Crónica y fotos del concierto de Ghost + All Them Witches + Tribulation - Sant Jordi Club (Barcelona), 8 de diciembre de 2019

El espectáculo milimétrico de Ghost arrasa en Barcelona y apunta a lo más alto

Datos del Concierto

Bandas:
Ghost + All Them Witches + Tribulation
 
Fecha: 8 de diciembre de 2019
Lugar: Sant Jordi Club (Barcelona)
Promotora: Rock 'n Rock
Asistencia aproximada: 4000 personas

Fotos

Fotos por Ray Molinari

No sé si os habréis fijado o si estais de acuerdo, pero de un tiempo a esta parte tengo la sensación, bastante indiscutible creo yo, que hay más gente en los conciertos de la que había hace tan solo unos años. En otro momento ya hablaremos del camino que queda por hacer con los eventos de bandas locales, pero en lo referente a giras internacionales (tanto grandes como pequeñas) no tan solo hay bien pocas que se puedan considerar un pinchazo de verdad, sino que cada día es más habitual ver como se cuelga el cartel de sold out en muchos conciertos rockeros y metálicos. A consecuencia de ello, claro, más y más giras llegan a aventurarse a salas de tamaños que hace años no hubiéramos ni soñado, y el Sant Jordi Club que nos ocupa, por ejemplo, se ha convertido (tanto por calidad de sonido, escenario y visibilidad como por simple y llana falta competencia) en el recinto de referencia tanto para nombres ya confirmados como para aquellas bandas destinadas a reinar en las próximas décadas de realidad metálica.

Obedeciendo a este hecho, por aquí han pasado últimamente Nightwish, Alice Cooper, Greta Van Fleet o Amon Amarth (ojito, un concierto de death metal en Barcelona con cerca de 4000 personas… lo nunca visto), y en breve también lo harán otros referentes como Dream Theater o «promesas» (ya se me entiende) como Sabaton. Y por supuesto y por encima de todos, la que para mí es la gran esperanza para la escena y lo mejor que le ha pasado a este género en estos últimos años: los suecos Ghost. ¿Os parece exagerado lo que digo? ¿Creéis que Ghost son un producto comercial del que renegar? Por supuesto que los de Tobias Forge tienen una potente maquinaria económica detrás, algo que también pasaba con todas y cada una de las grandes bandas que todos conocemos y que lo petaron en los setenta y ochenta. Pero su mérito y su magia reside, precisamente, en que en una época en la que las guitarras están completamente desterradas de las listas de éxitos, Ghost son capaces de armar una propuesta, tanto en lo musical como en lo visual y lo conceptual, que atraiga y llame la atención a las frías y calculadoras mentes de la industria.

Yo a estos tíos los tengo clichados ya desde Opus Eponymous, y a cada nuevo disco o nueva vuelta de tuerca que dan, cambiando Papas, añadiendo Hermanas o introduciendo Cardenales, me convencen más y más. Lo que empezaron como una fascinante banda de rock oculto de adoración satánica y espíritu pop se ha acabado convirtiendo en una auténtica y exuberante bacanal de hitazos facilones y festividad histérica que no tiene parangón en la escena actual. Y con ello, se han ganado un merecidísimo lugar de privilegio en las mentes y los corazones de nuevas y viejas generaciones de metaleros. Los primeros, porque tienen por fin un referente contemporáneo que pueda tomar el relevo de bandas que ya han conocido en su decadencia. Los segundos, porque el homenaje, el respeto y el buen gusto que Ghost siempre ha demostrado hacia los grandes nombres de los setenta y los ochenta, parodia a parte, está fuera de toda duda.

