5 canciones de Héroes del Silencio que merecen más amor según… Science of Noise

Puesto que hace solo unos días se cumplían 25 años desde la publicación del último álbum de estudio de Héroes del Silencio, aprovechamos para dedicarles el Top 5 de hoy. Para ello, lejos de querer pararnos en los temas que quizá todo@s ya conocemos, hemos querida ir un poco más allá e incluir cinco temas que quizá no llegaron a tener la repercusión de temazos  tan enormes como «Héroe de leyenda», «Maldito duende» o «Flor de loto».

Como muy bien dice el jefe Vila unos párrafos más abajo:

«A pesar de haber publicado tan solo cuatro discos de estudio durante su breve e intensa carrera, los aragoneses Héroes de Silencio lograron amasar un envidiable puñado de hitazos que se han hecho un lugar en la historia y han pasado a ocupar lugares de privilegio en las estanterías de incunables del rock en español. Muchos de ellos (desde las ubicuas «Entre dos tierras» o «La chispa adecuada» a otros quizás menos populares pero igualmente reconocidísimos como «Maldito duende», «La herida», «La sirena varada», «Flor de loto», «Deshacer el mundo» o «Iberia sumergida») gozan del aprecio generalizado de todos aquellos que lograron traspasar el comprensible recelo que provoca entre algunos la personalidad y la pomposidad de Enrique Bunbury, pero nosotros estamos aquí para destacar y reivindicar algunos de esos temas que, aunque quizás no son tan célebres entre el público casual, también van sobrados de méritos como para ser algo más que una simple comparsa de relleno en sus álbumes.»

Héroes del Silencio: la banda de rock española más grande de la historia, mal le pese a much@s.

 

«No más lágrimas» por Joan Calderon

Álbum: El mar no cesa (1988)
Autores: Enrique Bunbury, Juan Valdivia, Joaquín Cardiel y Pedro Andreu

Cuando se empezó a barruntar la posibilidad de hacer un Top, un tanto especialito, sobre Héroes del Silencio me lo tomé con distancia y cierta pasividad (vaya novedad… ejem). Con Héroes no me pasa como a la mayoría de los mortales. Los maños tienen ese don (para mí lo es) de que o los amas o los odias. Siempre son protagonistas de acaloradas discusiones sobre si, realmente, merecen la fama de legendarios que arrastran o si sencillamente fueron una banda sobrevalorada a merced de los gorgoritos insoportables de Bunbury. Me he visto mil veces en esa discusión. Pero en mi caso, sí me gustan, pero sin aspavientos, ni alharacas. Me parecen una de las mejores bandas españolas, con temazos sólidos e irrebatibles, y un frontman y letrista con una personalidad única que, sin duda, impulsó su breve y exitosa carrera.

Así que, aquí estoy.

¿Quién no ha dado los restos de su dignidad, mermada por el alcohol, «bailando» y cantando «Entre dos tierras» a altas horas de la madrugada en el garito más mohoso que se te pase por la cabeza? ¿Quién no ha cantado cual Raphael de todo a 100 «Avalancha»? ¿O quién no se ha convertido en crooner folclórico de karaoke con «La sirena varada», Sirena vuelve al mar…? Estos zaragozanos, Enrique, Juan, Joaquín y Pedro, no solo consiguieron poner el rock and roll en lo más alto de las listas, popularizando así el rock, sino que pusieron a España en el mapa musical europeo, años después del éxito de Barón Rojo.

Últimamente, no escucho mucho metal o hard rock, por lo que me he inclinado por un tema de su primer álbum, El mar no cesa (1988), en el que Héroes del Silencio se muestran más cercanos al sonido gótico británico de los 80 que al rock de estadios que los haría grandes después. Dicho en otras palabras, más cerca a The Cure que a Guns N’ Roses. Un álbum de producción absolutamente ochentera y bastante mejorable.

