
El 28 de marzo de 1973, Led Zeppelin, la banda de rock fundada en Londres en 1968 por el guitarrista Jimmy Page, quien había pertenecido a The Yardbirds, el bajista y teclista John Paul Jones, el vocalista Robert Plant y John Bonham en la batería, el cual coincidió con Plant en The Band of Joy, publicó su quinto álbum de estudio.
Houses of the Holy generó grandes y lógicas expectativas puesto que vino al mundo dos años después del descomunal Led Zeppelin IV, sin duda, el álbum más exitoso y emblemático de toda su carrera, con canciones como “Stairway to Heaven” y “Black Dog” como sus dos máximos exponentes. En ese momento, Led Zeppelin había crecido ya de forma exponencial y su popularidad era ya mundial.
Así las cosas, se hacía evidente dotar a su nuevo trabajo de una diferencia sustancial con respecto a su antecesor y para ello optaron por hacer lo que les pidió el cuerpo sin mirar atrás y sin condicionantes externos como podían ser sus seguidores o los críticos musicales, y el resultado fue un álbum vacilón, en el que estilos tan dispares como el rock and roll, el funk e incluso el reggae fueron bienvenidos, lo que conllevaba la introducción de evidentes elementos nuevos en su sonido.
La portada
No hay nada más tedioso en el mundo que lo políticamente correcto y, además, la visión que tenemos de las cosas transcurrida la friolera de 50 años, puede que sea mejor en unas cosas, pero sensiblemente peor en otras, y es por ese motivo que una portada como la de Houses of the Holy, que en aquel momento no suscitó demasiada polémica, a día de hoy esa imagen no tendría muchas posibilidades de ver la luz.
Houses of the Holy fue el primer álbum al que pusieron un nombre específico y no un número romano correlativo, aunque como el anterior, tampoco fue escrito en el arte de la carátula diseñada por Hipgnosis, una empresa de diseño gráfico muy de moda que trabajaba para multitud de cantantes y grupos en esos tiempos.
A la hora de plantearse la portada, Jimmy Page recordó el impacto que le había causado la del disco Argus de Wishbone Ash, otra de las bandas británicas más populares de aquel entonces, y a tal efecto, concertó una visita con sus diseñadores, Storm Thorgerson y Aubrey Powell, los cuales le propusieron tres bocetos para que eligieran el que creyeran más conveniente.
El primero de ellos representaba la imagen de una pista de tenis de color verde como la hierba de Wimbledon con una raqueta en el medio de a misma, pero fue inmediatamente rechazada por un enfurecido Page porque entendió que se estaba asociando su música con una raqueta. Los dos ilustradores, al ver que su propuesta fue rehusada de manera tan vehemente, se apresuraron a recuperar dos ideas que habían improvisado en una cajetilla de tabaco.
La primera consistía en trazar en el lugar de las milenarias líneas de Nazca, Perú, el símbolo ZoSo, con el que el grupo se había representado en su anterior álbum, Led Zeppelin IV, mientras que la segunda contemplaba pintar de oro y plata a una familia en movimiento hacia una fuente de poder mágica, que debería ser fotografiada al amanecer en algún lugar sobrecogedor el cual resultó ser el Giant’s Causeway, la formación volcánica localizada en Irlanda del Norte.
Aquello era bastante factible y a la par muy sugerente ya que representaba a la civilización escalando hacia un nuevo amanecer, un concepto tan mítico como lo era la propia banda, y fue finalmente esa idea la que escogieron sus integrantes encargando su elaboración a los mencionados diseñadores.
A finales de 1972, la expedición partió con el equipo y las personas contratadas para posar, tres adultos y dos niños, con la finalidad de representar a una familia compuesta por el padre, la madre, un hijo y una hija (al final, uno de los adultos no fue fotografiado) pero, después de una semana con un clima de mil demonios, se optó por un radical cambio de planes para obtener una instantánea mucho más evocativa en la que los adultos quedaban fuera y sólo se tomarían varias imágenes de los dos niños, por separado, desde la parte inferior de la montaña.
Lo primero que hicieron fue rociar a los dos niños, los hermanos Stefan y Samantha Gates, desnudos en su totalidad, con una pintura de oro y plata. Después, Aubrey Powell les sacó varias fotografías en diferentes posturas para unirlas más tarde en el fotomontaje final, con la pretensión que pareciera que estaban en diferentes estratos de la montaña y que dicho collage fuera imperceptible al ojo humano. De esta manera, lo que no pudo hacer en poco más de una semana lo despachó en tan sólo una hora de una fría y lluviosa mañana de noviembre.
A día de hoy, una imagen como esa no tendría muchas posibilidades de salir a la luz por no ser “políticamente correcta”.
