30 años del primer Monsters of Rock en Barcelona… ¿Cualquier tiempo pasado fue mejor?

Pongámonos en situación. Un día como hoy, hace ni más ni menos que 30 años, se reunieron en Barcelona Iron Maiden, Metallica, Helloween y Anthrax. Ahí también estaba Manzano (¡ánimos!) y ese look Coverdale que quizá no pegaba del todo, pero la presencia del ex-cantante de Banzai siempre sonó a anécdota a lo gol de Iván Iglesias viendo la dimensión y la evolución de sus cuatro compañeros de cartel. Yo, en esos momentos, tenía nueve años y estaba aún lejos de mostrar aún ningún interés por esas bandas ni por ese estilo, pero uno se puede imaginar la excitación que debió suponer un concierto así, aún hoy, quizá, y por varios motivos, el cartel más potente que ha pasado nunca por nuestro país.

Esa gira dio la vuelta a Europa, y tuvo tres paradas en España (esponsorizadas, por cierto, por Los 40 Principales….): el 17 de septiembre en Pamplona, el 18 en Madrid y, finalmente, el 22 en Barcelona. Iron Maiden ejercían de indudables cabezas de cartel y lo hacían presentando un Seventh Son of the Seventh Son (1988) que, a la postre, se iba a convertir, quizá, en su último gran clásico de verdad. El disco había salido hacía cosa de medio año antes y esa gira, con su celebrado espectáculo glaciar, se convertiría en eterna e inolvidable gracias a la inmortalización de su concierto en el NEC de Birmingham en el mítico vídeo Maiden England y en la gira retrospectiva que la doncella dio en 2013 y 2014 como homenaje a esa época.

Metallica venían por segunda vez a España después del éxito de su visita un año atrás (en el Palau d’Esports), demostrando una potencia en directo que, ya entonces, tenía una cierta aura casi legendaria. … And Justice for All (1988) tenía entonces solo unas semanas de vida (y quizá por ello esa noche solo sonó un tema de ese disco, «Harvester of Sorrow»), pero según muchos testigos, se comieron -sin ninguna piedad- a los cabezas de cartel (por muy difícil que esto pueda parecer sabiendo como se las gastan en directo los Dickinson, Harris y compañía), empezando a agarrarse a un trono del metal que, probablemente, y a pesar de los múltiples altibajos creativos que han sufrido desde entonces, no han soltado desde entonces.

Otros que venían presentando disco eran los germanos Helloween, con un tal Keeper of the Seven Keys Part II (1988) recién salido del horno que les iba a catapultar de cabeza al Olimpo del heavy metal en cosa de meses. Por último, Anthrax ejercieron de lo que han ejercido siempre: de eternos teloneros. Venían con el State of Euphoria (1988) bajo el brazo, un disco cuya salida coincidió precisamenete con su concierto en Madrid y que, a pesar de no ser el mejor de su etapa clásica ni mucho menos, viene empaquetado de clásicos como «Be All, End All» o su ya mítica versión del «Antisocial» de los franceses Trust.

O sea que, en perspectiva, estamos ante un concierto que presentaba a cuatro bandas absolutamente clásicas que, para mas inri (eso probablemente no se sabía entonces, claro), coincidían en el punto más álgido de creatividad y estado de forma de toda su carrera. Os lo volveré a decir, esperad, que no os veo suficientemente impresionados: Iron Maiden estaban presentando el Seventh Son, Metallica el Justice, Helloween el Keeper II y Anthrax el State of Euphoria. ¿Ahora sí? Pues eso, para flipar.

Dicho esto, ¿sabéis dónde tocó este elenco de estrellas a su paso por Barcelona? En la Plaza de toros Monumental. En esos años de gloria, en los que la juventud escuchaba heavy metal en vez de a Maluma, y en esa Barcelona ochentera que se supone que abrazaba el rock en masa y tenía un corrillo de jebis en cada esquina, un cartel con Maiden, Metallica, Helloween y Anthrax en la cúspide de sus carreras fue capaz de reunir, por el precio de 2.500 pesetas (unos 15€) menos de 20.000 personas. Una cantidad muy respetable, por supuesto, pero muy lejos de las cifras que manejamos hoy en día.