«No más lágrimas» es un magnífico ejemplo del álbum y la arrolladora personalidad de la banda. Una canción que yo creo que habla de una ruptura y del sentimiento de culpa, pero podría no ser así; con Bunbury nunca se sabe. Tiene los ingredientes básicos de la receta Héroes del Silencio: una voz con personalidad con emoción contenida, una base rítmica que cumple y los punteos y reverb de la guitarra de Valdivia, santo y seña de estos maños universales.

Así que, si te apetece, ponte el tema y, si te animas, te recomiendo una escucha sin complejos de su debut.


«Oración» por Jordi Tàrrega

Álbum: Senderos de traición (1990)
Autores: Enrique Bunbury, Juan Valdivia, Joaquín Cardiel y Pedro Andreu

Cuando se planteó el hecho de hacer un Top 5 de los Héroes del Silencio, me apunté a ciegas, para homenajear a la mejor banda hispana de rock duro, pero me he dado cuenta de dos cosas importantes. La primera, que tampoco fui un fan devoto a muerte de ellos, y la segunda, que el legado que posee este grupo es absolutamente inmortal y apabullante. Ha sido un placer el sumergirme en su legado y volver a escuchar tantos clásicos atemporales. Pero también me he dado cuenta de que soy fan de los singles y que debería arremangarme y bucear en su discografía. También debería confesar que Bunbury me interesa más bien poco fuera de Héroes.

Finalmente, me he decantado por «Oración», una canción de su disco más reconocido pues allí estaban «Maldito duende» y «Entre dos tierras». Despegaban los Héroes a lo grande, de Zaragoza al cielo, con un material tan sólido como personal. La voz de Enrique era única y diferente empastando perfectamente con su estilo musical que llevaba definido desde su primer disco. En esos días parecían imbatibles y Senderos de traición (1990) destacaba por la solidez compositiva, letras oscuras y un trabajo de guitarras que bebía del rock gótico, pero iba más allá. Aquí hay las letras introspectivas del personaje, que en esos días siempre con pañuelo y gafas de sol. La letra parece como si alguien no encontrara en la religión respuestas y opciones válidas a su momento vital y le doliera dejar de lado la fe. Destacan en sobremanera esas guitarras tan definitorias del estilo Héroes que se combinaban con una base de acústicas bañadas en oscuridad. La expresividad en lo vocal es apabullante y el hecho de transmitir con tanta fuerza hace que un tema aparentemente tan sencillo pueda llegar tan dentro.


«Los placeres de la pobreza» por Rubén de Haro

Álbum: El espíritu del vino (1993)
Autores: Enrique Bunbury, Juan Valdivia, Joaquín Cardiel y Pedro Andreu

¿Os ha pasado alguna vez que destacáis en algo en concreto y que la gente espera con ansias vuestro próximo movimiento para ver si sois capaces de superaros a vosotr@s mism@s? A mí creo que no me ha pasado nunca, pero sé que a estos cuatro maños sí y, creedme cuando os digo que estar a la altura de las expectativas de la peña apesta. Pongámonos en contexto. Quizá, el éxito cosechado con su primer álbum, El mar no cesa (1988), fue casual, pero si un par de años después mejoras tu producto con un trabajo como Senderos de traición (1990), os puedo asegurar que el éxito de uno, de casualidad, tiene más bien poco. Pero claro, llegados a este punto, ¿puedes demostrar que puedes ser consistente y mantenerte ahí arriba sin caer en la monotonía e incluso expandir tu originalidad?

En El espíritu del vino (1993), quizá el mejor álbum de Héroes del Silencio, la banda no solo sigue ejecutando a la perfección su tremenda y bohemia mezcla de hard rock y música pop de tradición española, sino que también se expande. Si bien, la esencia de la banda -esas letras tan ambiguas que salían de la atormentada mente de Bunbury y una excelente química entre los miembros de la banda- siguen intactos, se agregan a su fórmula pequeños pero bellos detalles, como unos riffs aún más precisos e incluso agresivos o la incorporación del algún que otro teclado. En general, las canciones están más elaboradas y son más largas, lo que provoca que el valor de este álbum se dispare hasta el infinito.