Así pues, el concierto de hoy estaba marcado en rojo en el calendario de muchos, y más aún después de que las huestes de Tobias Forge llevaran prácticamente tres años sin pisar Barcelona como cabezas de cartel de su propio concierto en sala (lo hicieron hace unos meses teloneando a Metallica en el Estadi Olímpic, pero no es bien bien lo mismo). Así que había muchas ganas de ver cómo y de qué manera han sido capaces de reinventarse ahora que sus identidades ya no son secretas, parte de su magia misteriosa se ha esfumado y, por otro lado, han crecido lo suficiente como para empezar a acercarse al estátus de banda gigante que el señor Forge tiene entre ceja y ceja desde sus inicios. Y bueno, ya lo desarrollaremos más adelante, pero ya os avanzo que esta reinvención les ha sentado muy pero que muy bien, y tanto el nivel de confianza que tienen como artistas como la puesta en escena a nivel coreográfico y técnico son sencillamente increíbles.

Aunque nadie esperaba un sold out (y las 4500 localidades que marca el aforo de la sala quedaron a cierta distancia de ser cubiertas), está claro que este concierto generaba una expectación notable. Lo que no me esperaba era llegar a los entornos del Sant Jordi Club (por cierto, después de haber bajado directamente desde la Costa Brava en plena operación retorno del puente de la Constitución, con la de tráfico y estrés que eso supone) y encontrármelo todo taponado de coches y ni un lugar para aparcar. Después me enteré (sobretodo después de verlo todo lleno de chonis) que la culpable de eso no era el Cardinal Copia, sino la todopoderosa Rosalia, que daba otro puñetazo en la mesa llenando por segundo día consecutivo el Palau Sant Jordi. Aprovecho la oportunidad para decir que aunque a mí la música de Rosalia no me gusta ni lo más mínimo, me parece la mar de bien que la muchacha lo pete. La única pena es que me tuvo dando vueltas durante un buen rato por las calles aledañas hasta que por fin encontré un lugar para aparcar.

Tribulation

Vista la evolución previa de la cosa, ya tenía más que asumido que me iba a perder una buena parte de la actuación de Tribulation (algo que me rompía el corazón, ya que los suecos son una banda que me flipa), pero a la hora de la verdad las primeras notas de la inicial (y genial) «Nightbound» empezaron a sonar justo mientras me encaminaba a paso bastante ligero hacia la recta final de la cola, con lo que al cabo de tan solo un par de minutos me planté, casi miraculosamente, cerca de las primeras filas de una sala que aún presentaba un aspecto bastante desangelado (algo que, todo hay que decirlo, se subsanó con bastante celeridad). Es cierto también que en esos primeros compases del concierto el escenario pareció hacérseles un poco grande, con un telón de fondo absurdamente gigante y unas luces que, a pesar de ser obviamente intencionadas, lo dejaban todo en una molesta penumbra que no dejaba entrever del todo las livianas y sinuosas figuras de los miembros de la banda. Para añadir a la terna de preocupaciones así de buenas a primeras, la primeras miradas a mi alrededor revelaban que el grueso del público presente en esos momentos se los miraba con la más absoluta indiferencia.

Vaya por delante que a mí Tribulation me encantan. Si no me equivoco, esta es la cuarta vez que les veo (y eso que me perdí su concierto en el Rock the Night de este pasado verano por culpa de un doloroso – dolorosísimo – solape con Rainbow), y a cada una de ellas he salido un poquito más enamorado de esta banda única y encantadora. En este caso no fue para nada diferente, y una vez se sacudieron la frialdad inicial estuvieron tan geniales, misteriosos y carismáticos como acostumbran. Apoyados siempre por su sublime puesta en escena y las figuras sin igual de sus dos escuálidos guitarristas Adam Zaars y Jonathan Hultén (este último, como siempre, danzando y haciendo piruetas con sus ropajes al viento – algo que resultó mágico tanto en el escenario como reflejado en las ya clásicas sombras laterales que se generan siempre en esta sala), Tribulation se fueron haciendo poco a poco con el público a base de sensibilidad, atmósfera y temazos, firmando un concierto que fue de menos a más tanto en lo referente a ellos mismos como a nivel de conexión y respuesta del público.

