchaba.

Regresando a ese verano de 1998, los hermanos y hermanas mayores de mis compañeros de clase empezaron con el adoctrinamiento de los hermanos menores. Recuerdo una disparidad de estilos musicales, todos nuevos para mi versión adolescente. Por un lado teníamos el rock català, un género que vivía su época dorada a finales de los 90. También el skate punk, ese año se publicó Americana de The Offspring. También había un fuerte fervor hacia Jarabe de Palo, 1998 fue el año de Depende. Otros intentaban meterte doblado Oasis o Blur. Recuerdo perfectamente mi primera toma de contacto con los Gallagher y su “Wonderwall”.

Por otro lado, recuerdo como alumnos mayores, esos que siempre observas con respeto e incluso idolatría, empezaban a usar camisetas negras con letras afiladas y calaveras y otros seres repugnantes. Veía camisetas de Iron Maiden, Pantera y Metallica. Eran los “marginados” de las clases superiores, pero despertaron mi interés. En una escuela católica practicante como era la mía, de esas en que cogías el cantoral y cada mañana a las 9:00 tenías que dar la bienvenida al nuevo día con una canción sobre la Biblia… que unos tíos empanados, con pelos largos, acné y pantalones cagados se “opusieran” al sistema, me pareció algo super atractivo.

Napster, eMule, Winamp… eran mis mejores amigos. Y allí empecé con mi entrada en el oscuro mundo del rock. Me costó mucho la transición entre la música clásica / ópera y el rock duro. Odiaba los gritos de Bruce Dickinson y me sangraban los oídos con la voz de Brian Johnson. Pero me auto flagelé hasta que “la letra con sangre entra”. Estaba decidido a ser cool aunque me costara la vida el intentarlo.

Pero entonces, un buen día, un compañero de clase, Gabriel, me avisó de una novedad que me molaría mucho. “Beto, Beto, son tan duros que, cuando hacen una balada, se lo curran tanto que hacen maravillas”. Entonces descubrí la versión S&M de “Nothing Else Matters” de Metallica. Con esto ya estaba en pleno 1999, el año en que finalmente me destapé de los prejuicios y ondeé la bandera del rock. Con mis 14 años y poco, decidí que era el momento de crecer, de abandonar la música “familiar” y empezar mi propio recorrido por el mundo de la música.

Me enamoré de S&M, pues mezclaba mis dos facetas. La versión clásica de mi pasado con el rock / metal de mi presente. Pero en ese momento, otra banda de la que nunca había oído hablar, impactó de lleno en mi radar. Recuerdo estar en Venecia tumbado en la cama de un hotel en el que nos detuvimos en nuestro primer viaje familiar por Italia. Haciendo zapping, apareció el vídeo de una banda de rock llamada Red Hot Chili Peppers, una canción que se titulaba “Californication”. Recordaréis su videoclip en el que la banda parece estar metida dentro del un videojuego tipo Super Mario Bross.

Me enamoré de esa frescura, de esa banda no tan oscura como Metallica. Más divertida. Con lo que en ese momento ya tenía tres discos de cabecera: The OffspringAmericana, MetallicaS&M, Red Hot Chili PeppersCalifornication. Si hay tres discos que moldearon mi juventud, son estos tres.

Y ya llegados a esta nueva versión de mi, esa melomanía creciente que corría por mis venas. Decidí ir a la tienda de discos de mi pueblo, entonces había dos, Sant Celoni era un pueblo relativamente pequeño hace 25 años. Como solo tenía 2.000 pesetas, me fui de cabeza a buscar cualquiera de estos tres discos. Pero mi obsesión era para con Metallica. Sus dos últimos discos eran discos dobles, por un lado mi amado S&M, por otro lado Garage Days. Quería sí o sí un disco de Metallica. Y, como buen empanado de la vida que era, la lié parda. El chico de la tienda sacó de la chistera una versión Bootleg del Garage Days titulada The Complete Garage Days (1998) que era bastante más barata que los otros dos discos. Con lo que, orgulloso de mi transacción, le pagué las 1.900 pesetas que valía y me lo llevé para casa.