Porque no hace falta que os diga, por supuesto, cuál es el poder de convocatoria de estas bandas a día de hoy, pero lo haré igualmente: Iron Maiden suelen llenar el Palau Sant Jordi y, este año, metieron 50.000 personas en el Estadio Metropolitano de Madrid. Metallica tocaron hace unos meses en ese mismo pabellón barcelonés y el concierto llevaba en sold out casi desde un año atrás. Además, todo apunta a que en 2019 estarán precisamente en el Estadi Olímpic. Helloween encabezaron el Rock Fest ante el delirio de miles de asistentes y en gira propia, en Madrid, también hicieron un sold out más que prematuro en el Wizink Center. Es difícil de decir qué es lo que harían Anthrax si vinieran en solitario a Barcelona, ya que hace siglos que no lo hacen. Y a pesar de ser una banda histórica que goza del respeto de todo el mundo y de un directo absolutamente espectacular imagino que tendrían que conformarse con tres cuartos de entrada en la Razz 1, ¿no?

Pero vamos, a lo que voy: que una gira de estas dimensiones (cuya realización es totalmente imposible ni que solo sea por temas de infraestructura, tampoco nos hagamos pajas innecesarias) a día de hoy no solo te rebienta el Estadi Olímpic, sino que vete a saber si no se le queda pequeño. ¿Cómo es posible eso, si se supone que ahora vivimos en una época negra para el metal y la popularidad del género está por los suelos?

Evidentemente, esta comparación así tal cual, aunque en cierta manera válida, es evidente que bordea la demagogia. De hecho, ya sé lo que me diréis, y tendréis razón: aunque hace 30 años también debía haber fans casuales que se apuntaron a la «moda» del metal (que entonces lo era, aunque rebelde, pero lo era) sin sentirlo de verdad, ahora hay algunos factores extra que hacen que el poder de convocatoria de esas bandas haya crecido de forma desproporcionada. Primero, por supuesto, todas ellas han tenido tres décadas para ir acumulando fans (aunque estemos más o menos de acuerdo que en 1988 ya habían publicado el gran grueso de sus discos relevantes), habiendo mezclado varias generaciones de metaleros entre su seguicio y resultando atractivos, aún, a los más jóvenes.

También existe el componente nostalgia y de glorificación de los tiempos pretéritos, de gente que era fan más o menos casual en su momento y que los únicos conciertos a los que asiste a día de hoy son los de esas bandas que ya eran inmensas en su juventud. Es decir, no irían nunca a ver a Riot V o Exodus, por decir dos grupos cualquiera de esa misma época que se pelean para sobrevivir noche tras noche en locales mugrientos con media entrada, ni pisarían una sala más pequeña que Razz 1 ni jartos de vino, pero estarán como un clavo cuando sean los Metallica, Iron Maiden, AC/DC o Guns N’ Roses los que visiten nuestra ciudad. Aunque no conozcan (ni les importe) ni un solo tema más moderno que «Fear of the Dark», «Thunderstuck» o «Enter Sandman».

Por último, está el componente cool, el componente pose. Eso de que, hoy en día, AC/DC, Metallica o Guns N’ Roses (Iron Maiden no tanto, que a ojos del mundo son lo menos cool que se puede echar uno a la cara) son bandas a las que las personas normales parece que tienen que ir a ver para echarse selfies y colgarlos a Instagram. Y no creo que ese postureo existiera demasiado hace 30 años, al menos no al nivel casi ridículo que vemos hoy en día (y lo que te rondaré, morena). ¿Cuántos de los fans que hoy llenarían ese supuesto Estadi Olímpic (y más allá) asistirían a un concierto de bandas modernas (más o menos) equivalentes en su cúspide creativa? Yo que sé… Avenged Sevenfold, Mastodon, Ghost, Gojira o Volbeat, por poner ejemplos cualquiera. Muy pocos, ciertamente.