Dejando completamente de lado su producción más primigenia, los suecos centraron la totalidad de su repertorio (de 40 minutos exactos) en temas de sus dos últimos discos, que es donde creo que han acabado de desarrollar totalmente su personalidad como banda. Todo sonó absolutamente impecable, desde las «nuevas» «The Lament» (maravillosa), «The World» o la mencionada «Nightbound» hasta temas algo más clásicos como «Melancholia», la gótica «The Motherhood of God» o la final y apoteósica «Strange Gateways Beckon». Quizás muchos aún no les conocían y no acabaron de conectar del todo con su propuesta, pero para mi gusto Tribulation son una de las grandes promesas de la escena metálica internacional, con una propuesta rebosante de oscuridad, actitud y personalidad. Hoy volvieron a demostrarlo, ganándose algún que otro nuevo fan y enamorando aún más a los que ya venían (veníamos) dispuestos a ello. Los aplausos atronadores que recibieron mientras se despedían bajo las notas del «Across the Universe» de los Beatles son una buena muestra de ello.

Setlist Tribulation:

Nightbound
Melancholia
The Lament
The World
Cries From the Underworld
The Motherhood of God
Strange Gateways Beckon

All Them Witches

Lucifer me libre de negar que All Them Witches son una bandaza que puede dar mucho de sí en según qué circunstancias, pero en mi opinión ni aquí ni ahora era su lugar para brillar. El afamado trío de Tennessee venía a proponernos su particular stoner rock sureño, hipnótico y psicodélico, pero ante ellos se encontraron un público con ganas de mover el esqueleto, levantar el puño y dejarse las cuerdas vocales, así que la sensación generalizada es que los americanos se le hicieron densos y pesados a la inmensa mayoría de los presentes. Y eso que ellos se esforzaron en sonar compactos y potentes tan pronto se subieron al escenario tras el «War Pigs» de Black Sabbath que les sirvió de introducción, cosa que consiguieron en la mayoría de los casos (aunque a mí el tono estridente de la guitarra a la hora de lanzarse a por los solos, por ejemplo, no me convenció en absoluto), pero ni con esas lograron atrapar al personal, que paulatinamente se iba distanciando de lo que ocurría en escena para centrarse en sus propios corros y diálogos.

Personalmente, y a pesar de que había oído maravillas sobre la producción discográfica y los directos de estos buenos mozos, no tuve a bien descubrirlos hasta que me he empezado a preparar para esta gira. Y si bien en mi mundo no le llegan a la altura de la rodilla a un bandón tan original y personal como Tribulation, lo cierto es que con las escuchas he sabido apreciar su propuesta hasta el punto de ponérmelos por puro gusto en más de una ocasión a pesar de que el suyo no acabe de ser del todo uno de mis estilos de cabecera. Pero si sobre el papel parecían una banda que iba a encajar bastante bien con los cabezas de cartel de hoy, lo cierto es que me costó horrores conectar con su directo, y debo confesar que, a pesar de intentarlo, yo también acabé sucumbiendo a la fría y pesada indiferencia que se fue apoderando de la sala a medida que avanzaba su actuación.

Con otro telón de fondo inmenso y la guitarra y bajo enchufados a través de un cable telefónico en espiral deliciosamente vintage que les ancló irremediablemente a sus estáticas posiciones durante toda su descarga (algo que tampoco ayudó demasiado a que hubiera una sensación de cierto dinamismo sobre el escenario, para qué negarlo), los americanos descargaron un variado y amplio repertorio que cubrió la práctica totalidad de sus cinco discos de estudio. Su actuación no estuvo exenta de groove, de calidad técnica y de muestras evidentes de que estos tíos tienen tablas y lo que proponen puede ser muy interesante, pero sintiéndolo mucho, y aunque también es cierto que más de uno disfrutó sin reservas con ellos, no creo que esta gira sea del todo el mejor lugar para ellos.