Tengo que admitir que me decepcionó mucho la compra. Cuando llegué y lo escuché, no había rastro de los Metallica cálidos y sinfónicos de S&M. Con lo que el chasco aún retumba en mis recuerdos. Un par de semanas más tarde fue mi cumpleaños y, con uno de los regalos económicos que recibí, regresé a la tienda a enmendar el error. Salí de allí con Californication. En ese momento nació el Beto que, pese a molestar a muchos cuando alabo a bandas como Radiohead y Sigur Rós, adora la música más allá de las etiquetas.


Susana Masanés

Álbum: Break Every Rule (1986)
Artista: Tina Turner
Discográfica: Capitol Records

Hace ya unos días surgió la idea de que fuéramos nosotros mismos, los redactores, los que en un acto de honestidad dijéramos abiertamente cuáles habían sido nuestras primeras compras musicales, sin importar el género, sin tapujos ni vergüenza, así que, ¡vamos allá! Tengo la suerte de haber contado con una familia en la que se ha escuchado mucha música desde siempre, por lo que mis primeras elecciones vinieron condicionadas por ese ambiente propicio a ello desde una temprana edad. Fueron mis tiernos 12 años el punto de partida. ¿Y cómo se produjeron esas primeras compras? De la manera más cutre y poco glamurosa posible… ¡en el Pryca!

Años atrás se practicaba eso de acompañar a tus padres a hacer la compra mensual a una gran superficie, que contaba asimismo con un espacio en su interior dedicado a la música (igualito que hoy en día, vaya). Y mientras mi progenitora, en mi caso, se esmeraba en llenar el carro, sus vástagos se escapaban a la sección musical para registrarla de arriba abajo en busca de material que llevarse a casa. Y aquí es donde empiezan las lagunas en esta historia, intentar recordar cuál fue el primer disco de todos ellos… Mi primer pensamiento inicial fue Break Every Rule (1986) de Tina Turner, por lo que voy a darlo por bueno, sin embargo, recientemente escuché por la radio el tema “Through the Barricades” de Spandau Balllet, y pensé, ¿y si fue Through the Barricades en realidad el primer disco que compré? Porque lo cierto es que recuerdo escucharlos a la vez y tirando de hemeroteca veo que sus lanzamientos se produjeron con apenas dos meses de diferencia, siendo el de Spandau Ballet el primero de ellos…

Sea como fuere, Tina Turner fue uno de mis primeros ídolos de infancia/adolescencia, tanto por su música como por su porte arrollador en el escenario. Su anterior trabajo, Private Dancer (1984), me sigue flipando como el primer día (su tema homónimo lo considero perfecto y claro candidato a que escriba un día sobre él) y fue el detonante de esa primera (¡o segunda!) compra hecha a consciencia. Aunque considero que Break Every Rule no responde a los cánones de género habituales de esta redacción, es innegable que Tina Turner sí es un buen ejemplo de actitud rock ’n’ roll ante la vida y por ello se merece mi más sincera admiración.


Dídac Olivé

Álbum: Eh, Sabina y otros grandes éxitos (1986)
Artista: Joaquín Sabina
Discográfica: Epic Records

Me acuerdo perfectamente, y como si fuera ayer, del primer disco comprado con dinero propio. En el caso que nos ocupa era un cassette y pagado con dinero de la paga semanal. El año exactamente no lo recuerdo, pero diría que era 1993. El trabajo en cuestión no dejaba de ser un “grandes éxitos”, pero era de un cantautor/poeta que me chiflaba.

Soy de Igualada y en esa época la ciudad era conocida, sobre todo, por dos cosas. Una era por el hockey patines, que, aunque el Barcelona les fichara jugadores, lo ganaba prácticamente todo. Y dos, por Scorpia Central del Sonido, capital casi mundial del maquineo. Yo en esos años de indiscutible confusión hormonal, pues me gustaba el dance y la máquina, no pienso negarlo. Aunque también ya empezaban mis pinitos rockeros gracias a un tío mío, que más que tío era como un hermano mayor para mí, que le gustaban mucho Sangtraït, y cuando les escuché se me abrieron otros y nuevos horizontes. Pero esperad que me estoy yendo por las ramas… aunque al final le encontraréis significado a mis palabras.

