La banda sonora de mi vida – Capítulo III

Bueno, pues aquí estoy de nuevo escribiendo mi Cuéntame particular. Como os decía, ese mes de septiembre empecé 8º de EGB. Durante el verano, todo había cambiado para mí y eso se notó en mi rentrée escolar. Mientras la casi totalidad de los compañeros de clase continuaban preocupados por las motos (en aquella época lo que mandaba era el motocross, con las Husqvarnas, las Ossas, las Capras, las Bultacos y Toni Elias padre ganando campeonatos de España) y evidentemente por el fútbol (esto no ha cambiado para mí tampoco, que conste… jajaja), yo estaba obsesionado con el maravilloso mundo del rock ’n’ roll, lo que hizo que me hiciera muy amigo de un repetidor de curso, Enric Illa (el primo del señor ministro), que con 14 años ya tocaba la batería en una banda de rock progresivo de Cardedeu. Se llamaban Pols (polvo en catalán).

Algunos sábados iba a ver como ensayaban, y la verdad sea dicha, no me gustaba nada el estilo que hacían. Era una mezcla de jazz rock a lo Weather Report, con ínfulas de salsa rock a lo Carlos Santana y el funk técnico de George Clinton. En resumidas cuentas, tocaban como los ángeles, pero su música me parecía un auténtico aburrimiento para fumetas pseudo-intelectuales y progres que olían a pachuli e incienso nepalí fabricado en algún polígono industrial del Baix LLobregat.

No os creáis que no intenté convencerlos para que adoptaran una actitud más rockera, ¿eh? Lo hice, y muchas veces, pero no hubo manera de que me hicieran puto caso. La Ona Laietana y el Electro Dharmismo Kumbayà había hecho bastante daño los años anteriores, además, ya en aquella época sus miras estaban puestas en ganarse la vida como profesores de música “moderna” o músicos profesionales y de estudio. Y así acabaron todos ellos. De ahí que no le debería extrañar a nadie que unos 10 años más tarde apareciera por estos lares esa cosa llamada Rock Català.

Sí, estos y centenares de músicos como ellos, esparcidos por todo el territorio catalán como polen primaveral que llena las orejas de mocos, son los auténticos responsables de la gran mayoría del farfollismo rockero catalán de finales de los 80 y 90. No citaré ningún grupo porqué no vale la pena y el repelús espero que sea mutuo; todos sabéis a quien me refiero y el daño colateral que hicieron a la juventud de por aquí fue importante y aún lo estamos pagando. Hicieron casi tanto daño como ahora lo están haciendo Rosalía o los dos millones de DJ’s electro soporíferos que martirizan hoy en día las orejas de la juventud depresivo-internauta que nos representa en las noches del fin de semana en los locales de moda. Ya se sabe que el pueblo catalán es derrotista por naturaleza y hasta celebra festivamente las derrotas históricas, por eso tampoco es de extrañar que se continúe así, celebrando cada fin de semana en los locales de ocio concertado esta humillante derrota musical, iniciada a principios de los 70 por vete a saber que maldito jipi de mierda de la alta burguesía barcelonesa. Pero claro, teniendo por vecinos a los reyes del folklorismo musical más rancio y panderetil, no es de extrañar que más de algún subnormal redactor de suplemento cultural de medio pelo lleve más de 30 años haciendo creer a la gente que esto es Europa y que somos más modernos que la vaporización del esperma dispuesto a ser inseminado. ¡¡¡A la mierda con todos ellos!!!

Bueno continúo, que estaba perdiendo el hilo de mi historia, pero es que hay cosas que me superan. Lo cierto es que de tanto insistir a mi colega de clase y dejándole alguno de mis discos, conseguí que incluyeran al final de su repertorio un tema más “rockero” y se atrevieran con una versión de Led Zeppelin, el “Moby Dick” de su LP II. ¿La razón? Pues que era un tema instrumental, ya que los Pols no cantaban en ningún tema. Y más que instrumental, es un tema de batería, pues quitando el principio y el final, con guitarra y bajo haciendo un mismo riff, el resto del tema es tan solo Bonham con su batería, sin ningún otro instrumento. Eso hacía que mi colega pudiera lucirse durante cuatro o cinco minutos con redobles y ritmos ilimitados, supongo que copiados de los maestros del jazz, que en el fondo era lo que le gustaba y escuchaba en su casa.

Y así, siguiendo a mi colega, llegó el día que asistí a mi primer concierto de rock; evidentemente, tocaban Pols, su banda. Era un domingo por la tarde y el concierto se hacía en el Centre Parroquial de Marata, un pequeño pueblo a pocos kilómetros de La Roca. Fuimos en bici, evidentemente, y no recuerdo mucho más de ese día, solo que nos pasamos todo el rato esperando que tocasen «Moby Dick», que al final no hicieron, según parece, porque creyeron que no era adecuado para el buen feeling del público asistente. ¡¡¡¡¡Maldito karma de los cojones!!!!!!