Las letras, esos textos tan «especiales» a los que siempre nos tenían acostumbrados. Mi buen amigo Jaume recuerdo que me decía cuando éramos adolescentes: «Me gustan las letras de sus temas, porque meten en un mismo verso dos frases aparentemente inconexas y sin sentido, pero que quedan bien. Es como decir que me gusta el pan con chorizo y, acto seguido, decir que ayer fuiste a visitar a tu abuela a Teruel.» Tenía más razón que un santo. La letra de «La sirena varada» es un clamoroso ejemplo de esto que os comento. Haced la prueba.

A tod@s nosotr@s, seres humanos mínimamente sensibles, nos asaltan e incluso nos obsesionan algunos pensamientos. Pues imaginad ese mismo pensamiento que te azota la cabeza, una y otra vez, dentro de la sesera de un tipo tan peculiar como el gran Enrique Bunbury de aquella época. La pugna entre el materialismo y la espiritualidad, entre lo material y lo místico. Esa es la temática principal alrededor de la cual gira el tercer tema del tercer álbum de la banda.

«Los placeres de la pobreza» es una de mis composiciones favoritas del álbum, quizá porque es el tema más potente. El hecho de que esté enclavado entre dos temas como «Tesoro» y la enorme «La herida», bastante más tranquilos y sosegados, hace que su potencia retumbe todavía con más fuerza por la estancia. Hard rock enérgico y salvaje que rebosa cantidades ingentes de rabia.

Si bien toda la banda tiene un protagonismo esencial en esta canción, el sonido del bajo del cherokee Joaquín Cardiel me tiene especialmente enamorado. Tras la percusión inicial, y mientras Bunbury susurra parte del primer estribillo, una tos de no se sabe quién da paso al riff de guitarra y a un redoble de batería. A partir de ese momento, todo es pura adrenalina, que solo se ve alterado por un memorable estribillo, uno de mis favoritos de todo su catálogo:

«Cegados por la voz de la inexperiencia
Nos arrastramos sin pensar
A lomos del desierto hacia las cavernas
Las huellas del peregrino me guiarán.»

Tras el puente, encontramos un soberbio solo de guitarra de casi un minuto de duración. El tema acaba con los típicos «Mooooo, mooooo…» de Enrique.

Dejando a un lado el impecable trabajo de producción del gran Phil Manzanera, el único «defecto» real del álbum son las cuasi-canciones innecesarias que rodean el álbum. De las 16 pistas del álbum, tres son una especie de canción corta («Tesoro», «Bendecida 2» y la final «La alacena») que creo que no terminan de llegar allí donde ellos quizá pretendían que llegaran. No digo que no sean buenas ideas, pero al parecerme algo «incompletas», yo las hubiera desechado. Lo mismo sucede con otras dos que no son más que pistas ambientales instrumentales de relleno. Me refiero a «Z» y «El refugio interior», que directamente es un solo de batería -entre risas y murmullos- de Pedro Andreu.

Incluso conteniendo algunas «fallas menores» (ojo, que esto lo digo yo, y seguramente esté equivocado…), Enrique Bunbury, Juan Valdivia, Joaquín Cardiel y Pedro Andreu lanzaron al mercado uno de los mejores discos de rock en español jamás creados. Sin duda, un trabajo memorable e indispensable.