Tod@s rememoramos esos fantásticos momentos de pequeños en el coche escuchando la música de nuestr@s mapadres, ¿no? Yo incluso aún tengo presente el grato olor que transmitía la mezcla de gasolina y Ducados con la ventanilla abierta. Otros tiempos, sí. Pues bien, esa época la recuerdo poniendo los cassettes que se compraba mi padre del gran Joaquín Sabina. Iba cantando las grandes canciones a la par que Joaquín. Tengo grabado a fuego, Hotel, dulce hotel (1987), Mentiras piadosas (1990) y Física y química (1992).

¿Y por qué os explico todo esto? Muy fácil, y lo que viene a continuación, seguramente, fue un punto de inflexión en mi vida, musicalmente hablando. Cuando me iba a comprar mi primer disco, estaba entre uno de máquina (ni lo recuerdo, seguramente era algún Máquina Total), y un simple grandes éxitos de Joaquín Sabina, Eh, Sabina (1987), una suerte de compendio de sus primeros discos, Malas compañías (1980) y Ruleta rusa (1984). Me tiró más Joaquín Sabina y estoy seguro que esto fue el que pasara paulatinamente al definitivo reverso tenebroso de la música. Entre las influencias de mi tío y mi padre, igual que mi madre –hippie de corazón-, estaba también Eric Clapton, y por la suma de todos estos motivos, seguramente acabé escogiendo el lado musical bueno.

Por cierto, sólo fui dos veces a Scorpia, al cabo de unos años, siendo ya un heavy hecho y derecho, y de heavy me presenté allí. Aunque el sitio ya era una sombra de lo que había llegado a ser, para lo bueno y para lo malo.


Albert Perera

Álbumes: Seventh Son of a Seventh Son (1988) / Keeper of the Seven Keys Part II (1988)
Artistas: Iron Maiden / Helloween
Discográficaa: Capitol Records / RCA Records

Situémonos en 1986-87 cuando a una más que temprana edad uno empieza a tener contacto con adolescentes y veinteañeros melenudos con camisetas negras. La casualidad hizo que en mi entorno se plagara de semejante personal. Las cintas de cassette corrían y llegaron a mis manos cosas como Accept, Helloween o, principalmente, Maiden. Somewhere in Time (1986) me encantó, pero retrocediendo un poco, Live After Death (1985) me destrozó por completo. Ese concierto, ese vídeo me marcó profundamente. Esa era una banda a seguir.

Deseoso de material del grupo, en 1988 apareció Seventh Son of a Seventh Son y en una época que la única manera de acceder a la música era grabarla de la radio, que te la pasara un colega o comprarla, esta última opción era la más atractiva. Para alguien que vivía fuera de las grandes capitales, la única manera era a través de catálogo que jugaron un importante papel en mi descubrimiento de bandas. Así que catálogo en mano (Discoplay para más señas) y tras haber ahorrado durante semanas pillando de donde se podía, decidimos con un primo optimizar esfuerzos. Cada uno pondría de su parte para pedir cuatro referencias. Por mi parte el Seventh Son of a Seventh Son de Maiden y el Keeper of the Seven Keys Part II (1988) de Helloween. Mi primo, el …And Justice for All (1988) de Metallica y State of Euphoria (1988) de Anthrax. ¿Qué os parece semejante pedido? Así nos podríamos pasar tan notables obras. Eso sí, a nuestros hogares no había llegado aún un reproductor de vinilo y el cassette era el formato escogido. Con la perspectiva del tiempo, una lástima ya que esas cintas acabaron destrozadas de tanto y tanto rodar.