Pero… ¿cuántos conciertos hay ahora en Barcelona comparado con 1988? ¿Cuántas giras internacionales pasan por aquí? ¿Cuántas bandas contemporáneas a día de hoy, tanto cercanas como lejanas, ofrecen propuestas originales e interesantes? Por supuesto, a las tres preguntas, muchísimas más que en 1988. El mainstream es una mierda infame, eso está claro, está mucho peor que nunca y no hay ninguna esperanza (solo Ghost :-p) de que mejore. Y pensar que yo odiaba a bandas como Oasis e incluso Green Day cuando copaban las listas de éxitos a mediados de los 90… infeliz de mí… ¡ojalá volviéramos a eso!

A la industria discográfica de masas ha dejado de interesarle el rock, eso está claro, ya que supongo que la capacidad de control y el margen de beneficio que pueden obtener de bandas de verdad es mucho menor que el que ofrecen los productos sin alma que se les endosa a la gente hoy en día. Pero si salimos del mainstream (que le jodan al mainstream, eso es contra lo que tenemos que luchar igualmente), la total revolución que ha vivido el mundo de la música y que ha hecho que las bandas dejen de ingresar a través de sus discos y tengan que apostarlo casi todo a girar sin parar, ha hecho que muchos más sean capaces de labrarse un camino (modesto, por supuesto, pero es que antes no era ni eso) a su propio aire, aportando una calidad y una diversidad de estilos verdaderamente ilusionante como no habíamos visto nunca antes.

Y luego está lo de los festivales. Es evidente que hay muchísimos, pero muchísimos más que en esos tiempos en los que el Monsters of Rock de Donington era una especie de mito celestial e insuperable en el que tocaban seis bandas y gracias (con carteles superados año tras año por una docena de festivales europeos a día de hoy). Y no solo hay muchísimos, sino que la inmensa mayoría de ellos tienen un éxito de público incontestable, lo que hace que cada año aparezcan más y más. Podremos estar de acuerdo (o no) con la cultura de festivales, podremos decir que hay gente que va a un festival en verano y que no llena las salas durante el resto del año, pero es que creo que esa misma gente no iría ni al festival ni a las salas si no existiera la opción.

Evidentemente que nuestro país nunca ha sido el mejor ni para el rock ni para la música en directo. No lo era en los 80 y no lo es ahora. Tampoco tiene pinta de que vaya a serlo en un futuro próximo, pero ese es otro debate. El típico debate de que «el rock ha muerto» y todas esas frases cuñadas y eternamente repetidas por todos aquellos que se dedican a enterrar lentamente al género a base de seguir escuchando e interesándose únicamente por las mismas bandas, los mismos discos y los mismos hits que hemos escuchado millones de veces desde hace esos 30 años. Y ahí sí que no me vais a encontrar. Es más, creo que el rock, el metal y cualquier expresión musical alternativa, aunque fuera de los medios, está más viva que nunca.

Sé que a muchos les puedo resultar exasperantamente positivo (¿conocéis la historia de Pollyanna? Pues aunque por supuesto mi vida no es ni ha sido nunca tan miserable como la suya ni muchísimo menos, ése soy yo), pero creo que a veces tendemos a glorificar el pasado por defecto y sin pensar demasiado en la veracidad de tal opinión, ya sea porque nos puede la nostalgia adolescente o porque el victimismo y la queja (sin mover ni un dedo para cambiar nada, por supuesto) son una posición muy cómoda.

Que sí, que ese Monsters of Rock fue una pasada, y ojalá hubiera podido ir yo también, pero… ¡Al loro! Que no estamos tan mal.

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Sobre Albert Vila 951 Artículos
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día. Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.