«Tumbas de sal» por Albert Vila

Álbum: El espíritu del vino (1993)
Autores: Enrique Bunbury, Juan Valdivia, Joaquín Cardiel y Pedro Andreu

A pesar de haber publicado tan solo cuatro discos de estudio durante su breve e intensa carrera, los aragoneses Héroes de Silencio lograron amasar un envidiable puñado de hitazos que se han hecho un lugar en la historia y han pasado a ocupar lugares de privilegio en las estanterías de incunables del rock en español. Muchos de ellos (desde las ubicuas «Entre dos tierras» o «La chispa adecuada» a otros quizás menos populares pero igualmente reconocidísimos como «Maldito duende», «La herida», «La sirena varada», «Flor de loto», «Deshacer el mundo» o «Iberia sumergida») gozan del aprecio generalizado de todos aquellos que lograron traspasar el comprensible recelo que provoca entre algunos la personalidad y la pomposidad de Enrique Bunbury, pero nosotros estamos aquí para destacar y reivindicar algunos de esos temas que, aunque quizás no son tan célebres entre el público casual, también van sobrados de méritos como para ser algo más que una simple comparsa de relleno en sus álbumes.

Personalmente, y así ha sido desde hace ya casi treinta años, me considero bastante fan de Héroes del Silencio. Pero a pesar de que me he trillado con bastante insistencia su producción al completo, si hay un disco por el que tengo indudable predilección es El espíritu del vino. No solo es éste el trabajo con el que los conocí en plena adolescencia (con todo el vínculo emocional que eso conlleva), sino que la experiencia y la perspectiva me lo confirman como la indudable obra maestra de los chicos de Bunbury y Valdivia. Aquí abrazaron de verdad el rock y desplegaron toda la exuberancia que tenían en sus mentes, sus dedos y sus corazones, resultando en un compendio de canciones (¡hasta 16!) verdaderamente memorable. De hecho, cuando el otro día publicamos la reseña en homenaje al vigésimo quinto aniversario de la edición de Avalancha, alguien afirmaba en los comentarios de Facebook que en El espíritu del vino casi todas las canciones eran singles potenciales que lo hubieran sido en prácticamente cualquier otro disco de rock en español.

Y la verdad es que, a grandes rasgos, estoy bastante de acuerdo con esta opinión. «Nuestros nombres», «La herida», «La sirena varada» y «Flor de loto» fueron los cortes escogidos como sencillos y, en consecuencia, las canciones que han pasado a la posteridad de forma más convencida, pero el resto del disco no tiene absolutamente nada que envidiarle a nivel de calidad a ninguna de ellas. «Tesoro», por ejemplo, es sencillamente genial, mientras «Los placeres de la pobreza», «La apariencia no es sincera», «El camino del exceso» o «Sangre hirviendo» son puñetazos de rock ‘n’ roll hasta cierto punto agresivo ante los que cuesta mucho no doblegarse. Pero a la hora de elegir qué canción o canciones merecen más amor del que gozan, mis dudas se limitan a esta irrestible «Tumbas de sal» y al espectacular e inquietante final que es «La alacena» (aunque al hereje de Rubén de Haro, unos párrafos más arriba, le parezca un tema «desechable»; tiene cojones la cosa).

Podría haberme decantado fácilmente por cualquiera de los dos, porque ambos me flipan de verdad. Finalmente he decidido hacerlo por este «Tumbas de sal» por ser, quizás, un tema algo más Héroes. Siendo lo que sea que significa eso. Porque los aragoneses tienen un estilo más que inconfundible, pero lejos de sonar monolíticos en él, siempre supieron aplicarlo con aplastante éxito a un amplio abanico de influencias que les quedan, todas ellas, perfectamente naturales. En el caso de la canción que nos atañe, estamos hablando de una estructura muy directa y hasta cierto punto simple que la hace inmediatamente reconocible en el contexto del disco, un rock and roll con toques del blús del autobús de toda la vida que, aún y así, me atrapa con facilidad, alegría y optimismo.