Xavi Prat

Álbum: Fear of the Dark (1992)
Artista: Iron Maiden
Discográfica: Epic Records

No fue el primer álbum que tuve, ni mucho menos. Antes hubieron discos de Michael Jackson, Follim Follam o algún álbum de esos de muñecos que salíanb por la tele y que daban más miedo que otra cosa. Tampoco fue el primer disco de metal que tuve. No vamos a hablar de cassettes grabados, en los que Manowar y Guns n’Roses ocuparían este trocito de texto. Pero fue el primer disco que compré con mi dinero, tanto metalero como no metalero. Si vamos más allá y hablamos de CDs, recuerdo haber tenido el Hay Alguien ahí (1995) de Los Suaves, que vi en un Continete cuando aún no había cambiado el nombre a Carrefour y que mi padre me compró tras preguntarme «¿De verdad necesitas esto?». Pero sí fue el primer CD que compré con mi dinero y que, luego, vendí. No es fácil llegar a la música, especialmente a la de un estilo en particular, cuando tu família es poco musiquera.

No sabía qué era Iron Maiden, ni siquiera el heavy metal, pero recuerdo mi fascinación por la la portada tras verla en posters en los hipermercados mencionados. Siempre me han gustado los monstruos y la fantasía, desde bien chiquito, y ver a aquél bico salir de un árbol me maravillaba. Aquello tenía que molar sin duda, por ley, y eso que no sabía que se trataba de música. Imaginad mi gozo cuando, un lustro después, descubrí que estábamos hablando de algo que podía escuchar. Fui corriendo a la Camel, de Santa Coloma, a comprarlo.

Tengo algunos flashes, pero nada en concreto. En aquella época consumía música como si de una carrera se tratase, como si el objetivo fuera cantidad y no calidad. Recuerdo el programa de El Pirata, algunos vídeos que no sé de dónde salían de Rafa Basa sentado en un trono de dudoso gusto, y recuerdo cambiar muchos álbumes con cuatro o cinco personas. Así llegó Helloween a mi vida.

Pero centrémonos en un par de recuerdos del disco. Era verano y un primo mío estaba en casa. Las mini cadenas de doble pletina y capacidad para 3 CDs estaban a la orden del día, así que por la noche, cuando tocaba ir a la habtación, ponía el disco. Mi primo, nada musiquera, decía que la canción homónima al disco era buena, y yo coincidía. Pero mis oídos también se quedaban con un trío inicial brutal, muy bueno y poco valorado por la plebe.

Recuerdo, también, un viaje a Port Aventura en coche, con el disco, convenientemente pasado a cassette, sonando tal volumen que hasta yo le dije a una tía «oye, ¿no está un poco alto?». «Sí», me contesto, pero siguió igual. Genial por mí, pero el resto de pasajeros me hacían sufrir.

Como dec ía, al tiempo vendí el disco… porque Iron Maiden sacó su discografía en formato doble con las caras B, y debía hacerme con ellas. Benditos años, aquellos.

Tengo que leer cada dos por tres que este álbum es malo, que no vale, que es el declive de la vieja doncella. Pero qué queréis que os diga, le tengo un cariño muy especial. ¡Olé el Eddie saliendo del árbol!


Víctor Salas

Álbum: Accept (1979)
Artista: Accept
Discográfica: Brain Records

Con dinero propio, la primera adquisición fue en formato casete. Debido a la recomendación de un amigo heavy del instituto, en el primer año (entonces BUP), compré en la extinta tienda Discos Balada de la calle Pelai de Barcelona, el primer álbum de Accept, vamos, su homónimo. Lógicamente, no tenía ni idea de cómo sonaban, y realmente me encantó. En el momento que en casa dispusimos de un buen equipo de música con tocadiscos, estos serían ejemplos de discos que se escuchaban (adquisiciones de mis hermanas mayores, que a día de hoy conservo yo): Everything de las Bangles, el Velveteen de Transvision Vamp, el So de Peter Gabriel, el Nothing Like the Sun de Sting, o el Por Biafra de Los Toreros Muertos, por mencionar algunos. Pero centrémonos; si el primer casete comprado con dinero propio, fue el mencionado álbum de debut de Accept.