El siguiente concierto al que asistí a las pocas semanas fue un festival-concurso de rock comarcal, donde también tocaba mi colega con Pols. Fue en Granollers, en una antigua sala de baile, Cala Sila, que luego más tarde se convirtió en la discoteca HH (donde también hice mis primeras incursiones discoteriles los sábados por la tarde a ver si alguna moza quería un poco de conversación animada, lo cual, todo sea dicho de paso, solo conseguí en contadas ocasiones) y que más tarde fue el As de Copas, donde llegaron a tocar algunas bandas interesantes en cuentagotas, aunque todo sea dicho de paso, gracias a sus porteros y a su programación habitual, se convirtió en un local para chavales de 14 o 15 años que buscaban a alguien para compartir sus primeros fluidos corporales. Hoy en día está cerrado; creo que es un gimnasio o algo así.

Pues eso, que me lío. En Cala Sila asistí a mi primer festival-concurso de rock. Los grupos que tocaban eran todos de la comarca, y como si se hubieran puesto de acuerdo, sus nombres eran Kannabis, Tabac, Pols y Carbonilla (Cannabis, Tabaco, Polvo y Carboncillo), que dices, ¿apología del fumeteo o jipismo post-franquista? Seguramente las dos cosas. Los ganadores fueron Kannabis, que hacían reggae, y que por supuesto, igual que Pols, acabaron de profesores de “música moderna” o reciclados en esos grupos de rock català patético-traumático ya mencionados. ¿Os suena el nombre de Jordi Pejenaute? La anécdota de ese concierto fue que ese día sí que el grupo de mi colega tocó “Moby Dick” y lo cojonudo de la historia fue que mientras él hacía el solo de batería se fue la luz del local, y estuvo como 14 o 15 minutos sin parar de tocar. Fue el último día que los vi en directo, mis destinos rockeros iban encaminados por otros derroteros, además creo que con ese nombre no tocaron más.

Llegaron las fiestas navideñas y volvía a tener dinero para comprar discos. Había avisado a la familia de que sobre todo no me hicieran ningún regalo chorra, que me dieran el dinero, que yo lo que quería era comprar discos. No todos cumplieron su palabra, ya se sabe las guerras que hay entre padres e hijos a esas edades, pero la gran abuela Vicenta, como siempre, sí cumplió su palabra y me dio la pasta, que me fue de muerte para añadir tres discos más a mi floreciente colección vinilítica. Los elegidos fueron Transformer (1972) de Lou Reed, un disco creo que imprescindible en cualquier discografía con un poco de buen gusto, Live! (1975) de Bob Marley, ya que en esa época el “No Woman No Cry” me parecía la canción más bonita y con más sentimiento de este mundo, y el Black and Blue (1976) de los Rolling Stones, un discazo, se mire por donde se mire.

Y llegó la primavera, con su acné juvenil en nuestras caritas de papafritas rockerillos, y con ella fui a mi primer concierto digamos importante. Tocaba en el Pavelló Municipal d’Esports de Granollers La Orquesta Mondragón, que presentaba su primer LP Muñeca Hinchable (1979), un disco que a todos nos hacía mucha gracia, sobre todo por las paridas que el pedante de Gurruchaga había incluido en el mismo, y porqué no decirlo, el tema “Ponte Peluca” en ese momento era un hit nacional… ¡¡¡se la sabía todo el mundo!!! Y claro, nosotros, como buenos garrulillos de pueblo no íbamos a ser menos. Aunque ese día la Mondragón me dejaron patidifuso en el bis final cuando Gurruchaga se cantó el “Heroin” de Lou Reed endiabladamente bien.

Pero ese día también me encontré con algo que no esperaba y que me volvió a cambiar la percepción de este mundo del rock que hacía poco había descubierto con toda la ilusión posible. Los teloneros eran una banda llamada Los Rápidos, en ese momento no teníamos ni puta idea de quiénes eran. Por si alguien no lo sabe fue la primera banda de Manolo García… ¡¡¡el de la fila torcía!!! (Festival del Humor) y de Esteban Martín, que en un futuro no muy lejano formaría parte de Nacha Pop y Gabinete Caligari; pero los grupos de la “movida madrileña” ya los trataremos más adelante. En fin, que Los Rápidos y su manera de hacer rock energético de tres minutos nos dejó parados a más de uno. Aunque hubo algo que me alucinó más que lo que tocó el grupo y lo que vi en directo, lo que me abrió de verdad el punto de mira hacía otros derroteros fue la conversación que escuché a un par de tíos con chupas de cuero que rondaban por nuestro lado durante el concierto. Su aspecto, digamos que punk, no lo había visto yo nunca por estos lares y supongo que eso ya me llamó mucho la atención, y estuve todo el rato merodeándolos intentado escuchar de qué coño hablaban esos dos tipos. Parando la oreja despistadamente me quedé con que hablaban todo el rato de unos tales Ramones y de lo buenos que eran sus dos discos. Música sencilla y cañera decían. ¿Música sencilla? Nosotros queremos hacer un grupo, esto nos puede servir. ¿Música cañera? No sabía lo que era, pero sonaba la mar de bien. ¡¡¡Cañera!!! Vaya, fijo que es algo cojonudo. Salí de allí con la firme convicción de escuchar al precio que fuera a esos bichos llamados Ramones, que como comprenderéis, con ese nombre, quién me iba a decir a mí que estos tíos eran americanos de Nueva York y que me iban a introducir en el punk. Pero lo que pasa a partir de aquí, ya os lo explicaré en el próximo capítulo, siempre que los del Science of Noise y las cuotas de audiencia y venta así me lo permitan.