Vale, ya tenemos la portada. ¿Y de las canciones, qué sabemos?
Houses of the Holy es sin duda alguna el disco más elaborado y un auténtico punto de inflexión de la banda considerada como una de las más importantes e influyentes de la década de los 70 y de la historia del rock en general. La mayoría de las canciones habían tomado su forma original en los estudios caseros de Jones y Page, con algunas ideas surgidas durante el tiempo en Headly Grange, la casa donde se gestó el cuarto disco.
Los temas fueron pulidos y grabados a caballo de los estudios Electric Ladyland de Nueva York, en los Olympic Studios de Londres y sobre todo en el Rolling Stones Mobile Studio ubicado en Stargroves, la casa de Mick Jagger en el condado de Hampshire.
La cara A empieza con “The Song Remains The Same”, un conocido tema rock en donde confluyen las constantes clásicas del grupo: intensa sección rítmica con unos inmensos John Bonham y John Paul Jones, la apasionada voz de Robert Plant y el original tratamiento guitarrero de esencia blues por parte de Jimmy Page, que marca su pauta sonora. Al margen de estas constantes, el desarrollo de esta intrincada y quizá sobrevalorada canción pretende desplegar una compleja estructura, aunque no se eleva demasiado de su lúcido comienzo, debido principalmente a una reiteración poco sugerente a pesar de los esfuerzos de Plant en agudizar su falsete in crescendo a medida que la pieza iba subiendo su tono.
A ésta le sigue “The Rain Song”, una estupenda balada de corte amoroso y de lograda melodía, con unos brillantes y nostálgicos arreglos orquestales, que incluyen guitarra acústica y mellotrón y que constituyeron en su momento una exquisitez inesperada, obra de John Paul Jones, inspiradísimo en este quinto álbum de Led Zeppelin.
La guitarra acústica que inicia “Over the Hill and Far Away”, introduce el sonido folk que ya habían abordado en discos previos, antes que el tema adquiera un pegadizo ritmo ligeramente funky. Quién lo iba a decir, ¿verdad?
El inimitable John Bonham arranca “The Crunge”, la canción con la que se da carpetazo a la cara A y en donde su ritmo sincopado se ve reforzado por la guitarra funky de Page mientras Plant canta en modo soul y Jones introduce el sintetizador. El tema lo componen los cuatro a partir de sesiones de jammings e influencias del mismísimo James Brown. Tiene una imponente sección rítmica, pero no va más allá de su propia peculiaridad.
Por su parte, la cara B se inicia con “Dancing Days”, inspirada en una melodía india que Plant y Page oyeron en un viaje a Bombay. En esta pieza, volvemos a escuchar un penetrante riff de Jimmy Page, que singulariza esta pegadiza canción rock, sencilla, efectiva y lúdica que también fue editada como single, uno de los quince que publicó Led Zeppelin en toda su historia.
Otra de las novedades de Houses of the Holy fue “D’yer Mak’er” (nombre que significa Jamaica, tal como se pronuncia en inglés), un curioso acercamiento al reggae de infusión rock, acariciada por un meloso Plant entonando una lírica de lamento sentimental. El grupo, sin embargo, nunca tocó el tema completo en concierto ya que sus fans jamás se la tomaron muy en serio, que digamos. Es una de las pocas piezas en las que comparten composición los cuatro integrantes de la banda y en ella no hay término medio; o se ama o se odia.
Casi sin quererlo, llegamos a “No Quarter”, la auténtica joya de este LP. Pieza dotada de una atmósfera oscura, gélida, con un fascinante riff de Page, un hipnótico Robert Plant y un trabajo estupendo en los teclados por parte de John Paul Jones, emulando escenarios de las sagas nórdicas, aquellas pequeñas leyendas escandinavas sobre seres heroicos, mitológicos, etc., como las que, de hecho, aparecen en las Eddas vikingas. Un corte magistral, a la altura de “Stairway to Heaven” en emotividad y profundidad.
Cierra el álbum con la intensa “The Ocean”, con uno de esos ritmos contundentes de Bonham que, con un enérgico sentido del ritmo, dialoga muy bien con los riffs de Page, mientras la voz de Plant se mueve en su punto de agudeza máxima. Se trata de un excitante tema hard rock que culmina de manera excelente este ecléctico LP que intentaba ensanchar los patrones musicales de uno de los legendarios nombres de la historia del rock.
Han pasado ni más ni menos que 50 años y Houses of the Holy, el disco que expandió el sonido de Led Zeppelin, sigue generando interés y admiración. Cuando un disco logra, después de tanto tiempo, generar aún la necesidad de ser escuchado… quiere decir que, definitivamente, ha pasado a la historia.