El primer disco, lo compré en la también extinta tienda Discos Gong, ubicada en la calle Consell de Cent; y fue el primer álbum en solitario de Ozzy Osbourne: Blizzard of Ozz, por supuesto que atraído, obviamente, por su icónica y fascinante portada, y lógicamente caí rendido al instante por el contenido musical; buenísimo. Y ya en formato compact disc, mi primera compra de un cd con dinero propio, fue en la misma tienda Discos Gong: el Diary of a Madman de Ozzy Osbourne. Otra ración excelente musicalmente hablando, y otra atracción total por la terrorífica e hipnótica portada. Después, en 3º de B.U.P., me acuerdo que entablé amistad con unos rockers del instituto, y profundicé en los pioneros del rock & roll de los años 50, y le tengo especial cariño a un vinilo que compré del grupo Stray Cats, estandartes del revival del rockabilly en los primeros años 80, como es el Rant N’ Rave With The Stray Cats; otra portada fascinante y llamativa, y un discazo.


Jordi Tàrrega

Álbum: Use Your Illusion II (1991)
Artista: Guns N’ Roses
Discográfica: Geffen Records

Es triste pensar que mi primer disco no fue ni un vinilo ni un CD, fue un casete y fue de Guns N’ Roses, la banda del momento que acababa de aparecer en la película Terminator 2: Judgment Day (1991). Y para continuar con el poco glamour añadiré que fue en una excursión de séptimo de E.G.B. a Andorra. Nos dejaron sueltos una horita en la gran superficie Punt de Trobada y en esos tiempos había un espacio para vender música. Tenía que hacerme con él, no había otra opción

Compré el Use Your Illusion II y no el I por una razón muy importante: “You Could Be Mine” estaba en la segunda parte y aparecía en los créditos finales del film de Schwarzenegger. Los chavales acudíamos al cine y esperábamos a que se terminase la película para hacer un poco de air guitar en ese tremendo final. Añadamos que Terminator II fue una película de las imprescindibles de esos primeros 90 que andaban en pañales todavía.

En esos maravillosos años yo tenía 13 años, no llevaba el pelo largo ni se me había pasado por la cabeza dejármelo, era la presión de grupo y el hecho de que en mi círculo de amigos todos fueran fanáticos de los Guns hasta el punto de comprarse revistas y traerlas a la escuela. Todos los niños disfrutábamos las aventuras del grupo y andábamos jodidos porque Steven Adler había sido expulsado por drogas.

Escuché el disco sin descanso durante años y mi primera novia fue una fan de Axl a muerte. Dejé esa cinta a un amigo del Esplai y me la devolvió sin el libreto, hecho por el cual siempre odié a ese chaval (Albert Couto). ¡Cómo iba a olvidar su nombre! Pasé por Andorra eventualmente y siempre me daba buen rollo parar en el Punt de Trobada. Un año pasé y no vendían discos, y hace un par de semanas ya no se llamaba como antes. Batallitas y recuerdos…


Albert Vila

Álbum: Tourism (1992)
Artista: Roxette
Discográfica: EMI Records

Desde que nuestro buen amigo Jordi Tárrega ideó esta interesante sección construida a través de las preguntas a los muchos músicos que iba entrevistando, ya han salido un buen puñado de volúmenes en los que artistas de todo pelaje echan la vista atrás para explicarnos donde se encuentran sus más precoces inicios musicales. Las respuestas de nuestros ídolos no pueden ser más variopintas (y, muchas veces, menos creíbles), con referencias desde a iconos del punk a bandas como Stratovarius. ¿Stratovarius, en serio, fue el primer disco que te compraste? Para que eso fuera cierto entiendo que o los hermanos mayores debían tener ya todos los clásicos habidos y por haber o que los papis de la persona en cuestión se lo regalaron todo hasta que, con una barba de palmo, salió por fin a trabajar. Porque ya me contareis si os parece realista que a alguien le dé por empezar su colección musical propia con un disco de Stratovarius