La voz megafónica de la estrofa y su crecimiento casi imperceptible antes de ese icónico y potente «Occidente cargado de miedo» es uno de sus elementos más identificativos, mientras que su letra, como siempre críptica y rebuscada pero excepcionalmente poética y bien traída, es otro de sus grandes activos, con frases tan fascinantes como «Condena al exilio las verdades a medias», «Si las garras felinas se empeñan en no dejarte dormir / Ni la visita a letrinas es lo que te tienta / ¿Quién sabe si es mejor así­?» o «Las bebidas psicoactivas no bombean suficiente / Ni las danzas agresivas ofrecen lo mejor de ti­». Habrá gente que la rimbombancia de Bunbury le ponga muy nervioso, pero a mí su habilidad por prestidigitar con el lenguaje y complicarse la vida a la hora de explicar situaciones que, seguro, son mucho más sencillas, me encanta y me parece sencillamente única.

A día de hoy es una opinión bastante generalizada que Héroes del Silencio es la mayor banda española de rock en toda la historia. Lo es sin duda en cuanto a repercusión (estos chicos llegaron a petarlo verdaderamente fuerte en bastantes más países que casi ningún otro artista español de música no latina), pero también en cuanto a carisma, valentía, originalidad y calidad. Su discografía al completo es bastante impoluta a pesar de su innegable evolución, y habría resultado interesante poder comprobar a dónde hubieran llegado de haber alargado su carrera unos años más. Creo que las posibilidades de escucharlos juntos de nuevo en un disco de estudio son verdaderamente remotas, así que tendremos que entretenernos (¡bendita resignación!) escuchando una y otra vez la vasta colección de temazos que fueron capaces de parir.


«Opio» por Beto Lagarda

Álbum: Avalancha (1995)
Autores: Enrique Bunbury, Juan Valdivia, Joaquín Cardiel, Alan Boguslavsky y Pedro Andreu

Avalancha (1995) fue el epitafio de una corta pero intensa carrera. Y en la recta final de este disco encontramos una de las joyas ocultas más espectaculares de la carrera de la banda: «Opio».

Si hacemos un símil de la lírica de las canciones de la banda con el mundo del arte, podemos ponernos de acuerdo en que estamos frente al surrealismo. En muchos versos, muchas estrofas e incluso canciones enteras me veo como si estuviera abordando un cuadro de Salvador Dalí.

Algunos de vosotros no soportáis a Enrique Bunbury, quizás porqué no le entendéis, su menta es tan surrealista y compleja como lo era la del artista de Figueres. La poesía enigmática y metafórica es parte sumamente importante de la carrera de Héroes del Silencio así como el de la futura carrera en solitario del frontman aragonés.

Cada canción de la banda tiene todos los significados que le querríais encontrar. La mística, la oscuridad y la retórica se complementan genialmente con la armonía de las melodías. Y «Opio» no es una excepción. La cada vez más distante relación entre Enrique y el resto de banda le empujaba al aislamiento, a buscar cada vez más en el fondo de su ser para encontrar las mejores palabras para acompañar la excepcional música compuesta por Pedro, Juan y Joaquín.

«Opio» es una canción larga, con 6:19 estamos frente a la segunda canción más larga de Avalancha. Una canción que trata sobre el poder de la droga, en este caso el opio. La distorsión de la realidad, la fluidez de pensamiento y la evasión. Una canción llena de detalles abiertos a mil y una interpretaciones. Si os apetece saber más de ella, os invito a que visitéis este enlace en la que se hace un completísimo análisis a toda la simbología de esta canción.

Musicalmente hablando, «Opio» es tan compleja como sus letras. El corte arranca con uno de los riffs más bellos de banda, un medio tiempo en el que la guitarra de Juan Valdivia nos eriza la piel. Cuando damos paso a las susurradas voces de Enrique todo explota en un mar de detalles sin desperdicio. El riff se repite moldeado en los estribillos, preparados para ser icónicos. En los dos tercios de la canción, el ritmo cambia brutalmente y nos azota con una delicadez abrumadora. En el final diluyen el riff principal hacía el silencio final. Magistral.

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