Setlist All Them Witches:

Funeral for a Great Drunken Bird
3-5-7
1×1
Diamond
Charles William
Workhorse
Blood and Sand / Milk and Endless Waters
When God Comes Back
Swallowed by the Sea

Ghost

Pues bueno, pasados los que para muchos fueron poco más que dos trámites necesarios y que mezclaron éxito (Tribulation) y dudas (All Them Witches), el nivel de excitación en la sala empezó a alcanzar niveles bastante elevados. Si hasta ese momento la velada había transcurrido en un ambiente de contemplativa frialdad, a partir de ahora empezó a salir más y más gente con cara pintada de Papa (una muchacha adolescente iba ataviada incluso con el atuendo papal al completo, birrete y cayado incluidos), y a medida que avanzaban las meditativas notas de «Klara Stjärnor» y «Miserere Mei, Deus» que nos acompañaron durante todo el cambio de escenario, la gente se iba poniendo más y más nerviosa. El punto álgido llegó cuando empezaron a subir el telón que iba a cubrir el escenario, y una rápida ojeada a mi alrededor me permitió comprobar con gran satisfacción que la cantidad de jovenzuelos que pululaban por el recinto era más que prometedora. En los últimos conciertos que la banda dio en Apolo y Razzmatazz hace unos pocos años abundaba sobretodo una claca más bien veterana, pero hoy la diversificación generacional era manifiesta, cosa que me parece un motivo de evidente alegría.

Esa ya casi mítica noche en Apolo, por cierto, aún fue tema de conversación habitual en muchos de los corrillos tanto físicos como virtuales que se generaron antes del concierto. Los que tuvimos la fortuna de estar allí sabíamos entonces y sabemos ahora que estábamos viviendo algo irrepetible y que la banda del aún misterioso Papa Emeritus III iba disparada a cotas mucho más altas. Evidentemente, el tiempo nos ha dado la razón, y aunque en algunos casos se nota cierta nostalgia ante el hecho de no poder disfrutarlos nunca más en distancias tan cortas, también existe un orgullo indisimulado al comprobar que, efectivamente, nosotros ya nos habíamos dado cuenta de su espectacular valía y potencial antes que la mayoría. Sea como fuere, un gran velo de curiosidad se extendía entre los aficionados más veteranos para conocer en qué se había convertido el espectáculo de una banda que pone ese aspecto en el mismo centro de su propuesta, y la verdad es que la cantidad de trailers aparcados en la puerta del recinto nos hacía prometer algo verdaderamente grande.

Llegadas las nueve en punto de la noche se apagaron las luces de la sala, se oyeron los primeros gritos histéricos rompiendo el silencio y empezó a sonar la tétrica versión del clásico infantil «Ring Around the Roses» que sirve para abrir Prequelle. A la que entró toda la instrumentación para empezar con «Ashes», el telón que cubría el escenario cayó de golpe y me quedé literalmente con la mandíbula en el suelo y una sonrisa bobalicona en la cara. El escenario era sencillamente espectacular, las luces (ya hablaremos de las luces) no eran de este mundo, y el sonido, desde el minuto cero, fue absolutamente maravilloso. Ojillo que esto prometía, y mucho.

Una vez capaz de cerrar la boca y centrarme por fin, me fijé que había ni más ni menos que siete ghouls repartidos estratégicamente por el escenario, colocados en dos niveles separados por una majestuosa escalinata central: la batería se mantuvo (claro) a la izquierda, al lado de un tío con una guitarra que no se movió de allí y que creo que se intentó que pasara todo lo desapercibido posible. A la derecha, dos ghoulettes se parapetaban detrás de un par de grandes teclados con una máscara y atuendo diferenciados que marcaban claramente sus cuerpos femeninos. El bajista toma normalmente la parte central, ya sea arriba o abajo de las escaleras, mientras que ambos guitarristas principales, en acción constante, tienen los dos inmensos flancos del escenario (plataformas en los extremos incluidas) para lucir su planta.