Lo lógico, en realidad, es que el primer disco en el que nos dejamos nuestros primeros ahorros estuviera bastante lejos de nuestros gustos actuales, y lo interesante es venir a confesar cuáles fueron las primeras melodías que nos hicieron suficientemente tilín como para gastar en ellas un alto porcentaje de nuestras primeras pagas. Antes de hablaros de cual fue el primer disco que me compré con mi propio dinero (que ya lo sabéis, porque lo pone en negrita unos centímetros más arriba), me gustaría explicaros que también recuerdo otro momento anterior que me marcó tanto o más que éste a pesar de no ceñirse exactamente a lo que se nos pide aquí. Y es que cuando debía tener siete u ocho años fui con mi madre a dar una vuelta por el mercado semanal de mi ciudad (imagino que debía ser verano, porque el mercado tiene lugar los jueves), y sin yo esperármelo demasiado nos plantamos delante de una parada de esas de cassettes, donde me animó a escoger los dos que quisiera, que me los compraba.

Supongo que eso me sorprendió lo suyo, ya que mis padres nunca han sido muy musicales y el número de discos que había en mi casa no llegaba a la veintena (con hitazos del mainstream catalán como La Trinca, Mary Santpere o Lluís Llach tomando clara precedencia sobre cosas más exquisitas como el Beggars Banquet de The Rolling Stones, un LP que corría también por allí pero que no recuerdo que escucharan nunca). Incluso ante esa primera e importante decisión (que quizás marcó mi yo musical para siempre) salió a aflorar el exquisito gusto que siempre me ha caracterizado: en unos segundos tenía en mis manos el Unchain My Heart de Joe Cocker (porque me flipaba – y me flipa – su tema título) y el In the Army Now de Status Quo (por la misma razón, pero a diferencia del anterior esta cinta me la peté hasta la extenuación).

Los años pasaron y no recuerdo repetir esa mágica operación demasiadas veces, así que mis primeros años en dobles dígitos me los pasé escuchando la banda sonora de Batman y algún que otro volumen del Boom o el Max Mix. De hecho, difícilmente podríamos decir que la música ocupara un lugar muy importante en mi lista de hobbies de la época, con el baloncesto, el fútbol o los cómics de Tintín y Mortadelo acaparando mi tiempo libre. No fue hasta los doce o así que me volvió a picar el gusanillo, con Los 40 Principales (y, sobre todo, con el fascinante y excitante Del 40 al 1 que hacían todos los sábados por la mañana en el Canal +) como principal influencia e hilo motivacional. A caballo de ese interés también surgió, claro, la necesidad de adquirir un reproductor de CD’s del que mi casa estaba huérfano.

El día elegido para tal adquisición, mi padre y yo nos dirigimos a uno de los múltiples bazares que había en mi ciudad, y aunque yo venía con la idea entre ceja y ceja de que Aiwa era la marca de referencia en este tipo de aparatos, nos acabamos por decantar por una flamante minicadena Sanyo con mando a distancia, reproductor de CD y doble pletina que estaba de oferta y que, según el vendedor, tenía una relación calidad / precio inigualable. Debo decir que con todo lo que lo trillé, jamás tuve ninguna queja de su funcionamiento, así que supongo que la perspectiva del tiempo acabó por darle la razón a ese señor. A partir de ese mismo día ese aparato paso a ser mi bien más preciado, ocupando durante años un lugar de protagonismo máximo en mi sacrosanta habitación.

Contento como unas castañuelas con mi nuevo cachivache sónico bajo el brazo, la segunda parte del plan era que, junto a esta mini-cadena que costearon mis padres, yo utilizara algunos de mis propios ahorros para comprarme el primer o primeros CD’s de mi colección. Así que tras gastarnos (creo) unas veinte mil pesetas en el bazar nos dirigimos a una de las cuatro o cinco tiendas de discos de la ciudad (ahora no queda ninguna, por supuesto) para ver en qué me iba yo a pulir esos dos o tres talegos (¡hola, boomers!) que me quemaban en el bolsillo. No recuerdo exactamente la fecha en la que ocurrió todo esto, pero vistos los discos que escogí y haciendo una aproximación a ojo de buen cubero, imagino que debió ser a finales de 1992, siendo yo un muchachuelo de trece años, pardillo to the max pero lleno de ilusión por introducirme en el maravilloso mundo adolescente de la música.

No recuerdo si lo tuve del todo claro cuando me metí a hurgar entre cubetas de CD’s, y de hecho no creo que entrara en Radio Aragonès con una idea demasiado preconcebida de lo que quería comprar, pero lo que acabé llevándome a casa ese día fueron el Tourism de los suecos Roxette y una copia en cassette (supongo que no tenía dinero suficiente para dos novedades en compact disc) del Dangerous de Michael Jackson. Huelga decir que mis elecciones estuvieron enteramente mediatizadas por lo que lo petaba esas semanas en Los 40, con “How Do You Do?” y “Black and White” a todo trapo y copando (supongo) los primeros puestos de esa influyente lista, pero si bien el agridulce octavo larga duración del Rey del Pop pasó un poco sin pena ni gloria por mi historia formativa musical, el disco de Roxette (no se si por culpa del formato y de descubrir que los CD’s molaban bastante más que las cintas) si que me lo trillé lo suyo y, de una forma u otra, los convirtió en una de mis primeras bandas favoritas.

Este Tourism, publicado a finales de agosto de 1992 (se me pasó el trigésimo aniversario, veo), fue el cuarto disco de los suecos y era una mezcla algo rara de rarezas que se habían quedado en el tintero, un par de clásicos en directo, alguna que otra regrabación y un puñado de novedades de estructura sencilla pero deliciosamente compuestas y ejecutadas que me parecieron maravillosas desde el primer momento. Curiosamente, el reclamo que fue “How Do You Do?” acabo por convertirse rápidamente en una de las canciones que menos me emocionaban (muy probablemente la que menos), palideciendo tanto al lado de temazos famosísimos como “The Look”, “It Must Have Been Love” o “Joyride” como de fondos de armario como “Silver Blue”, “The Rain”, “So Far Away” o “Cinnamon Street”.

Es muy posible que este disco representara un poco el principio del fin de la gran ola de popularidad de Roxette, y está claro que no se puede comparar ni en repercusión ni en cantidad de éxitos que han trascendido con los anteriores Look Sharp! Joyride. El pop rock alegre, pegadizo y de grandes raíces ochenteras al que se abrazaron los suecos estaba siendo desplazado rápidamente de las listas de éxitos por múltiples individuos decadentes con camisas de cuadros y su rock alternativo, con lo que el dúo formado por la malograda y deliciosa Marie Fredriksson y el elegante Per Gessle pasó a estar rápidamente pasado de moda. De todas maneras, y aunque está claro que no he seguido su carrera mucho más allá, tengo que decir que me lo he vuelto a escuchar ahora y que, aunque ya me queda lejos, este Tourism me sigue pareciendo una colección de canciones realmente bonita y que ha envejecido la mar de bien.

Los siguientes discos que recuerdo comprarme fueron el magnífico Automatic for the People de REM, el Astronomía Razonable de El Último de la Fila, el On Every Street de Dire Straits (cuya sucesión de temas 1-5-7 – “Calling Elvis”, “The Bug” y “Heavy Fuel” – me encantaba y podía escuchar en bucle durante horas), el In Concert / MTV Plugged de Bruce Springsteen (meh) o el Songs of Faith and Devotion de Depeche Mode (menudo discarral que cumple treinta años en un par de semanas). Y a partir de ahí, el Get a Grip de Aerosmith, los Illusions de Guns N’ Roses, el Nevermind de Nirvana y El Espíritu del Vino de Héroes del Silencio ayudaron a dar forma a un yo musical cada día mas cercano al rock y que, al cabo de nada, estaría gastándose sus dineros en CD’s de Iron Maiden, Metallica, Megadeth, Motörhead y Slayer. Pero sea como sea, Roxette sigue siendo un bandón como una casa. Y si no me crees, come and join the joyride.

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