Pero evidentemente, el auténtico jefe y protagonista de todo este cotarro no es otro que el señor Cardinal Copia, líder circunstancial de la curia a la espera de convertirse (supongo, ¿no?) en el nuevo Papa. Su entrada triunfal coincidió con el principio de «Rats», y como era de esperar fue recibido con ovaciones y locura generalizada. En esa primera parte del concierto vistió un traje morado muy resultón, y lo cierto es que la cosa tardó bien poco en convertirse en un auténtico e incontrolable festival. Al contrario que a muchos, a mí el single principal de Prequelle no me parece una de sus mejores canciones, pero la gente la vivió con absoluta devoción. Poniendo de manifiesto que en cuatro discos han amasado un cancionero sencillamente envidiable, tanto la brutal «Absolution», con su riffaco lleno de groove, como la celebrada y coreada «Faith» siguieron calentando a un personal entregado bajo unas luces, en serio os lo digo, absolutamente increíbles, con una potencia, una clase y una variedad que yo no había visto, creo, jamás.

El segundo gran éxito de la noche llegó un poco inesperadamente con «Mary on a Cross», la cara B del single que la banda sacó hace pocas semanas. Uno podría pensar que se trata de un tema menor y semidesconocido, pero la gente pareció enloquecer con su pegadizo y popero estribillo, demostrando que la estrategia de Ghost de ir sacando cancioncillas cada año para que no nos olvidemos nunca de ellos es todo un acierto, amasando nuevos fans a cada paso que dan. Cuando se enfrascaron con “Devil Church” ya sabíamos dónde iríamos a parar, pero ellos quisieron alargar el clímax con un duelo de guitarras entre oscuro y cómico que, sin ser nada de otro mundo a nivel técnico, sí que resultó entretenido. Evidentemente, la espectacular “Cirice” fue uno de los momentos álgidos de la noche, no en vano está entre los temas más brutales de esta banda, con grooves y líneas vocales totalmente memorables que me pusieron bien berraco de principio a fin.

Uno de los grandes puntazos de Prequelle es la deliciosa instrumental “Miasma”, que más allá de sus toques a Michael Jackson y Bruce Springsteen, tiene su punto cumbre en ese brutal y motivante solo de saxo que en directo interpreta un achacoso Papa Zero. Ese anciano y esperado personaje disfruta de su momento de gloria al aparecer en lo alto de la escalinata acompañado por dos guardaespaldas que vigilan que no se colapse. Musicalmente, un temón, y escénicamente un momento brillante. Esta canción, por cierto, le dio un descanso suficiente al Cardinal Copia como para que se animara a cambiarse de vestuario y reentrar a escena vestido de blanco, con sombrerito y a lomos de una bicicleta infantil encantadoramente ridícula. Esta segunda versión resultó un poco más interactiva que la primera, y lo demostró empezando a explicar historietas con su acento italiano chusquero y a pedir unos oés que fueron recibidos con éxito sorprendentemente moderado.

Siempre he tenido un pequeño problema con “Guleh / Zombie Queen”, y es que a pesar de que la segunda parte me encanta, la primera me parece entre un poco y muy aburrida. Aquí, no muy sorpresivamente, me acabó pasando lo mismo, y eso que el rollo surfero épico de “Zombie Queen”, con su final apoteósico, me parece una auténtica pasada. También “Spirit” me encanta, sin duda, pero hoy me dio la sensación que tampoco sonó o no la clavaron tanto como debería. “From the Pinnacle to the Pit” es su continuación natural en disco, y nuevo cambio de vestimenta cardenal mediante (ahora tocaba vestir elegantemente de negro), se convirtió rápidamente en otro de los momentos más brutales y energéticos de la noche gracias a sus riffacos y a su potente estribillo.

Una vez aquí llegó el momento de volver la vista hacia la producción más primigenia de la banda (que data de hace tan solo nueve años atrás, también hay que decirlo). “Ritual” es un tema imprescindible de cualquiera de sus repertorios, y como tal fue recibida, pero “Satan Prayer” es algo más desconocida y, a pesar de que el Cardenal hizo lo posible para que la gente se motivara con ella (con mini capa vampírica incluida), lo cierto es que su interpretación generó un pequeño bajón de intensidad en la sala. Nada grave, por supuesto, y definitivamente nada que no pueda arreglar la impresionante “Year Zero”, que además de su super estribillo y sus coros icónicos contó también con fuego, humo y luces brutales para convertirse en otro de punto álgido indiscutible.

La instrumental “Spoksönat” empezó a pavimentar el camino hacia la recta final, que empezó con la dulce y épica balada abbadiana que es “He Is”. Obviamente, toda la sala se puso a corear su memorable estribillo al unísono, poniéndome un poco la piel de gallina y contrastando (al igual que en el tracklist de Meliora) con la cañera “Mummy Dust” que la sucedió. Precediendo la canción más heavy de la noche el Papa se mostró de lo más locuaz intentando convencernos de que hoy era viernes y no domingo, y deseando que la interpretación de este tema nos generara un cosquilleo en ese trozo de piel y carne que une la parte trasera del escroto con la zona anal (lo que algunos llamarían “el frontón”). Un cosquilleo que no acabó de ocurrir del todo a juicio de la respuesta de un público que no estoy seguro que acabara de entender la pregunta y las instrucciones, pero que dio pie a un momento bastante cachondo por parte de un Tobias que ha ganado mucho como frontman de un tiempo a esta parte. Durante este tema, por cierto, una de las ghoulettes se plantó en la parte superior de las escaleras con un gigantesco keytar (el que nos escamotearon en “Cirice”, por cierto), ofreciendo así otro momento épico y festivo que, junto a los miles de papelitos brillantes y dorados que se proyectaron sobre el público en ese preciso momento, hizo las delicias de todos los que ya habíamos bajado los brazos ante lo grandioso del espectáculo.

Que “Kiss the Go-Goat” esté ya a la altura de los grandes singles festivos de la banda después de poco más de dos meses en el mercado dice mucho de las ganas de más y más Ghost que existen entre la gente, pero a mí me sorprendió que lo encuadraran entre el apoteosis final junto a bestias mediáticas como “Dance Macabre” y “Square Hammer”. La primera de ellas fue todo un festival, con luces de colorines, más papelitos y delirio generalizado, y permitidme que pida perdón públicamente porque cuando salió a mí me pareció una exageración y no me convenció un pelo. Pues rectifico: es un temazo irresistible. Antes de la segunda, Tobias recogió el espíritu de la añorada “Monstrance Clock” (habitual final hasta esta gira) animándonos a todos a tener sexo y orgasmos después del concierto (cosa que espero que todos hiciérais). “Square Hammer” tiene el puto mejor estribillo de este siglo (y si no es así, poco le falta), de forma que evidentemente lo petó a lo bestia e hizo que la gente se volviera loca del todo. Bien, todos excepto el pobre muchacho que se pasó medio concierto levantando un cartel que ponía “Let Me Play Square Hammer” y que, por supuesto, fue ignorado sin piedad.

El concierto de Ghost hoy aquí fue algo sencillamente brutal, y los comentarios al salir del recinto fueron prácticamente unánimes en este sentido. Yo lo disfruté como un auténtico enano y, para mí, dieron un pedazo de puñetazo en la mesa a la hora de postularse para ser una de las bandas destinadas a dominar el rock y el metal de las próximas décadas. Las canciones, el sonido, la puesta en escena, la historieta, el escenario y las luces (joder con las luces) estuvieron a la altura de lo mejor que yo he visto en los últimos años, y si bien también oí quejas de una cierta falta de espontaneidad y de una coreografía exagerada (quejas a las que no les falta razón, sin duda), el show en mayúsculas que se montaron los suecos me pareció indiscutible. Yo hace hace ya muchos años que estoy entregado a esta banda, y después de hoy, aún lo estoy más. Bo-la-co.

Setlist Ghost:

Ashes
Rats
Absolution
Faith
Mary on a Cross
Devil Church
Cirice
Miasma
Ghuleh/Zombie Queen
Helvetesfönster (versión reducida)
Spirit
From the Pinnacle to the Pit
Ritual
Satan Prayer
Year Zero
Spöksonat
He Is
Mummy Dust
Kiss the Go-Goat
Dance Macabre
Square Hammer

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Sobre Albert Vila 952 Artículos
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día. Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.